Irse antes que el espectáculo termine
Resultaría fácil abandonar el mundo de perdición si este fuera ingrato para el ser humano que vive en él. Pero la vida divina es alegría, dicha, plenitud, bienestar, y esa cualidad bienhechora se extiende a todos los mundos edificados con la esencia divina, de modo que encontramos en el mundo material ese placer que Dios extiende a toda su obra, y nos identificamos con él, lo confundimos con la divinidad misma, cuando es solamente una de sus facetas. Nace así el llamado placer de la carne, el placer mundano, el cual hace que el ser humano se estanque en el reino material.
Pero en la dinámica divina actúan tres fuerzas, y una de ellas, la que aparece en el Árbol Cabalístico con el nombre de Binah, en el centro número 3 y se expresa bajo la forma de sacrificio y se manifiesta en el mundo material como esfuerzo, dolor.
En los cuatro Días de la Creación que llevamos vividos, esta fuerza es la que nos ha conducido hacia abajo, exigiendo de nosotros el sacrificio de la espiritualidad. Una vez llegados al mundo de perdición, habiendo alcanzado un punto en que no es posible un mayor descenso, el sacrificio actuará en el mundo de la carne y se manifestará como el sacrificio del placer material como medio para obligar al ser humano a efectuar el retorno.
Ocurrirá algo parecido a lo que ocurre en esos espectáculos en los que el público se queda aplaudiendo al ídolo que tanto placer les ha proporcionado con su actuación, y al empresario, para despejar la sala, no le queda más remedio que apagar las luces. Entonces el público comprende que el espectáculo ha terminado y se va.
Sepamos irnos antes de que el espectáculo termine; pongámonos en marcha cuando en nuestra vida rige aún el placer. No esperemos que sea el dolor el que nos conduzca obligatoriamente al mundo divino. Como sucede tan a menudo en personas que dar cursos de crecimiento personal y que nos explican, que pasaron toda clase de calamidades antes de abrazar su esencia espiritual. Anticipémonos a esa dinámica y construyamos caminos de retorno anchos, capaces de acoger a la multitud que sale del espectáculo del mundo material en tropel.
En esa puerta estrecha por la que Cristo nos invita a entrar será preciso abandonar gran parte de nuestro equipaje, tendremos que pasar por ella desnudos, igual que vinimos al mundo y nuestra vida debe ser una preparación para esa desnudez.
En el próximo capítulo hablaré de: sembrar confusión
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