La traición
Mateo, Marcos y Lucas, al inicio de sus respectivos capítulos 26, 14 y 22, refieren los orígenes de la traición de la que Jesús sería objeto. Mateo empieza por decirnos que al terminar el discurso comentado anteriormente, Jesús dijo a sus discípulos que en la Pascua, que tendría lugar dos días después, el Hijo del Hombre sería librado para ser crucificado.
Apenas anunciado ese programa, he aquí que los principales sacrificadores y los antiguos del pueblo se reunieron en la corte del soberano sacrificador Caifás y deliberaron sobre la forma de arrestar a Jesús por la astucia y de hacerlo morir, pero no querían que fuera durante la fiesta para que no hubiese tumulto en el pueblo.
Esta reunión tenía lugar mientras Jesús se encontraba en Betania en casa de Marta, María y Lázaro, donde se produjo el acontecimiento que ya conocemos por la crónica de Juan, en su capitulo 12 y que ya hemos referido (en el capítulo 28). Estando el Maestro en la mesa, María acercósele con un frasco de alabastro que contenía un perfume de gran precio y derramó el perfume sobre su cabeza, lo cual produjo en Judas una gran indignación.
Mateo y Marcos relacionan este hecho con la decisión de Judas de entenderse con los principales sacrificadores y jefes de guardias sobre la manera de librarles a Jesús. Lucas nos dice que cuando Judas fue al encuentro de los sacrificadores, Satán ya había entrado en él. De esa reunión salió el acuerdo por el que Judas recibiría el salario de la traición. Tratemos de explicar el significado oculto de estos hechos.
Llegado a este punto, Jesús se encuentra al final de su tercer año de ministerio. En esos tres años, ha sembrado en la tierra humana la semilla del Reino, la ha interiorizado en el mundo de los sentimientos y ha hecho que brotara en la razón humana, de manera que la gente pudiera comprender el misterio de la organización cósmica. En efecto, mientras la savia de Cristo no ha penetrado en la razón, el intelecto humano «navega» elaborando teorías que más tarde tiene que abandonar, levantando y destruyendo sucesivamente «templos«, ya hemos hablado de ello con anterioridad.
Le falta cumplir la última etapa, que es la de penetrar en la tierra misma, no como una semilla ajena a esa tierra, sino de tal forma que sea uno de sus elementos constituyentes, que Cristo sea la tierra misma y que se encuentre en todas sus partes, de igual modo que en el fruto se encuentran las semillas que han de perpetuarlo y multiplicarlo. Cuando esto se cumpla, el mensaje crístico habrá penetrado en el Fuego, en el Agua, en el Aire y en la Tierra; estará en los cuatro Elementos y en los cuatro puntos cardinales, en la cruz en la que todo tiene que ser clavado para que pueda existir, de acuerdo con los cuatro ritmos de la energía, la Ley del Yod-He-Vav-He.
Sabiendo pues que se encuentra al final de su tercera etapa, Jesús anuncia a sus discípulos la entrada en su cuarto y último período.
En el próximo capítulo hablaré de: sin alarmar al pueblo
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