Graduar tu luz
Después de haber subido a la montaña de la espiritualidad, del conocimiento, hay que saber bajar de ella, insistamos en este punto, porque es imprescindible para que una gran multitud nos siga, como se dice en la crónica sagrada. Para que la gente que nos rodea entienda lo que hacemos. Para no desconectarnos de familiares y amigos.
Quien está en el camino del crecimiento personal ha de ser capaz de vivir en la sociedad y tienes que ser como ellos cuando te juntas con ellos, para que tu armonía, tu paz y tu amor puedan penetrar en ellos. Si una persona se que pretende transmitir un mensaje se presenta ante la gente con todo su esplendor, los deslumbrará y quedarán a oscuras, produciéndose lo anunciado por San Juan, que la luz sobre las tinieblas resplandece, pero las tinieblas no la comprenden.
Para que la luz pueda ser comprendida por las tinieblas, tiene que disminuir su tono, el candidato debe ser capaz de graduar su luz. En las ceremonias iniciáticas, cuando el neófito es recibido en el templo, se reduce la luz hasta un nivel crepuscular, indicando así, simbólicamente, que los ya iniciados reducen el voltaje de sus almas para entrar en sintonía con el aspirante que, de este modo, puede captarlos y comprenderlos. Luego, una vez iniciado el candidato, volverá a ponerse la luz a su intensidad normal.
Esta reducción de luz puede conducirte muy lejos del punto en que te encuentras, ya que puede significar beber vino con los que beben vino, comer carne con los que comen carne, teniendo muy en cuenta que no es lo que entra en el cuerpo lo que ensucia, sino lo que sale de él.
Ahora bien, ¿hasta dónde debemos llegar en nuestro descenso? ¿Debemos introducirnos en los fumaderos de opio? ¿Participar en orgías sexuales? Si meditamos con atención el punto que estamos comentando, vemos que Jesús hizo la mitad del camino al descender de la montaña y que por otro lado la multitud recorrió la otra mitad, al salir de sus casas para seguirlo. Descenderemos pues hasta el nivel de los que nos siguen, del mismo modo que en el templo iniciático se reduce el nivel de luz para el candidato, o sea, para el que ha buscado anteriormente la puerta del templo y no para el ser profano que jamás ha sentido la necesidad de penetrar en él.
¿Cómo identificaremos a “los que nos siguen”, a los que son susceptibles de seguirnos?, ¿Cómo los reconoceremos en el tumulto de la vida cotidiana? La anécdota que nos pondrá en contacto con el aspirante a la vida superior, será distinta para cada uno de nosotros, pero si manifestamos en nuestras opiniones ordinarias y en nuestro modo de ser lo que hemos aprendido, si rendimostestimonio del “Reino”, discretamente, sin deslumbrar, sin tocar la trompeta, ya se acercará aquel que diga «yo te entiendo«. Entonces deberemos ser capaces de descender hacia sus profundidades humanas para permitirle acercarse a la montaña de la luz. El punto hasta el cual podemos descender debe indicarlo la propia conciencia. Lo que no debemos ser jamás es un inductor a que el otro se comporte según patrones ya superados. Por ejemplo, beber vino cuando el neófito ofrece vino es conforme a las reglas del arte, ofrecer nosotros el vino no lo es.
En el próximo capítulo hablaré de: el engaño del milagro
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