Interiorizar la ley
«No creáis que yo he venido para abolir la ley o los profetas, yo he venido, no para abolirlos sino para cumplirlos, ya que en verdad os digo que mientras el cielo y la tierra permanezcan, no desaparecerá de la Ley ni un Yod, ni una tilde, hasta que todo se haya cumplido. El que suprime pues uno de los más pequeños mandatos y que enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será llamado el más pequeño en el Reino de los Cielos; pero el que los observe y enseñe a observarlos, será llamado grande en el Reino de los Cielos. Pero os digo, si vuestra justicia no sobrepasa la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos«. (Mateo V, 17 a 20).
A lo largo de su enseñanza, Jesús insistiría más de una vez sobre este precepto: la ley antigua debe ser observada y quien no la observe, no puede entrar en el Reino del Padre. Pero, al mismo tiempo, el discípulo debe sobrepasarla, debe ir más allá de esa ley en sus actuaciones individuales. La observación de la ley debe ser el canal que conduce a la gracia.
En la vida ordinaria, las leyes de Binah se encuentran instituidas en la sociedad y a menudo en su versión perversa. Es norma establecida en todas las sociedades iniciáticas, que las leyes del país en el que el discípulo vive, deben ser respetadas, porque esas leyes, aunque puedan resultar injustas, son el reflejo de una situación colectiva que todos hemos contribuido a crear.
El combate contra esas leyes injustas no debe ser exterior, sino interior, ya que si interiormente funcionamos de una manera justa, pronto nos encontraremos desvinculados de la injusticia exterior y seremos para la sociedad portadores de orden. El combate contra la injusticia debe efectuarse a niveles mentales, a fin de que, de acuerdo con el proceso natural previsto en los esquemas cósmicos, la voluntad de cambio descienda de arriba, irrigue las fuentes situadas en los distintos niveles del árbol y arroje la realidad instalada abajo.
Por ejemplo, si consideramos injusta la ley del servicio militar, no preconizaremos la deserción del recluta, sino que apoyaremos la idea de una ley de objetores de conciencia, para que estos obtengan su estatuto legal (Kabaleb escribió esta interpretación de los evangelios cuando el servicio militar en España era obligatorio). Mientras esa objeción no sea legal, la gente debe ser invitada a cumplir con sus obligaciones militares, haciendo notar que se puede ser pacifista y soldado a la vez, porque tal como vino a decir Cristo, del mismo modo que se puede hacer una cosa y no ser aquello que se hace, también se puede ser de un modo y, por obligación social, hacer lo que parece contrario.
La obediencia a la ley no implica la adhesión de la conciencia a ella. El discípulo debe ir más lejos, dice Cristo: debe interiorizar la ley cósmica y ser su perfecto reflejo. Cuando esto ocurra, habrá superado los condicionamientos de la ley y será un ser libre.
Comenta en su sermón que no desaparecerá de la ley ni un Yod, ni una tilde. Sabemos que el Yod representa la plantación de una semilla en el nombre de Jehová, que representa la fuerza creadora y que en el segundo He recogeremos el fruto de esa semilla. Si hiciéramos desaparecer el Yod, sería como pretender eliminar algo de nuestra vida antes que haya germinado. Pero si todo lo que plantamos tiene la finalidad de servir de experiencia a nuestro Ego Superior, ¿qué sentido tendría eliminar la semilla?
Lo que debemos hacer es cambiar el tipo de semillas que plantamos y que estas sean acordes a lo que queremos cosechar. Lo mismo sucede con la tilde, la usamos para dar una entonación y un sentido a las palabras. Si la eliminamos arbitrariamente, muchas palabras perderán su sentido y dejaríamos de poner el acento donde toca, que es lo mismo que dejar de dar importancia a las cosas importantes.
Si bien Jesús nos exhorta a no saltarnos nada de lo que debemos vivir, por otro lado también nos anima a sobrepasar la justicia de los fariseos y los escribas para poder entrar en el reino de los cielos. Esta justicia de los fariseos y escribas se refiere a aquellos que proclaman seguir la ley pero sin ser conscientes de su espíritu, del valor simbólico que contiene y que es lo que debemos interiorizar para poder realizar los cambios adecuados.
Es decir, es necesario ir hasta el final en el proceso de nuestras experiencias, pero siendo capaces, al mismo tiempo, de ir más allá, de avanzar día a día.
En el próximo capítulo hablaremos de: la reconciliación como modo de vida.
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