La vía de los dos Juanes
Juan, el Juan de la izquierda, el precursor, sacaba del Jordán esas aguas purificadoras de Hochmah para derramarlas sobre las cabezas de los que entraban por voluntad propia en el mundo de la derecha. Las vías de los dos Juanes, las que pasan por el corazón y por la cabeza, son las no violentas, y por ellas transitan los que van de una realidad a otra, de un mundo al otro por convicción, por fe, por lógica, porque la razón iluminada les hace ver las cosas como son.
Pero cuando ni el corazón ni la cabeza nos lleva al descubrimiento del mundo que Cristo vino a proclamar, será a punta de lanza que obtendremos esas aguas que han de producir en nosotros el cambio. Cuando el ser humano no sabe reconocer en el otro al hermano, no sabe ver en él su propia carne y su propia sangre, será dándole muerte que se lo encontrará, en una próxima encarnación, en su propio seno, dándole a luz como madre.
Aquel soldado, símbolo de todas las gentes del mundo antiguo, al traspasar el costado derecho de Cristo, lo que hacía era cursar una solicitud para pertenecer a su familia, para dar vida a Cristo y formar parte de su «carne«. Así será como toda la humanidad, la que es incapaz de ser de Cristo por auto evidencia, será Cristo a la fuerza, lo será violentamente.
Por ello con Cristo, una de dos, o hemos de adorarlo, o hemos de matarlo. Los que lo exaltan, lo proclaman y manifiestan, son los que más cerca están de su Reino, pero en ese cortejo son seguidos por quienes lo humillan, lo maltratan, lo niegan, lo persiguen y matan, porque esas violencias son como pinchazos en esa fuente divina llamada Hochmah, y por esas heridas mana la sangre que irrigará las venas del agresor y el agua en la que las células de sus futuros cuerpos bañarán.
Los únicos excluidos de este Reino serán los tibios, los que no son ni calientes ni fríos, los indiferentes. Por ello es esencial que el discípulo que ha llegado a los últimos lazos del camino, sea de algún modo un provocador, un agente que suscita la violencia, el odio o la burla de los indiferentes, ya que de esta forma los arrancará de su tibieza y los convertirá en esos soldados que ofenden con su lanza el sagrado cuerpo de Cristo y que, para hacerlo, se ven obligados a levantar su mirada hacia Él.
Los estudiantes de Astrología ya saben que en esa antigua ciencia sagrada solo se tenían en cuenta siete planetas, los cuales encajaban perfectamente con el dominio de los siete días de la semana, el dominio de las horas, de los periodos de vida y de todo lo organizado y estructurado. Los astrólogos modernos piensan que esto era así porque Urano, Neptuno y Plutón no habían sido descubiertos. La idea sería válida si la primitiva Astrología hubiese sido una ciencia de observación, pero la primera ciencia astrológica fue revelada, como lo fueron las mitologías y las cosmogonías, incluida la adoptada por el mundo cristiano, o sea la de Moisés.
El hecho de que no figurara Urano en la Astrología antigua, aunque sí figura en la Mitología, en la que es rápidamente eliminado por su hijo Saturno, es debido a que en el mundo establecido por Jehovah-Binah, Urano no está presente, puesto que Urano, como sabemos, es el centro en el que reside Cristo.
Cristo vendría a encarnarse en el mundo de Binah-Saturno, en ese centro llamado Tiphereth, que entonces estaba sometido a Binah, y aparecería en ese mundo como el enemigo que es preciso destruir para que no reine.
De igual modo, cuando Urano fue descubierto e incorporado al pabellón astrológico, los astrólogos vieron en él al enemigo, al destructor, y lo inscribieron en la lista de los maléficos. Y maléfico es, en efecto, para el mundo de Binah que Urano viene a redimir, puesto que, o bien se lleva a sus adeptos por las buenas, predicándoles la verdad en sus propias sinagogas, en sus montes, en sus riberas, o se los lleva por las malas, haciendo que lo maten, para que se vean obligados a darle vida.
Urano es pues el destructor del mundo antiguo, de lo organizado y el liberador, el redentor, el revelador del Reino. Cuando haya recuperado el trono que Saturno le arrebatara, ya no habrá siete días ni siete años, ni siete períodos, ni las horas serán sometidas al reinado de los planetas, ni los signos del Zodiaco tendrán poder sobre el acontecer humano. Urano nos pondrá bajo la dependencia del Ego Superior y el ser humano empezará a crear su propio universo y a establecer sus propias reglas, gracias a lo que ha aprendido, ciertamente, en su período de sometimiento a Jehovah y a la sinagoga zodiacal.
En el próximo capítulo hablaré de: tomar el cuerpo de Jesús
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