La tercera manifestación
“Así que bajaron a tierra, vieron unas brasas encendidas y un pez puesto sobre ellas y pan. Díjoles Jesús: Traed los peces que habéis pescado ahora. Subió Simón Pedro y arrastró la red a tierra, llena de ciento cincuenta y tres peces grandes; y con ser tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: Venid y comed. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle ¿Tú quién eres?, Sabiendo que era el Señor. Se acercó Jesús, tomó el pan y se lo reparte, y asimismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos”. (Juan XXI, 9-14).
Implícitamente se nos dice aquí que mientras los discípulos pescaban por indicación de su Maestro y Señor, es Él mismo quien enciende el fuego y pone sobre las brasas pan y pescado. Vemos así lo que tantas veces hemos dicho a lo largo de esta enseñanza: mientras en el mundo de Yod-He-Vav-He-Binah, nosotros trabajamos para la divinidad, en el mundo de Hochmah es la divinidad la que trabaja para nosotros.
La voz interna de la divinidad nos dice dónde debemos pescar y en qué momento y mientras lo hacemos, es el mundo divino el que nos prepara los alimentos y los comparte con nosotros.
En este Apéndice de Juan hay un sabor de paraíso, de vida idílica, con ese Pedro desnudo como Adam ya de retorno de las pasiones, cuando ya no tiene objeto ocultar el cuerpo.
La red contenía ciento cincuenta y tres grandes peces. Si analizamos esta cifra desde la vertiente cabalística, vemos que la letra cien corresponde al Qof; la letra cincuenta al Noun, y la letra tres al Ghimel. Esa nueva pesca milagrosa consiste pues en proyectar la luz del Qof en la nueva tierra humana del Noun, para que salga de ella el Ghimel, letra-fuerza que supone la exteriorización de la divinidad, pero aquí ya se trata de nuestra propia divinidad, puesto que ese Ghimel es el hijo del Qof y del Noun, y el Qof, como sabemos, representa el Aleph divino creando a través del ser humano, derramándose desde su propio interior. Podemos decir pues que estaban pescando el nuevo mundo, la nueva tierra humana recreada por el ser humano con las fuerzas que la divinidad ha puesto en él.
Jesús enciende un fuego y pone en él un pez y un pan venidos de no se sabe dónde y les pide que traigan los peces que han pescado, que se sientan y coman. Vemos en esta secuencia la imagen de un trabajo conjunto de Jesús y los apóstoles. Uno prepara el fuego, otro pesca y finalmente se alimentan conjuntamente del mismo pescado y el mismo pan.
Encontramos así escenificada la dinámica del Shin, la letra-fuerza 21 y que en el Tarot aparece en la lámina llamada “El Loco”. En el Shin, la naturaleza divina y la humana trabajan conjuntamente. El Ego Superior ha tomado plena posesión de sus vehículos materiales y ya no se manifiestan en el ser humano varias voluntades, sino una sola. Lo divino y lo humano que hay en nosotros toma el mismo alimento y lo exterioriza con criterio unificado.
En la tabla de letras hebraicas, vemos que el Shin aparece en el tercer puesto de la tercera fila horizontal y también en el tercero de la tercera fila vertical.
El tercer ciclo de letras, el que figura en la tercera fila horizontal, es el que corresponde al hombre. En efecto; si contemplamos esta tabla en su conjunto, diremos que las letras que van del uno al nueve son letras-semillas y en ellas el potencial divino es inoculado en el ser humano.
Las que van del diez al noventa son letras gestantes, en las cuales la divinidad está gestando la naturaleza divina en el ser humano.
Las que van del cien al novecientos son el Hijo que ha salido de esa gestación, o sea representan la aparición del Hombre-Dios, el hombre que se sienta alrededor del fuego preparado por la divinidad y que toma el alimento que la divinidad le ofrece.
A partir de su tercer estadio, que es el Shin, esa divinidad ya es operativa en el ser humano, ya la puede ejercer, y sus resultados se verán en las letras siguientes.
El lector observará que en esa tabla, después del Shin solo queda el Tav, puesto que las demás letras son meras repeticiones del Khaf, Mem, Noun, Phe y Tsade. Esto significa que lo escrito, lo estructurado por la divinidad, solo va un punto más allá de aquel en que el hombre endosa su personalidad divina. Nos dejan ese Tav escrito como para que nos sirva de guía, de camino por el cual conducir la Obra. Después seremos nosotros los que tracemos el camino, y sobre la manera de conducirlo nos dan una mera referencia con esas letras terminales que cambian de expresión y de número, por el simple hecho de encontrarse al final de una palabra. En esos cinco espacios vacíos que van del Tav al Tsade final nosotros escribiremos la última página de la Obra Divina.
En el próximo capítulo hablaré de: el trabajo del futuro
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