La caridad disminuye
“Y puesto que la iniquidad se verá acrecentada, la caridad de muchos disminuirá. Pero el que persevere hasta el fin será salvado. Esta buena noticia del Reino será predicada en el mundo entero, para que sirva de testimonio a todas las naciones. Entonces vendrá el fin”. (Mateo XXIV, 12-14).
“El hermano librará a su hermano a la muerte, el padre a sus hijos y estos se levantarán contra sus padres para hacerlos morir”. (Marcos XIII, 12-13. Lucas XXI, 16-19).
Ciertos profetas de la época moderna han creído poder anunciar que el mundo se acabaría en esa guerra de todos contra todos, pero Jesús dice claramente en este punto de la enseñanza que el fin vendrá con la predicación en el mundo entero de la buena noticia del Reino, o sea que después de esta guerra que destruirá lo más entrañable que hay en nosotros mismos y en el mundo exterior, florecerá la paz del Reino.
Los que han vivido en ellos mismos el final de su mundo, ya saben que esto es así; saben que el mundo exterior, el planeta Tierra, no será destruido. En la vida de algunos santos y en otras muchas vidas que no se han escrito, se puede detectar esa «subida» de la iniquidad. Lo perverso que hay en ellos aumenta su nivel, la caridad desaparece porque todo lo que sus naturalezas producen es consumido por la propia naturaleza y no tienen posibilidad alguna de dar.
Los hermanos internos desentierran el hacha de guerra y Caín inmola de nuevo a Abel y Jacob le arrebata la herencia a Esaú. Caemos en situaciones arcaicas, en hábitos que ya se había superado y sorprende, la persona se sorprende a sí misma con ideas, sentimientos y prácticas impropios de su estado de conciencia. Pero he aquí que cuando más movilizado se está para ese combate, la providencia nos sitúa en el mítico camino de Damasco y a partir de entonces el comportamiento realiza un cambio de ciento ochenta grados y nos convertimos en el más ardiente defensor de aquello que estábamos combatiendo. La buena noticia del Reino es predicada en todo nuestro mundo interno y llega para nosotros el final de un tiempo y se inicia la era de la paz.
Este proceso nos lo encontramos escenificado en la sociedad actual. Vemos como en algunos países los hermanos, los padres y los hijos se denuncian entre sí; vemos en una misma familia como el hermano de derechas combate ferozmente a su hermano de izquierdas; como el hermano delantero centro le marca goles al hermano portero.
No debemos concluir, ante ese espectáculo de delaciones y destrucciones, que la sociedad entera va a sucumbir, sino al contrario, es una señal de que está próximo el tiempo en que la humanidad se verá situada en su camino de Damasco y dará un vuelco de ciento ochenta grados. Los que han vivido internamente ese proceso, los que han pasado del extremo desorden al orden, saben que esto es así. Para otros ese proceso se ha interrumpido antes de llegar al final, pero algo que se interrumpe es algo destinado a ser reanudado. Lo cierto es que Jesús nos anuncia aquí que el fin vendrá, no con el enfrentamiento sino con la buena noticia del Reino y que son muchos ya los que han recibido esa buena noticia y que pueden atestiguar que esto es así.
En el próximo capítulo hablaré de: el profeta Daniel
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