Jesús, rey de los judíos
“Pilato hizo una inscripción que colocó en la cruz, concebida de este modo: Jesús de Nazareth, rey de los judíos. Muchos judíos leyeron esa inscripción, porque el lugar en que Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad; estaba en hebreo, en griego y en latín. Los principales sacrificadores de los judíos le dijeron a Pilato: No escribas Rey de los judíos, sino que él ha dicho: Yo soy el rey de los judíos. Pilato respondió: lo escrito, escrito está”. (Juan XIX, 19-22; Mateo XXVII, 37).
En las escuelas iniciáticas se han dado interpretaciones muy diversas a las cuatro iniciales de esta inscripción que aparecen tradicionalmente en la cruz: I.N.R.I. Retengamos aquí únicamente su significado cabalístico, que parece haber sido olvidado por los comentaristas: Yod-Noun-Reish-Yod.
El Yod es el Aleph interiorizado, un Aleph que ha descendido a Malkuth y se ha encarnado, constituyendo el pensamiento humano. El Noun es la tierra en su estado de máxima separación de la espiritualidad, de máxima individualización y fragmentación. El Reish, como ya hemos visto y como veremos al comentar el capítulo veinte del Evangelio de Juan, es la resurrección de la espiritualidad, la entrada del poder espiritual en la tierra humana para renovarla y despertarla. Si unimos esos conceptos para formar una frase, diremos que: El pensamiento divino (Yod), se encarna en la tierra (Noun) para resucitarla (Reish), instaurando en ella un nuevo pensamiento (Yod). Como esa inscripción la puso Pilato para explicar la causa de su muerte, esa es, esencialmente, la razón por la cual murió Jesús; para imprimir en la Tierra el nuevo Yod, el nuevo pensamiento divino, procedente de la columna de Hochmah y no de la de Binah.
Esto no significa que Pilato conociera la Cábala o el valor simbólico de las letras hebraicas. El Pilato histórico fue un simple instrumento utilizado por las fuerzas divinas para manifestar esa verdad y en este gesto suyo, inconsciente, estaba la promesa de que un día nuestro Pilato personal, el hombre de carne y hueso que somos, conocería la verdad y la inscribiría en su propia cruz. Y tan persuadido estaría de ella, que cuando los príncipes del viejo mundo le indujeran a rectificar esa verdad, ajustándola a las apariencias externas, tendría la fuerza necesaria para decir: lo escrito, escrito está. Puesto que lo que escribimos en el mundo con nuestras acciones diarias es lo que nuestra naturaleza ha ido elaborando, letra a letra, en sus arcanos internos, y esto no se puede borrar.
En el próximo capítulo hablaré de: la túnica
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