Las tres Marías
“Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María, la de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. (Juan XIX, 25-27).
Hemos visto que el único discípulo que siguió a Jesús hasta la cruz fue Juan. En cambio, allí están tres mujeres, tres Marías, representantes de la fecundidad en los tres mundos en que se desarrolla la acción de Cristo, los llamados Mundo de Acción y Mundo de Formación que son parientes el uno del otro -como lo eran María, su Madre y María de Cleofás, la hermana de su Madre- por cuanto en uno se constituye el negativo de la imagen que aparecerá en positivo en el Mundo de Acción, y el Mundo de Creaciones o Mundo de Deseos -representado por María Magdalena- a la que Jesús había sacado siete demonios, como diría Mateo. La naturaleza femenina acompaña a Jesús hasta el final para asegurar la fecundidad de su Obra.
El carácter simbólico de las palabras de Jesús aparece claramente si tenemos en cuenta que en ningún punto de la crónica sagrada se nos dice que Jesús ejerciera una actividad lucrativa como para hacer vivir una familia y, por otro lado, se nos habla de los siete hermanos de Jesús, a los que María podía recurrir, no necesitando que Juan la recibiera en su casa. Lo que el Maestro encargaba a su discípulo amado, el único que lo siguió hasta el final, era la manutención y el cuidado de la nueva tierra madre que el derramamiento de su sangre iba a producir.
20.- En la Mitología, vemos que cada personificación de la espiritualidad tiene su propia «tierra» o esposa. Así, la parte femenina de Urano el primer rey del Olimpo, se llama Gaia. La parte femenina de Kronos-Saturno, el segundo rey, se llama Rea. La parte femenina de Zeus-Júpiter, el tercer rey, se llama Hera. Todas esas personificaciones son llamadas las esposas de los dioses. Cristo murió sin dejar esposa porque en el mundo unitario que vino a preconizar, desaparece la dualidad, lo blanco-negro, el bien y el mal, el día y la noche, etc., y, por consiguiente, desaparece también lo masculino-femenino. Con Cristo la vigencia de los sexos termina y por ello sus últimas palabras dirigidas a las hijas de Jerusalén, ya camino del Calvario fueron para poner en guardia a las mujeres sobre las manifestaciones sexuales.
Dichosas las estériles, les dijo, y los vientres que no engendraron, y los pechos que no amamantaron. Cuando la penetración crística en nuestra naturaleza ha llegado a su punto culminante, las tareas reproductoras deben ser abandonadas. Mejor dicho: son abandonadas ante la imposibilidad de realizarlas.
En el próximo capítulo hablaré de: la impotencia
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.