Glorifica a tu hijo
Glorifica a tu hijo para que tu hijo te glorifique, le dice Jesús. Es evidente que si el Padre no nos lleva a su gloria, nosotros no lo podremos glorificar a él. Podemos comparar esta situación con la del hombre de negocios que pone a trabajar a su hijo en los más bajos escalones de su organización para que aprenda a manejar el negocio desde sus más ínfimos engranajes y luego lo va ascendiendo a los puestos de responsabilidad hasta el día en que le dice: prepárate porque voy a poner el negocio en tus manos. En ese día el Padre le comunica todos los secretos de su organización, a fin de que el hijo sepa todo lo que él sabe y se encuentre en condiciones de llevar el negocio como él lo lleva. Será así como el hijo podrá comportarse con los demás negociantes como su padre se comportó, honrándolo en todas las cosas. En este sentido, podemos decir que el Padre glorifica al hijo cuando le comunica los pormenores de su organización cósmica, situando así al hijo en condiciones de glorificarlo a él. El Phe, la puerta diecisiete, es la de comunicación directa entre Padre e hijo. El hijo le dirige la palabra al padre, pidiéndole gloria y el padre responde a sus súplicas concediéndole esa gloria.
Esa gloria, decíamos, consiste en saber. Si conocemos las particularidades del negocio divino, ese conocimiento ejercerá un poder sobre toda carne, como lo dice aquí Jesús. ¿Qué podemos entender por el término «carne» si no es la dinámica natural de la sustancia física, con sus regocijos y sus dolores su plenitud y su corrupción? Si el Padre no nos comunica los pormenores del negocio de esta «carne«, ¿cómo vamos a saber lo que es correcto y lo que no lo es? Mientras el ser humano permanezca en la ignorancia de la dinámica cósmica, ¿podremos exigirle responsabilidades si, al experimentar placer, piensa: «esto es lo bueno» y repite una y otra vez el gesto portador de placer hasta saciarse? Si el Padre lo tiene abandonado en los más bajos escalones de su negocio, ¿podrá exigir responsabilidades a ese hijo suyo revolcándose en el placer del barro? Es evidente que no, y Jesús ya señalaría en otro punto de la enseñanza la responsabilidad que da el conocer las reglas, y sus últimas palabras serían para pedir perdón por los que cometen errores sin saber lo que hacen.
El conocimiento de la mecánica cósmica da un poder sobre la carne, en primer lugar porque uno conoce las consecuencias de sus actos, y sabe que la aparición de las enfermedades y de los reveses tiene una relación directa con una determinada forma de ser y actuar. En segundo lugar, si la carne tiene sus placeres, los demás componentes de la obra divina lo tienen también y a medida que la persona va descubriendo esos componentes, siente el placer de ellos y va prescindiendo de los otros. Finalmente, cuando en la hora Ayn, o sea en la puerta dieciséis de su camino, eleva los ojos al cielo y, con ellos, los demás sentidos, el mundo físico deja de interesarle y ya no siente el placer de nada que se relacione con la carne.
El Conocimiento da pues un poder sobre la carne y ese poder viene por la vía del amor, por la vía de Hochmah, disfrazado con los ropajes de Netzah, ya que Netzah-Venus, como hemos visto en las lecciones anteriores, es el centro que rige los sentidos y, al levantarlos hacia arriba, recibimos el placer que sus creadores han puesto en ellos y ese placer de lo superior nos compensa del placer perdido por lo inferior, por la carne.
Al elevar los sentidos hacia arriba, dejando atrás el mundo de la carne, descubrimos la vida eterna, dejamos de identificamos con lo perecedero y nos adherimos a la sustancia del Padre. Entonces descubrimos que la vida física es un episodio, una peripecia de la eterna vida y que eso que denominamos muerte es el simple abandono, por parte de nuestro Ego Superior, de un instrumento que ya no podía seguir siendo utilizado. Mientras nuestra conciencia se identifique con la carne, el Ego Superior, el yo eterno que hay en nosotros, será considerado como el enemigo, y lo odiaremos por oponerse a algunos de nuestros propósitos humanos. Pero cuando la conciencia adhiera al mundo de arriba, ya no habrá en nosotros dualidad y seremos uno con nuestro Ego, uno con el Padre.
Vemos así que Jesús solicita, en este punto de la enseñanza, plenos poderes al Padre para que, a su vez, él pueda transmitírnoslos a nosotros, y ello ha de conducirnos, dice, a la vida eterna, que consiste en penetrar en el Padre y en su enviado, Jesucristo. Esa solicitud tiene lugar en la puerta Phe, la diecisiete. El hijo le pide al Padre la sucesión. Hasta ese momento, los bienes del Padre han sido administrados por Jehovah, el celoso tutor. La hora ha llegado de que el Padre los ponga en manos del hijo, para que este, a su vez, los transmita al mundo.
Esta transmisión de poderes se efectúa en cada una de las etapas de la Creación y es una mera recapitulación de lo que sucedió en el segundo día de la Creación, cuando el primer aspecto de la divinidad, llamado Padre, se retiró para ceder el protagonismo al segundo aspecto, llamado hijo.
En el próximo capítulo hablaré de: he terminado la obra
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.