La reconciliación como modo de vida
«Habéis oído que ha sido dicho a los antiguos «No matarás”, y el que mata merece ser castigado por los jueces. Pero yo os digo que cualquiera que se encoleriza contra su hermano merece ser castigado por los jueces, que el que insulta a su hermano merece ser castigado en los fuegos de la gehenna (bajas regiones del Mundo del Deseo). Si presentas pues ofrenda en el altar y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja ahí tu ofrenda y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda. Concíliate prontamente con tu adversario, mientras estás haciendo camino con él, de miedo que no te libre al juez y este te entregue al oficial de justicia para que te encierre en la cárcel. Te digo en verdad que no saldrás de allí antes de haber pagado el último cuadrante». (Mateo V, 21 a 26).
Se refiere aquí Jesús al proceso de radicalización de todas las cosas y viene a decir que el acto de matar es la culminación de una serie de estados de violencia que empiezan con la simple cólera. Si esos estados sucesivos fueran corregidos a medida que se van produciendo, no se llegaría a la trágica culminación. De ello se desprende una regla muy valiosa, que es la de la corrección proporcionada para un delito o una violencia incipiente, porque esa corrección borra la falta e impide que la violencia se acumule y alcance índices trágicos.
Si la violencia no encuentra barreras, su impuso natural la llevará a superarse constantemente. Recordemos que estas eran instrucciones prácticas que Jesús daba a sus discípulos y que se estaba refiriendo a la ley antigua, ya que cuando el discípulo ha entrado en el Reino del Padre toda idea de sanción desaparece.
El término castigo es aquí simbólico y se refiere a la necesidad de rectificar la actitud que nos ha llevado a la cólera, ya que esta aparece cuando nos frustramos porque los demás no hacen lo que esperábamos. Esto es lo que sucede con los hijos, los padres los castigan debido a que son incapaces de convencerles por las buenas de que deben llevar a cabo aquellas tareas que les ordenan, y que se supone que son por su bien.
Cuando enfilamos el camino crístico, nos transformamos y los demás ven con sus ojos internos esa transformación, de manera que la armonía que desprendemos hace que nuestros hijos se tornen obedientes.
Al decir Jesús que primero es la reconciliación y después la ofrenda, advierte una vez más sobre los peligros de pensar que un acto ritual puede borrarlo todo. El candidato a la transformación debe abandonar con el día los rencores que esa jornada haya podido suscitar, pero debe ser capaz igualmente de llamar a su adversario para conciliarse con él mientras está en camino.
Jesús habla de reconciliarse con el adversario de miedo a que no te entregue al juez y acabar en la cárcel. Se está refiriendo a tendencias internas. Librarte al juez y que acabes en la cárcel significa llegar al resultado final, a la culminación de una situación. Es preferible reconciliarse con esa tendencia que asumimos como el adversario, antes de llegar a una pérdida de la libertad. Esto sucede, por ejemplo, cuando alguien intenta imponer su espiritualidad a su pareja. Si no concilia intereses, esta puede lanzarle un ultimátum y mandarle los “jueces” que menguarán su libertad. (véase discusiones, enfados, situaciones complicadas).
Continúa diciendo el capítulo 5 de Mateo: ”Habéis aprendido que ha sido dicho «No cometerás adulterio», pero yo os digo que cualquiera que mire una mujer para desearla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón«. (Mateo V, 27 a 28). Señala aquí Jesús en lo relacionado con el adulterio, lo que ya había indicado anteriormente relacionado con la violencia. El adulterio empieza con el deseo, que se cristalizará más adelante con el acto material. Entendiendo que este empieza siendo un engaño hacia la propia consciencia y acaba materializándose. Si somos capaces de frenar el deseo, el acto no se materializará.
En el próximo capítulo hablaremos de: frenar impulsos para evitar males mayores.
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