El unguento de la discordia
“Seis días antes de la Pascua vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Le dispusieron allí una cena, Marta servía y Lázaro era de los que estaban en la mesa con él. María, tomando una libra de ungüento de nardo legítimo, de gran valor, ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos y la casa se llenó con el olor del ungüento. Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que había de entregarle, dijo: ¿Por qué ese ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres? Esto decía, no por amor a los pobres, sino porque era ladrón y, llevando él la bolsa, hurtaba de lo que en ella echaban. Pero Jesús dijo: déjala, lo tenía guardado para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre”. (Juan XII, 1 a 8).
La entrada de la fuerza crística en el Lamed empieza con una cena. En cada uno de los trabajos de transición que van de un ciclo a otro, se efectúa una recapitulación de las etapas pasadas. Esas recapitulaciones tienen lugar en la fase cuatro, bajo los auspicios de la fuerza llamada Daleth, momento en que la bola de fuego del designio, el huevo divino, es introducido en los sentimientos. En la fase ocho -Heith- cuando el designio abandona el ciclo de elaboración sentimental para penetrar en el mundo de Formación. Y en la fase doce, bajo los auspicios del Lamed, momento en que el designio, volcado boca abajo, es introducido en la Tierra a la que ha de trasformar, trabajo que Juan nos describe en el presente capítulo.
En el momento en que vamos a entrar en un mundo nuevo, es preciso hacer acopio de cuanto hemos aprendido anteriormente, preparar el bagaje, llenar la despensa con todos los alimentos que podamos contener. Este proceso necesario se indica aquí diciendo que Jesús va a cenar con sus discípulos. Esa necesidad de comer cuando el espíritu se desplaza de una a otra etapa, se manifiesta en la vida profana a través de ese afán que sienten los que van de viaje de sacar la tortilla y el bocadillo apenas se suben a un tren sea la hora que sea.
Marta servía y María ungía al Señor con ungüento de nardo legítimo, nos dice este punto de la enseñanza, lo cual provoca las críticas de Judas, reprochando que mejor seria obtener un beneficio material de aquel ungüento y dar el producto a los pobres.
Al llegar la fuerza crística a los confines del mundo material, Judas adquiere protagonismo. Ya vimos al hablar de la elección de los doce apóstoles, que Judas es el representante de Yesod, o sea el encargado de distribuir los tesoros que han elaborado los demás Sefirot en el mundo material. Al ungir María al Señor con sus esencias, Judas se ve frustrado de sus funciones, y de ahí que proteste.
Es decir, hemos visto que Marta y María representan la doble alma humana, una parte asumiendo las funciones propias de la Columna de la Izquierda, o sea las de servicio; la otra conectada con la Columna de la Derecha, de la cual proceden las energías espirituales. Cuando ambas realizan plenamente sus funciones, resucita Lázaro, el amado de Jesús que representa la parte activa de esa doble alma, la que las une indisolublemente y convierte sus poderes latentes en actividad trepidante y creadora, puesto que el alma desunida es semejante a esa infeliz Penélope que deshacía de noche el tejido que había estado tejiendo durante el día.
Cuando esa alma humana se encuentra en condiciones de actuar, cuando se sienta en la mesa de la divinidad e ingiere el manjar divino, ya no le quedan «pobres«. El no alimentado, se encuentra allí, en la mesa, y ya no es necesario que las esencias del alma sean vertidas al mundo físico para la obtención de experiencias. Esas esencias de gran valor se invierten hacia arriba, hacia ese centro llamado Tiphereth, que es la sede de Cristo en el Mundo de Creaciones.
Si la humanidad hubiese llegado al estado evolutivo representado por esas tres figuras llamadas Lázaro, Marta y María, la purificación que Cristo vino a realizar ya se hubiese cumplido y no le hubiera sido necesario derramar su sangre. Pero Judas estaba allí para recordar al Maestro que esa sangre debía ser derramada y que los ungüentos del alma debían servir para alimentar a los pobres.
Al ponerse Jesús del lado de María, porque pobres siempre los hay, mientras que él no siempre está, le decía al discípulo, o sea a Yesod, que su función, la de dar abajo lo procedente de arriba, ya tendrá múltiples ocasiones de practicarla, mientras que derramar los ungüentos hacia arriba es más bien raro, porque él no siempre está en el alma humana y, no estando, mal puede esta derramarle sus fluidos.
Judas se cansará de vender ungüentos y dar su importe a los pobres, o sea, no le faltará trabajo en exteriorizar al mundo físico el contenido del alma, a fin de que esta, viendo las anécdotas sucederse, tropezando con la realidad, comprenderá, es decir, sus pobres podrán comer.
En el próximo capítulo hablaré de: un modelo de comportamiento
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