La Luz y las tinieblas
“Jesús habló de nuevo y dijo: yo soy la luz del mundo y el que me siga no andará en las tinieblas porque tendrá la luz de la vida. Los fariseos le dijeron: tú rindes testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero. Aunque rinda testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde vengo y adónde voy; pero vosotros no lo sabéis. Vosotros juzgáis según la carne. Yo no juzgo a nadie y si juzgo, mi juicio es verdadero porque no estoy solo, sino que me acompaña el Padre que me ha enviado. Está escrito en vuestras leyes que el testimonio de dos hombres es verdadero y yo rindo testimonio de mí mismo y el Padre que me ha enviado testimonia en mí. Ellos le dijeron: ¿Dónde está pues tu padre? Y Jesús respondió: vosotros no me conocéis ni a mí ni a mi Padre, ya que si me conocierais a mí, le conoceríais también a Él«. (Juan VIII, 12-19).
Vemos en este punto cómo la personalidad crística sigue penetrando -dialogando- en el mundo de los fariseos, es decir, en la mente arcaica, en la mente del mundo antiguo, la de la columna de la izquierda o de las realidades materiales.
En el primer capítulo de su Evangelio, Juan dice que la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la comprendieron. Aquí Jesús se revela como la luz del mundo y dice que quien le siga dejará de andar en esas tinieblas que no comprenden la luz.
Si contemplamos el Árbol cabalístico, vemos que de Tiphereth, el centro crístico del mundo de abajo, arrancan muchos senderos. Unos conducen al mundo de las sombras, es decir, a los centros situados en la columna de la izquierda; otros llevan al de la luz, o sea, a los centros situados en la columna de la derecha y finalmente un sendero conduce a Kether-Padre.
La luz de Tiphereth que circula por los senderos de la izquierda, da vida al mundo material, a las formas, a la «carne«; las tinieblas la recubren y no la comprenden; la utilizan para dar forma a sus cosas, destinadas a sus usos cotidianos, a sus placeres. Ese es el mundo de los fariseos. Cristo ya está en él, pero los fariseos no tienen conciencia de que esté, no tienen conciencia de que si ese mundo aguanta, es porque la luz del mundo lo lleva literalmente sobre sus espaldas.
Cuando la fuerza crística empieza a penetrar en la mente, la persona comienza a despertarse a la verdad, a entrever que todo se aguanta gracias a esa luz y que el día en que viva en ella, todo será distinto. Se establece entonces un diálogo entre la personalidad convencional – el fariseo interno- y la personalidad sagrada – Cristo-. En los primeros escarceos nuestro fariseo interno no se deja convencer. Anteriormente, ya ha aceptado reconsiderar el mundo de sus leyes, renunciando a lapidar a la mujer adúltera, pero la toma de conciencia de la verdad es lenta y siguen juzgando según su carne, según la apariencia del mundo en que viven, y esta apariencia es la materia que recubre la luz.
El trabajo de Cristo en ese estadio consiste en revelar al fariseo interno los senderos que, de Tiphereth conducen a los centros de la derecha y su relación con el de arriba, con el Padre. Mientras la luz transite hacia los centros de la izquierda, las tinieblas irán en aumento, porque la obra material se multiplicará con la aportación de luz y esta será tragada por las tinieblas.
En cambio, cuando la luz de Tiphereth deje de circular por esos senderos, la obra mundana se desplomará y la luz circulará por la derecha. Entonces la luz irá a la luz y el ser humano ya no andará por las tinieblas.
Cada alma, al venir al mundo, lleva ya una orientación, y por su horóscopo natal podemos ver si andará hacia la realización de obras materiales, gastando en ellas su luz, o si la conservará y aumentará, es decir, si adquirirá conciencia de la personalidad crística.
En el próximo capítulo hablaré de: testimonio válido
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