Frenar impulsos, para evita males mayores
«Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de caída, arráncatelo y arrójalo lejos, ya que es mejor para ti que uno solo de tus miembros perezca a que tu cuerpo por entero sea arrojado a los fuegos de la gehenna. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de caída, córtatela y arrójala lejos de ti, antes de que te conduzca a la pérdida de todo tu cuerpo». Mateo V, 29 a 30).
Esta recomendación de arrancarse los miembros es, evidentemente, simbólica y solo un loco como Van Gogh se lo tomaría al pie de la letra. Los miembros físicos obedecen a impulsos energéticos emanados del cerebro y son esos impulsos los que deben cortarse y no el miembro, que es un instrumento neutro.
La ciencia esotérica nos enseña que nuestros miembros están movidos por jerarquías espirituales a las que nosotros abrimos la puerta de nuestro organismo humano. Nos enseña igualmente que en nuestro actual estado de desarrollo, son los Luciferes, es decir, los llamados ángeles caídos, quienes accionan los mecanismos de nuestra naturaleza interna. Sin embargo, ellos no imponen un modo determinado de ver o de actuar, sino que están al servicio de nuestros deseos y facilitan en todo momento la clase de energía adecuada para llevarlos a cabo. Si los deseos cambian, el lucifer que nos aprovisionaba en esa calidad de energía se va de nosotros y viene otro que representa la nueva calidad energética que demandamos al desear algo determinado. El que manda es nuestro deseo, si este es de calidad superior, como podría ser recibir luz-información sobre un tema determinado, recibiremos ayuda de más arriba, si el deseo es aprobar unas oposiciones en las que se presentan 10000 personas, la ayuda vendrá de abajo.
Ahora bien, cuando los impulsos dañinos se cristalizan, cuando pasan de ser un impulso (el fuego) a ser un deseo (el agua); de un deseo a una idea (el aire); y de una idea a un hecho (la tierra), podemos encontrarnos con la repercusión física, representada, por ejemplo, por la gangrena, que representa una infección que ha llegado a término. Entonces será necesario extirpar el miembro gangrenado para que no infecte el resto del cuerpo, ya que si la infección se extiende, la persona morirá.
Pero si los deseos son elevados, si alcanzan el grado de lo sublime, entonces los luciferes ya no puede servirnos el género que necesitamos y se retiran de nuestro organismo para pasar ese servicio a los ángeles, los seres de una categoría inmediata superior.
Lo que debemos cortar es, pues, la corriente que abastece el órgano que produce nuestra caída, despidiendo al Lucifer que nos aprovisiona de dicha corriente, para que el ángel pueda ocupar su lugar.
La técnica a seguir para promover ese cambio no consiste en luchar contra la corriente, sino en llamar al ángel que «trabaja» con las corrientes que deseamos introducir en nuestro organismo. Estos seres sublimes tienen la obligación de acudir a las llamadas que reciben de las criaturas de la tierra y su presencia arroja al Lucifer de turno de nuestros órganos, porque no puede soportar la intensidad vibratoria de una entidad que vive en una región superior.
Ya hemos hablado, en el grupo de los genios de la cábala, que tenemos a nuestras órdenes a setenta y dos ángeles activos en nuestros asuntos, cada uno de ellos con un empleo determinado.
Para evitar que las fuerzas de abajo controlen nuestra voluntad es preciso que nos vayamos acostumbrando a elevar nuestra vibraciones, cuidando la comida, la bebida, lo que vemos en la televisión o en el móvil, etc.
Continúa Jesús: ”Ha sido dicho: quien repudie a su mujer le dé una carta de divorcio. Pero yo os digo que quien repudie a su mujer, salvo por causa de infidelidad, la expone a convertirse en adúltera y quien se casa con una mujer repudiada, comete adulterio». (Mateo V, 31 a 32).
Volvamos a repetir, al comentar este párrafo del capítulo 5 de Mateo, que el Sermón de la Montaña no contiene, propiamente hablando, el Evangelio de Jesús, sino que son recomendaciones hechas a los apóstoles para enfrentarse con el contexto doctrinal de su época. Por lo tanto, algunas cosas hay que entenderlas en ese contexto. Y, sobre todo, no hay que verlo como preceptos morales.
Más tarde diría Jesús, refiriéndose al divorcio, que si este figuraba inscrito en la Ley de Moisés, ello se debía a la naturaleza maligna de los hombres de su época, a los cuales había que proporcionar una leyque estuviera al alcance de sus naturalezas y no darles reglas que serían incapaces de cumplir.
Aquí el repudio no es aceptado, salvo en un caso, el de infidelidad, pero en toda la enseñanza de Jesús vemos cómo la bondad es recomendada sin excepciones. Cuando seguimos las enseñanzas de Jesús, a veces tenemos la impresión de que se contradice, pero nunca es así, ya que se trata generalmente de enseñanzas, que vistas desde un punto de evolución son de una manera y una vez evolucionamos se vuelven de otra.
En nuestra sociedad, debemos interpretar este mandato valedero para uno y otro sexo. Si nuestro cónyuge es infiel, es sin duda porque se encuentra en «los días peores«, en esos días en que prometimos estar a su lado cuando celebramos la boda. La infidelidad representa una desgracia para quien la comete; porque si se encontrara en gracia, en la plenitud de sí mismo, no sentiría la necesidad de buscar la ternura o el placer fuera de sí mismo, fuera de su unidad.
El ser humano completo está formado por una personalidad masculina y otra femenina. Cuando una persona se casa, su otra personalidad, la no aparente, se encarna en el cónyuge, de modo que cuando un cónyuge es infiel al otro, su infidelidad revela a la “víctima» una infidelidad latente alojada en su ser interno e inconsciente. Por su parte, el «culpable«, al acometer acto de infidelidad, crea una división en sí mismo, se escinde de la unidad formada por el matrimonio y esa escisión en uno mismo es portadora de divisiones exteriores, de resquebrajamientos sociales, políticos, de fraccionamientos múltiples que, en una fase ulterior y colectiva, pueden conducir a la guerra. La guerra tiene su origen en la infidelidad, o sea, en la división de nuestra alma en dos bloques antagónicos, por lo tanto, podemos decir que el infiel está viviendo en sus peores días, y por ello mismo debemos brindarle nuestra solidaridad, porque esa solidaridad es el hilo de Ariadna que puede conducirle a su unidad interior, al retorno a esa unidad.
Por consiguiente, el repudio, la separación, el divorcio, son nociones extrañas a las enseñanzas de Cristo. Por otra parte, si analizamos la palabra adulterio, vemos que se llama producto adulterado aquel en el cual han sido vertidas sustancias extrañas al producto mismo (en este momento están de moda los transgénicos, que son productos adulterados). En España hemos aprendido mucho sobre el tema de las adulteraciones, por las que produjeron en su momento un rosario de víctimas con el problema del aceite de colza desnaturalizado.
Así el adulterio representaría poner sustancias extrañas en la unión de dos personas. Los involucrados deberán pues volver internamente al orden natural para superar esa situación.
La unión entre dos personas siempre está generada por una necesidad interna y esa necesidad crea las circunstancias que la posibilitarán. A veces los cónyuges se encontrarán a la vuelta de la esquina y otras veces tendrán que recorrer miles de kilómetros para conocerse y tanto si el encuentro es fácil como difícil, ello no constituye una garantía de entendimiento, porque la armonía depende del equilibrio de fuerzas interiores y no de los caracteres que ambos cónyuges exteriorizan.
En el próximo capítulo hablaremos de: el juramento, un lastre innecesario
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