El tránsito por las tinieblas
“También los discípulos son abandonados por el Maestro en las aguas negras de la noche «. (Mateo XIV, 22-33. Marcos VI, 45-52. Juan VI, 16-18).
En esta secuencia de la crónica sagrada se esconde una importante enseñanza que trataremos de desmenuzar, tanto para aquellos que ya poseen unos conocimientos cabalísticos, como para los profanos en ellos.
Esta parte del relato evangélico describe el trabajo de Cristo en la fase Vav. La letra Vav encierra un conjunto de fuerzas que permiten a la luz penetrar en las tinieblas. En el Árbol sefirótico, el Vav es la letra-fuerza que corresponde a Tiphereth, o sea al Sol el cual, a su vez, es ese hijo único que Dios envió al mundo de tinieblas para redimirlo. Si decimos que en el Árbol de la Vida, Kether, el centro 1, representa la figura del padre, Tiphereth, el 6, el centro que le sigue en la columna central, será el hijo. El Vav es pues una fuerza crística por excelencia.
Si tomamos el Sol, como regente de Tiphereth, como base de conocimiento de esa fuerza cósmica llamada Vav, observamos que alumbra la tierra en que vivimos tan solo la mitad del día. De modo que, haciendo un paralelismo con nuestra vida, en nuestra actual fase de desarrollo, hay en nosotros mitad luz y mitad sombras, viniendo ineludiblemente un momento del día en que el Sol desaparece de nuestro horizonte, del mismo modo que Jesús desapareció en la cima del monte Tiberiades, mientras la muchedumbre regresaba a sus casas y los apóstoles se hacían a la mar.
En el esquema de nuestra psique, el Sol representa la voluntad y la conciencia y podemos decir que la voluntad se manifiesta durante el día y la conciencia durante la noche, o sea que la voluntad del Ego Superior se retira de sus vehículos físicos, dejándolos bajo la custodia de la conciencia durante el periodo de sombras.
Si transportamos ese fenómeno físico al mundo de nuestros sentimientos, vemos, volviendo al Árbol sefirótico, que Tiphereth-Sol se encuentra en el llamado Mundo Cabalístico de Creaciones, que es el relacionado con los sentimientos. Podemos decir así que la luz penetra en los sentimientos, en la naturaleza emotiva del ser humano, internándose en ese mundo oscuro para iluminarlo.
Pero, del mismo modo que el Sol no puede iluminar de forma permanente un punto determinado de la tierra, tampoco esta luz interna puede permanecer en nuestros sentimientos de un modo permanente. Será solo mediante un trabajo nuestro personal, constante, como conseguiremos alejar la noche de nuestro yo emotivo. Si conseguimos esto, habremos logrado detener el Sol en su marcha, como lo hiciera Josué en una batalla contra sus enemigos.
Detener el Sol, aprisionar la luz en nuestra naturaleza emotiva, no es algo que pueda hacerse colectivamente, sino un trabajo individual y minucioso, que requiere todo un proceso alquímico de transmutación de la personalidad.
En el llamado mundo de los deseos, como la materia es transparente, el Sol luce en él las veinticuatro horas del día. El que ha seguido la obra de Kabaleb, ya sabe que todos estamos viviendo en ese mundo con nuestro cuerpo de deseos, pero este cuerpo está recubierto por unas capas de materia grosera, las que se corresponden con las bajas regiones del mundo de Deseos, esa materia que ha sido producida por las pasiones, los bajos deseos, los sentimientos negativos. Y el Sol no puede atravesar esos envoltorios, en los cuales se alojan los que trabajan en esas regiones, los luciferianos y demás entidades situadas en escalones evolutivos más bajos aún.
En el estado actual en que nos encontramos, la luz del Sol solo penetra en nuestro mundo emotivo por destellos, cuando, en su curso interno atraviesa puntos de nuestra naturaleza-deseos que no están ocupados por los demoníacos. Entonces, deslumbrados por ese destello, descubrimos la luz del hijo de Dios, nos saciamos del alimento que produce ese «milagro» – tanto más milagro por la brevedad de su manifestación- y algo en nuestra naturaleza clama «¡Hagámosle rey!», Como lo clamó la multitud sentada en las bajas rampas del monte Tiberiades.
Pero para que esa luz pueda reinar en nuestras vidas, será preciso, como decíamos, que seamos capaces de aprisionarla en nuestro cuerpo de deseos y, para ello, será necesario expulsar a todos los demoníacos que viven en él y que forman esas capas sombrías que la luz no puede penetrar.
Hemos comentado ya en Los Misterios de la Obra Divina, que una buena forma de desprendernos de la capa oscura que nos rodea es realizar el trabajo diario de Retrospección. Se trata de ir recordando, por la noche antes de acostarnos, desde lo último que hemos realizado a lo primero de la jornada que termina. Es preciso detenerse en cada emoción generada y recibida y tratar de sentirlas en propia piel. De esta forma la estaremos eliminando.
Si este trabajo no se lleva a cabo, la luz subirá al monte y nosotros nos quedaremos sin ella igual que esa multitud se quedó sin poder proclamar rey a quien los alimentó con una nueva esperanza.
Imaginemos ahora, por un momento, que esa multitud que se alimentó con el pan y los peces, hubiese conseguido, mediante un ardid, apoderarse del Maestro y, haciéndolo descender a los niveles en que se encontraban ellos, lo hubiesen proclamado rey. ¿Qué hubiera sucedido? Que la luz se hubiera refractado en sus tinieblas sin penetrarlas, dando lugar a un mundo cubierto de espesas nubes en el que el Sol no puede brillar.
Digo que imaginemos este panorama porque esto es, ni más ni menos, lo que ha sucedido con el cristianismo en su despliegue histórico. Cuando el cristianismo fue oficializado, pasando de ser una religión de esclavos a una religión de reyes, no fue porque los nutridos con ese mítico pan y los peces se elevaran hacia el mundo de la luz, sino que coronaron a Jesús como rey de sus pasiones, de sus vicios, de sus perversiones.
Cuando utilizamos nuestra luz para justificar nuestras tinieblas, es decir, hacemos que la parte sublime brinde razones para aceptar las parte más baja, estamos coronando a Jesús como rey de la parte inferior. Dar al César lo que es del César es la clave. Mientras tengamos tendencias que nos rebajan, deberemos darles los mendrugos que caen de nuestra mesa y esperar a coronar a Jesús a que hayamos superado esas tendencias. En el intervalo, las dos fuerzas deberán cohabitar en nosotros.
Volviendo a la religión de la que hablábamos, es evidente que esa coronación solo puede llevarse a cabo en el mundo de la ficción a la manera de una farsa. Y esa ha sido la tendencia del cristianismo histórico hasta la fecha. Si ha habido en su seno individualidades sublimes, ejemplares, estas han podido existir a pesar de la organización social del cristianismo, a menudo combatidos por los representantes oficiales mientras vivían, para ser glorificados e incorporados a la organización después de muertos.
El Cristo de la religión oficial no murió en el Calvario, sino que fue hecho prisionero y coronado en el monte Tiberiades, obligándolo a reinar y a justificar el mundo de las sombras. Así se explica que la Iglesia cristiana haya podido producir la Inquisición, o que una encíclica de un Papa diga que es lícito matar si es en defensa propia, por no citar más que esos dos tristes ejemplos.
En el próximo capítulo hablaré de: cuando se hace de noche
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