La gracia nos abandona
En la quinta ronda, decíamos, los genios de la Cábala se retiran, los coros angélicos enfundan las trompetas y dejan de cantar en nuestra naturaleza humana. Lo mismo sucede con Cristo en las puertas de Ayn. La gracia nos abandona para que pueda renacer en nosotros y hacernos portadores de gracia; para que podamos ser la tierra de la gracia, como lo fue María, cuando la naturaleza crística se anunció en ella.
Cuando este enviado aparezca en nosotros, confundirá nuestro universo y lo que nos parecía inexplicable, aparecerá claro. Veremos el camino abierto hacia el Padre y esto será para nosotros el principio de una escalada espiritual sin fin.
A menudo leemos en los textos cristianos que Cristo supone el final de los tiempos, el final de la historia humana, del proceso evolutivo. Con Cristo todo habría de terminar en la felicidad de los cielos, en la eternidad del amor, pero cuando el consolador del Ayn aparezca en nuestra naturaleza, nos daremos cuenta de que, al contrario, estamos de nuevo en un principio. En el principio de nuestra propia divinidad.
Con Jehovah y sus ángeles aprendíamos a ser hombres. Con Cristo y sus arcángeles, después de haberlos devorado, interiorizado, aprenderemos a ser dioses. De Jehovah hemos recibido el rigor científico, hemos aprendido las reglas, la técnica con la que construir un mundo. De Cristo recibiremos el poder creador y la sabiduría que abrirá nuestros ojos a la organización cósmica, pudiendo ver lo que ahora no vemos y, por consiguiente, comprender lo que ahora no comprendemos.
“El consolador, en esa etapa del camino, convencerá al mundo en lo que se refiere al pecado, porque ellos no creen en mí, o no se han adherido a mí”. Es este un pasaje oscuro que nadie se ha aventurado a descifrar y los mismos traductores difieren en cuanto a las palabras a utilizar: convencerá al mundo, amonestará al mundo, confundirá al mundo… Sería más sencillo decir explicará al mundo, a nuestro mundo interno, por supuesto, lo informará de todo lo relacionado con la necesidad de que al principio de los tiempos se produjera un error en la Creación, error que fue repercutido después a todos los niveles de la obra.
La aparición de Cristo subsana ese error, corrige la obra, representa esa segunda Creación ya prefigurada con el diluvio, cuando la raza de Caín fue exterminada y empezó a reinar el ser nuevo, Noé. Con Cristo, la falta original que se inició en Binah – en el curso de “Los Misterios de la Obra Divina” tenemos toda la explicación- y que quedó grabada en la dinámica humana con la caída de Adán, se borra. Y se borra en todos los que creen en Él, los que adhieren a sus enseñanzas. En cambio, el error permanece en los que no creen en ellas. Y ese error supone, en el momento actual, el seguir aprendiendo las cosas a través de la experiencia, utilizando el tiempo como nodriza, mientras que adhiriendo a la fuerza crística, se aprende por iluminación, por revelación.
En el Ayn comienza la comprensión de la obra divina, ya fuera del aspecto humano. Es decir, hasta el Samekh nos es dado a conocer todo lo relacionado con nuestra propia evolución. Hasta el Samekh estamos dentro de la rueda zodiacal sujetos a los programas de trabajo pensados para nuestra instrucción. A partir de ahí nos vemos liberados de la tutela de los ángeles y entran en funciones los arcángeles, pero ya con un modo de relación distinto.
En el próximo capítulo hablaré de: la salida de la universidad
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