¿Han reconocido al mesías?
“Al oírlo hablar libremente, algunos de los de Jerusalem decían: ¿Será que de verdad las autoridades han reconocido que es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, en cambio sabemos también que cuando venga el Mesías, aparecerá en el misterio; sabemos que el liberador vendrá con poderes para restablecer el trono del reino de David. Jesús respondió: Vosotros me conocéis y sabéis de dónde soy, pero yo os digo que no he venido de mí mismo, sino que he sido enviado por el Muy Veraz, al que vosotros no conocéis; yo sí le conozco, porque procedo de Él, porque Él me ha enviado para proclamároslo y revelároslo. Los escribas trataron de prenderlo pero nadie le puso las manos encima porque aún no había llegado su hora”. (Juan VII, 25-30).
He aquí un punto crucial con el que todo aspirante deberá enfrentarse. Cuando Cristo aparezca para proclamar en nuestra naturaleza interna el Reino del Padre. Cuando se alce en nuestras vidas para situarnos en la nueva luz, nos asaltará la duda, porque nos conocemos. Sabemos nuestra filiación, nuestra procedencia, es decir, conocemos nuestras maldades, nuestros vicios, nuestras lacras y es natural que pensemos que Cristo no puede aparecer en un terreno tan perverso y que lo rechacemos como si fuera un impostor. Sin embargo, es en la tierra dura donde el sembrador de la parábola empieza a derramar sus semillas, y será cuando seamos aún esa tierra dura cuando aparecerá el mensajero del Reino.
Es importante pues que no nos consideremos indignos, que no cerremos la puerta de nuestra casa por considerarla pobre y poco adecuada para recibir en ella la visita de la fuerza redentora que viene precisamente a sacarnos de nuestra indignidad.
Hay otro aspecto de la cuestión no menos interesante. Es esperar de la visita de la espiritualidad unos poderes internos que hagan de nosotros el Superman que ha de asombrar al mundo. Cuando Cristo aparezca en nuestras vidas, no nos restablecerá en el trono de David, no nos hará reyes o príncipes de la sociedad profana. Su Reino nos hará libres y quizá ello nos pese, al principio por lo menos, porque ya no sentiremos las doradas cadenas que nos sujetaban a nuestros placeres, a las personas, a las cosas, a las “bondades” del mundo material y eso nos descolocará.
“De la multitud, muchos creyeron en él y decían: El Mesías, cuando venga, ¿hará más milagros de los que este hace? Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos oyeron cuchichear a la muchedumbre y enviaron alguaciles para prenderle. Dijo entonces Jesús: Aún estaré con vosotros por un tiempo y después me iré al que me ha enviado. Entonces me buscaréis y no me hallaréis, porque allí donde yo voy, vosotros no podéis venir. Los judíos se preguntaban qué quería decir con ello”. (Juan VII, 31-36).
Cuando Jesús aparezca en nuestras vidas por la puerta de Zain, es decir, cuando penetre en nuestro mundo emocional, muchas de nuestras voces internas lo reconocerán y ello despertará la inquietud de las tendencias dominantes en nosotros, que mandarán los alguaciles, los ejecutores internos de la voluntad establecida, para aprehender a ese enemigo de su autoridad, a fin de acallar las voces de esa muchedumbre de impulsos sobre la que se asienta el poder del yo.
Pero su hora aún no había llegado y los alguaciles no pudieron aprisionar la fuerza crística, puesto que no había alcanzado el grado de materialización necesario para que algo pueda aprehenderse.
Tal como hemos visto en el curso de estos estudios, todo lo que sucede en nuestras vidas debe pasar por un proceso de materialización que va de la pura espiritualidad a la extrema cristalización en el mundo físico.
La institución del Reino anunciado por Jesús siguió el mismo proceso y comenzó siendo una emanación, un don del Padre, para ir penetrando en la conciencia de los seres humanos. En el punto en que nos encontramos, Cristo penetra en los sentimientos, en el denominado mundo cabalístico de Creaciones. Cuando esto ocurra en nosotros, Cristo estará allí solo por un tiempo. Su presencia producirá un gran revuelo en nuestro mundo emocional y las voces de los sentimientos serán oídas por la personalidad humana, que enviará sus agentes para ver lo que pasa, sin que estos puedan impedir que esa voz que viene de lo alto siga hablando.
Después de un tiempo, el impulso crístico se irá del mundo de las emociones y, si no ha sido reconocido por ellas, estas lo buscarán y no lo encontrarán, porque estará en ese lugar en el que las emociones no pueden ir; en ese mundo en el que la espiritualidad se instituye, se forma, empieza a tomar cuerpo en la realidad material. Es el mundo en el que aquel que lo ha enviado conecta sus hilos con la materia humana para vivificarla. Después de estar en el Zain, Cristo pasa al Heith, cuyo trabajo nos describirá la crónica de Juan en el capítulo siguiente.
En el próximo capítulo hablaré de: calmar la sed
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