Las cosas venideras
El conocimiento de las cosas venideras es uno de los atributos esenciales de la divinidad. Nada sólido puede ser construido si no se conoce la suerte que correrá el futuro de la obra. El ingeniero que construye un puente, antes de hacerlo, se ocupa del futuro de esa construcción, del peso que ese puente deberá soportar, de la solidez de la tierra que lo aguanta, y en función de ello empezará su obra. Ese mismo cálculo se encuentra en todas las disciplinas humanas y no solamente en el campo de los elementos materiales, sino también de los espirituales, y así vemos como un abogado que defiende un reo, calcula el efecto emocional que va a producir su discurso en el jurado que ha de escucharlo, y el político que elabora un programa calcula igualmente cómo va a ser acogido por sus electores.
Por ello, Cristo anuncia que el espíritu de verdad que trabaja en la estancia Ayn nos comunicará las cosas venideras, y esta forma de comunicación, como hemos visto, consistirá en hacérnoslas ver con los sentidos.
Veremos entonces cómo nuestros sentimientos, los deseos, son los configuradores de nuestro futuro humano. En un capítulo anterior (el 37), hemos hablado del poder del deseo y vimos allí cómo el artista o el novelista, lo utilizaban para dar vida a personajes ficticios. Pero ese poder del deseo también puede ser utilizado para transformar la realidad material. Todo puede ser cambiado en nuestra vida -y en las vidas ajenas- si nuestros sentimientos, nuestros deseos persisten en cambiarlo, ya que con ellos moldeamos esa pasta, ese barro que da forma a nuestra vida material.
Si esto es así, ¿por qué no podemos, con los deseos, cambiar las situaciones humanas y hacer que todo sea según nuestros anhelos? La respuesta está en la estructura misma de la vida. Hemos visto que para ejercer un deseo, para dar curso a una intención, debemos disponer, en nuestros vacíos internos, de la fuerza espiritual adecuada para que nuestra voluntad pueda ser ejercida. Por consiguiente, el poder de cambiar las cosas con el deseo nos vendrá cuando nuestros vacíos internos estén habitados por los arcángeles de Cristo y ellos no han de acudir a nosotros antes de que estemos dispuestos a salir voluntariamente de la sinagoga del mundo material. Dicho de otro modo, el poder del deseo nos será dado para utilizaciones prácticas cuando ya no sintamos apetencia alguna por lo que vive y se agita en el mundo físico.
Es natural que sea así, porque si dispusiéramos de ese poder anticipadamente, a buen seguro lo utilizaríamos para inclinar las cosas a nuestro favor o de la gente a la que queremos. Nada es tan fácil como auto convencerse de que lo mejor para el mundo es aquello que también es mejor para ti. ¿No sería un bien, para los que estamos trabajando en la espiritualidad, que dispusiéramos de imprenta, de amplios locales para reunirnos, de medios de difusión…? Si los arcángeles nos infundieran un poder para configurar la realidad según el deseo, ¿no lo íbamos a utilizar para convencer a algún financiero de que nos proporcionara esos medios?
Los arcángeles son muy prudentes en la administración de ese poder y esperan, para dárnoslo, a que nos encontremos en el Ayn, excluidos del mundo, sin apetencia alguna de incidir sobre el desarrollo de los asuntos humanos. Ellos saben que Pedro expresó al Maestro su vehemente deseo de ir a la cárcel y de morir con él, y sin embargo lo negó antes de que el gallo anunciara la nueva luz. Ellos esperan a que el gallo cante en nuestras vidas antes de penetrarnos y entregarnos el poder del deseo.
En el próximo capítulo hablaré de: El amor penetra en la ciencia
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