El pozo de Jacob
«Jesús llegó a una ciudad de Samaria llamada Sychar, cerca del campo que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encontraba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del viaje, se había sentado al borde del pozo. Era alrededor de la hora sexta» dice la crónica (Juan IV, 5‑6).
No es esta la primera vez que las Sagradas Escrituras nos hablan de un pozo. Ya Moisés, huyendo del faraón, después de haber dado muerte a un egipcio, se detuvo cerca de un pozo, en el país de Madian, y allí conoció a Séphora, la que sería su esposa (Éxodo 11, 15‑22). Y ese pozo en el que descansó Jesús, fue el mismo al que llegara Jacob huyendo de su hermano Esau, en el que encontraría a la bella Raquel, que seria más tarde su esposa (Génesis XXIX, 1‑6) ¿Qué significa pues el pozo? Y ¿qué relación tiene con la mujer?
Ya sabemos que el Elemento Agua está relacionado con el amor, desde que el centro de vida llamado Hochmah tuvo que convertirse en agua para asimilar y canalizar las aguas zodiacales, al entrar en funciones los signos de Agua, en el segundo Día de la Creación. Desde entonces, el agua es el elemento que caracteriza la columna de la derecha que, como sabemos, es la de la Sabiduría, la que Cristo vino a descubrir.
Las aguas son también nuestras emociones, han dado lugar al establecimiento del Cuerpo de Deseos, que tan reacio suele mostrarse a la sabiduría. Esto podría parecer una contradicción, pero si nuestras aguas interiores no expresan la sabiduría‑amor, es porque no han sido aún suficientemente trabajadas por Hochmah; es decir, la voz de Cristo no se hace oír lo bastante en ellas como para moldearlas. Cuando los trabajos evolutivos hayan alcanzado su cenit, entonces nuestros deseos expresarán el amor divino, porque se habrán fundido con el Fuego Creador.
Así pues, el Agua viva de Hochmah se recubre de un caparazón de materia para poder manifestarse en el mundo material. Podemos decir que nuestras aguas internas son las que nutren y alimentan nuestra existencia y, en este sentido, todos somos pozos que llevamos dentro las aguas en las que abrevan nuestros rebaños, es decir, las tendencias psíquicas que gobiernan nuestra vida.
En el lenguaje coloquial, suele decirse mucho que tal persona es un pozo de ciencia o de sabiduría, queriendo indicar con ello que la ciencia está en el interior y que el cuerpo físico la recubre.
El pozo al que llegó Jacob, en tierras de su tío Laban, representa pues ese lugar mítico en el que la sabiduría puede ser extraída del receptáculo material que la contiene. Esa sabiduría aparece bajo los trazos de una bella mujer porque la mujer es la parte interna del hombre como las aguas están dentro del pozo, ella simboliza el alma humana, esa alma que es parte del Espíritu‑Ego Superior y a la que se van integrando, vida tras vida, las experiencias que nuestra confrontación con el mundo va produciendo.
Allí, en el pozo, Jacob y Moisés encontraron a su mitad perdida, a la bella Sofía con la que, tras duros trabajos, podrían fundirse y reconquistar la unidad. Para el Ego Superior esta bella Raquel o Séphora, o Balkis, cualquiera que sea el nombre bajo el cual aparezca, es la naturaleza‑deseos, que es preciso conquistar e inspirarle el amor a la obra. Cuando en nuestra vida aparece el pozo del amor es que estamos muy cerca del final de nuestro viaje, ese mítico viaje que va desde las tierras en que nos vemos amenazados de muerte hasta los paisajes seguros de la sabiduría y el amor.
Nos dice la crónica sagrada que el encuentro entre la samaritana y Jesús sucedió hacia la hora sexta. En el dominio de la espiritualidad, las horas se cuentan a partir de la salida del Sol, de modo que ese encuentro se sitúa alrededor del mediodía. Pero esto no debe preocuparnos demasiado, ya que no se trata de un encuentro físico, sino de un encuentro mítico.
Sabemos que las dos primeras horas de la luz solar están regidas por el signo de Aries, las dos horas siguientes las rige el signo de Leo, y las dos que suceden están regidas por Sagitario. La hora sexta se encuentra pues bajo el dominio de Sagitario y como a partir del mediodía entran en funciones los signos de Agua, podemos decir que la hora sexta es aquella en que el Fuego entra en contacto con el Agua, la hora en que Sagitario exterioriza el designio divino, introduciendo su simiente en el signo maternal de Cáncer, para que el designio de la divinidad sea fecundado por los sentimientos.
De 0 a 2h. Después de la salida del sol = regencia de Aries.
De 2 a 4h. Después de la salida del sol = regencia de Leo.
De 4 a 6h. Después de la salida del sol = regencia de Sagitario.
En nuestra vida común, el trabajo de la hora sexta ha de consistir en introducir el Propósito de la jornada en nuestra personalidad emotiva para que los sentimientos se pongan a trabajar en aquello que nuestro espíritu ha elaborado.
“Nos dice la crónica que habiendo ido los discípulos de Jesús a la ciudad para comprar provisiones el maestro quedó solo en el pozo y pidió a la samaritana que le diera de beber, ella le respondió ¿Cómo tú, siendo judío, me pides que te dé de beber, siendo yo una mujer samaritana?» Los judíos, en efecto, no tenían relaciones con los samaritanos. Jesús le respondió: Si conocieras el don de Dios y supieras quién es el que te pide agua, habrías sido tú la que le pidiese de beber y él te habría dado el agua viva, Señor, tú no tienes nada para subir el agua y el pozo es profundo ¿De dónde sacarías pues esa agua viva ¿Acaso eres más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo en el que él mismo bebió, como sus hijos y sus rebaños? Jesús le respondió: quienquiera que beba este agua seguirá teniendo sed: pero el que bebiere el agua que yo le diere no tendrá sed nunca jamás, y el agua que yo le daré se convertirá en manantial de agua que manará hasta en la vida eterna».(Juan IV, 7‑14).
Vemos aquí que Jesús pide agua y la ofrece a su vez estableciendo muy claramente dos calidades de agua, la suya y la del pozo. La samaritana es el símbolo del alma humana que en un nivel de formación primitivo se llamó Raquel, después tomó el nombre de Séphora y más tarde aparecería ya bajo una forma colectiva con el nombre de Balkis, la Reina de Saba.
Ese alma humana va a beber en el pozo del Conocimiento: bebe ese agua que encuentra enterrada en las realidades materiales y que en lugar de calmar la sed, la acrecienta. Es la conocida sed de conocimientos o hambre de espíritu que siente todo discípulo que se acerca a los senderos de la izquierda. Jacob bebió esas aguas en las tierras de Laban y las legó a la posteridad para que pudieran conocer los misterios del universo. Cristo llevaba consigo las aguas vivas, no las que transcurren por dentro de los receptáculos materiales, sino las que son chorro luminoso que inspira y aporta la sabiduría, engendradora de todos los conocimientos que el ser humano necesita.
En esta secuencia, Cristo pide al alma de la humanidad que se entregue, que le aporte su caudal de conocimientos, que le dé a beber sus aguas profundas. Ese alma, representada por la samaritana, se extraña de que le dirija la palabra. No reconoce en Jesús al espíritu inmortal con el que ese alma humana ha de unirse. Uno y otro son de regiones distintas y no se hablan. Jesús se lamenta que ese alma no le reconozca, que no sepa ver que él es la fuente y que uniéndose a él, nunca más tendrá sed. Ese no-reconocimiento es muy genuino de la hora sexta, momento en que el Fuego penetra en el Agua y esta lo combate intentando apagarlo. Solo más tarde los dos elementos se conciliarán y trabajarán de forma conjunta en la fecundación y la gestación de la vida.
La mujer le dijo: «Señor, dame ese agua, a fin de que nunca más tenga sed y pueda dejar de venir a este pozo» «Ves a llamar a tu marido y vuelve aquí», le contestó Jesús y la mujer replicó: «Yo no tengo marido», Jesús continuó: «Tienes razón al decirlo, ya que son cinco los maridos que has tenido y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. (Juan IV, 15-18).
Vemos aquí, que el alma se abandona, que está dispuesta a dejar las aguas del pozo, para beber en la fuente de Cristo, pero para que este propósito sea firme, es preciso que sea sostenido por la parte que representa la Voluntad de esa alma. Esa voluntad es el marido y la mujer confiesa no tenerlo. Era necesario que no lo tuviese para poder desposarse con Cristo y este le recuerda sus cinco maridos anteriores, es decir, las cinco Voluntades que han generado en esa alma, correspondientes a los cinco centros de vida con los que esa alma ha ido identificándose: Binah, Hesed, Gueburah, Tiphereth, Netzah. En el momento del encuentro, el alma humana convivía con el sexto centro a partir de Binah, Hod, pero al encontrarse ante Cristo se desconecta de él, dice no tener marido, hallándose así en estado de disponibilidad para la unión con Cristo, que será así el séptimo marido (Yesod), el definitivo, el que calmará la sed del alma poniendo punto final a su peregrinaje de marido en marido y llegando al final del Árbol de la Vida.
En este relato simbólico, vemos una vez más, que Cristo se revela al alma humana, cuando esta ha alcanzado el final de los senderos de la columna de la izquierda, el centro Hod, cuando la cabeza de Juan ha sido decapitada. La iluminación, la sabiduría, solo pueden alcanzarse en su plenitud, cuando el alma humana ha ido durante vidas y más vidas a beber las aguas profundas del pozo de Jacob.
Si este relato hubiese sido escrito por los mitólogos o los autores del Antiguo Testamento, nos lo hubiesen presentado como una historia de amor. Juan, para no dar lugar a equívocos, nos describe el encuentro como una historia de aguas y de sed, con la seguridad de que será entendido por aquellos que conocen el lenguaje de los símbolos.
«Veo, Señor, que eres profeta—le dijo la mujer— Nuestros padres han adorado en lo alto de esta montaña, vosotros decís que el lugar en que debe adorarse es Jerusalem» Anticipándose a su pregunta sobre dónde debe adorarse Jesús le dijo: «Mujer, créeme viene la hora en que no será ni en la montaña ni en Jerusalem donde adoraréis al Padre, sino que los verdaderos adoradores lo adorarán en espíritu y en verdad, ya que son estos los adoradores que el Padre pide. Dios es espíritu y quienes lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad» La mujer le contestó: «Ya sé que el Mesías debe venir —el que es llamado Cristo— y cuando haya llegado nos anunciará todas las cosas « Jesús continuó: «Soy yo, el que te está hablando”. (Juan IV, 19-26).
Esta fue la única ocasión en que Jesús dijo, sin ningún tipo de ambigüedad, que Cristo era él. Lo que no había revelado ni a sus inmediatos seguidores, se lo revelaba a una mujer que encontró casualmente en un pozo. Esto debía hacer reflexionar a los que interpretan este episodio en un sentido histórico. No fue a una mujer de Samaria a quien reveló su identidad, sino al alma humana y en el mayor de los secretos, ya que allí no había más que Jesús y ella.
Cristo se revelará en nosotros yendo en busca de ese agua y nuestra alma lo reconocerá. Cuando Cristo se manifieste, ya no tendremos que subir a la montaña, ni meternos en el templo para adorar a la divinidad, porque la llevaremos instalada en nuestro propio cuerpo y seremos a la vez montaña y templo. Él constituirá nuestra verdad, lo que somos y lo que hacemos y nuestra vida ya no podrá ser más que un permanente acto de adoración hacia Él, hacia su espíritu actuando en nosotros y hacia la verdad que resulta de su actuación.
Tras esta revelación, llegaron los discípulos de Jesús y la samaritana partió para decirles a los hombres de la ciudad que Jesús le había adivinado todo lo que había hecho en su vida «¿No será acaso Cristo?» Se preguntaba ella misma. Entonces los hombres de la ciudad fueron a él y permanecieron a su lado por espacio de dos días, diciendo después a la mujer: «No es por lo que nos has dicho que creemos en él, ya que nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que es verdaderamente el salvador del mundo«.
Cuando el alma humana queda impregnada de la presencia crística «los hombres de la ciudad«, o sea las múltiples voluntades que van manifestándose en nuestra psique con el correr de nuestros estados internos, acuden también a Cristo y lo reconocen como salvador de nuestro mundo interno. A partir de entonces todas las voluntades se unifican y marchamos al unísono con Cristo.
Estas voluntades, estos hombres de nuestra ciudadela psíquica, permanecen dos días simbólicos con Cristo, porque el tercero es el de la exteriorización y deben regresar a la ciudad a realizar su obra, tienen que marcharse de Cristo, como los residentes de Binah tuvieron que abandonar la beatitud del Reino del Padre para realizar su obra a niveles inferiores.
En el próximo capítulo hablaré de: Salomón y la reina de Saba
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