Guardar la palabra
“Poco es el tiempo que tiene que pasar para que el mundo ya no me vea; pero vosotros me veréis, porque vivo en vosotros, y vosotros viviréis también. En ese día conoceréis que estoy en mi Padre, que vosotros estáis en mí y que yo estoy en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado de mi Padre, yo lo amaré y me manifestaré en él. Judas, no el Iscariote, le dijo: Señor, ¿cómo es que te manifiestas en nosotros y no al mundo? Jesús le respondió: si alguien me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará; iremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama, no guarda mi palabra. Y la palabra que oís no es mía, sino del Padre que me ha enviado”. (Juan XIV, 19-24).
Continuamos en este punto la interpretación esotérica de este extraordinario capítulo XIV de Juan. Una vez más, Jesús reafirma ante sus discípulos que las relaciones con Dios y la percepción de la verdad inherente a esas relaciones, no es una cuestión colectiva, sino individual. El que ama y guarda la palabra, conoce a Hochmah y a Kether: Padre e Hijo establecen su morada en él. En cambio el hombre-mundo, no puede guardar la palabra y Padre-Hijo no pueden establecerse en él. La visión de las cosas será pues muy distinta para quien ama y para el hombre-mundo.
Ya hemos visto a lo largo de estos estudios, que nuestra visión de las cosas, nuestra percepción de la verdad depende del ocupante de nuestras moradas internas – a las que hemos denominado a menudo los Vacíos Internos -. Ya ha quedado bien claro que la fuerza ocupante no aparece en nosotros de forma casual, sino que es llamada a actuar por nuestra voluntad, la cual, en todo momento, lleva la batuta.
No es que ese ocupante aparezca en nosotros con un criterio formado y que nos lo imponga, porque eso sería contrario a las reglas de la creación, en las que el principio de libertad, que se desprende de la voluntad de Kether, está por encima de todo. La fuerza ocupante de nuestras moradas internas nos facilita un determinado tono energético, que contiene una determinada facultad de comprender, en cuyos límites deberemos movernos. Si rozamos el límite superior de esa franja energética, o sea, si nuestra voluntad nos empuja hacia arriba, aparecerá una nueva fuerza ocupante que nos dará un nuevo tono, a fin de permitirnos elevarnos hacia una más alta comprensión del universo. Lo mismo sucederá si estamos rozando el límite inferior de la franja energética del ocupante, en cuyo caso aparecerá la fuerza inmediata inferior.
Esa relación con el ocupante no es del todo neutra e impersonal. En otro punto de la enseñanza, Jesús ya advierte lo que sucede cuando uno de los de abajo se ve desalojado de nuestras moradas internas; nos advierte que va en busca de los siete peores, los cuales lo ayudan a establecerse de nuevo en la casa de la que fue expulsado.
Cuando el ocupante pertenece al linaje de los de abajo, la relación personal es más fuerte; ellos nos quieren, por decirlo así, porque somos instrumentos de su evolución. Nos quieren posesivamente, a la imagen de esos amores pasionales que vemos en nuestro mundo humano, en los cuales el amante desposeído de su amor mata a veces al objeto de su amor antes que perderlo. «La maté porque era mía«, dice ese amante, según una expresión consagrada por la literatura popular. También ese ocupante de abajo prefiere a veces vernos muertos antes de que escapemos a su posesión, y en la historia oculta del ser humano podrían escribirse muchos capítulos de casos en que el ocupante interno de linaje luciferiano ha conducido almas abandonadas por sus Egos a la muerte, cuando manifestaban en ellas ansias de regeneración.
Los de abajo nos instruyen a través de la fuerza de repulsión, por el método del contraste, llevándonos a la percepción de la verdad a través del dolor, la miseria, la dificultad, el drama. Su tono energético tiende a catapultamos hacia abajo, hacia el corazón de su mundo, a fin de que el contraste sea cada vez mayor y que la verdad se perfile cada vez con mayor claridad en el alma de los que bajan. Cuando el ocupante consigue ese descenso, al abandonar su morada a favor de otro más bajo, es felicitado por sus leales servicios por el príncipe Belcebú. Pero no todos los luciferianos proceden de la misma manera. Los que trabajan en el límite que separa el mundo superior del inferior tienen la misión de conducir el alma ocupada hacia arriba y entre ellos y los ángeles se establece una auténtica colaboración.
En las regiones inferiores actúan fuerzas contrarias al orden divino y, por consiguiente, no se respetan las normas de libertad; la voluntad es débil y la persona se ve sometida a esclavitud.
En el próximo capítulo hablaré de: personalizar el tono
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.