El poder de los luciferianos
Pero antes de proseguir con la interpretación de ese punto de la enseñanza, quizá fuera oportuno precisar la procedencia de ese inmenso poder organizador que los Luciferianos están administrando. Ya nos hemos referido a él en diversas ocasiones, pero no de una forma explícita.
¿Existe un poder de las tinieblas, un poder que no proceda de la fuerza que ha generado el universo? La respuesta es NO. Los diabólicos no son generadores de fuerza, sino meros administradores de las energías creadoras que «caen» en sus manos. ¿Cómo se produce esa «caída«? Se produce mediante los llamados «desperdicios«; o sea, cada vez que de nuestra mesa espiritual caen mendrugos para alimento de los perros. La situación es esta:
Nuestro Ego Superior nos manda al mundo físico en busca de experiencias y, automáticamente, disponemos de un cuadro de profesores que nos someten a unos programas divinos. Estos profesores, que los antiguos conocían bajo el nombre de genios, forman un equipo de setenta y dos y cada día están emitiendo un programa determinado. Ese programa nos viene bajo forma de una lección que debemos aprender, lección tendiente a formar nuestro pensamiento, a educar y dominar los sentimientos, y a producir en nosotros un determinado comportamiento que ha de ser el resultante de la información intelectual recibida y de la educación emocional. Esa educación se realiza también por procedimientos audiovisuales, puesto que el equipo de setenta y dos profesores dispone de medios muy modernos, y así vemos que las lecciones nos son dadas mediante imágenes, que forman el tejido de las anécdotas de nuestra vida real, de modo que lo que vivimos cada día es el «cine» utilizado por nuestros profesores para instruirnos.
Pero, he aquí que sus esfuerzos caen a menudo en el vacío. Somos malos alumnos, de momento, y desperdiciamos lamentablemente las energías creadoras que esos programas llevan consigo, ya que siendo programas de acción, contienen las fuerzas necesarias para realizarlos. Ese alimento espiritual que cae en nuestro «plato» y que es retirado de la mesa rebosante de desperdicios, es absorbido por los Luciferianos, los cuales, como perros, se encuentran debajo de nuestras mesas, prestos a devorar los restos que son retirados de ellas.
Con los impulsos creadores desperdiciados, los Luciferianos organizan su mundo y establecen su sociedad, de modo que es de los seres humanos que ellos reciben su poder. Cada vez que somos incapaces de ingerir, asimilar y digerir las energías que recibimos de los programadores divinos, esas energías «resbalan» de nosotros y con ellas engordamos al Luciferiano agazapado en nuestra mesa y él, a su vez, nos las devolverá y nos engordará con ellas después de haberlas digerido y marcado con la huella de su personalidad.
Las personas de hoy tienen muy poco apetito por los manjares divinos, y es por ello que el imperio de Satán es algo así como el de Fu Manchu. Todos los Luciferianos pasean por sus castillos gordos y resplandecientes y parecen invencibles.
Muchas veces, al hablar de los efectos kármicos y decir que una muerte violenta siempre es el resultado de una violencia que nosotros hemos puesto en circulación, el lector se pregunta cuando empezó todo esto y se dice que algún día alguien tuvo que matar a otro para que en la siguiente encarnación pudiera convertirse en su víctima. El proceso que estamos describiendo aporta una respuesta coherente a esa pregunta.
En efecto, cuando desperdiciamos una oportunidad divina, estamos engordando al luciferiano que nos engordará, o, dicho de otro modo, nos estamos vinculando al mundo de perdición, donde la tónica, la fuerza dominante, es la repulsión. Situados en ese mundo corremos el riesgo de ser destruidos sin necesidad de que hayamos provocado antes una destrucción. Nos encontramos así en la situación de esas personas que reciben las balas perdidas en días de manifestación política, sin que tengan nada que ver con ella, simplemente porque pasaban por allí, vinculándose de esta forma con el que disparó la bala.
Sin embargo, una cosa es estar en el mundo de perdición y otra es pensar que el luciferiano es un simple forajido que lo primero que hará con las energías que absorbe de nuestra mesa, será liquidarnos violentamente a la primera ocasión. Bien sabemos que los Luciferianos son entidades superiores al ser humano y, por lo tanto, con mayor inteligencia. Ellos son los encargados de suministrarnos los programas que los instructores angélicos no han conseguido hacernos aprender.
Por ello vemos que la tradición nos ha legado un compendio sintético de cada uno de los setenta y dos programas, tanto en su vertiente positiva, angélica, como en la negativa, la diabólica, de modo que cada programa positivo tiene su contrapartida «razonable» negativa y el luciferiano que come los «desperdicios» del primero, perseguirá los mismos objetivos que el instructor de arriba, pero con los medios de abajo.
Lo que acabamos de exponer nos obliga a dar un giro de ciento ochenta grados a todo lo que hemos dicho y estudiado anteriormente sobre el alimento de los Luciferianos. Cuando en el camino de Jesús se cruzó la mujer cananea (Mateo XV, 21-28), el Maestro le explicó que no estaba bien que tomara el pan de los niños para dárselo a los perros, a lo que ella respondió que los perros comen las migas que caen de la mesa de sus amos. Esa respuesta le valió su curación (Ver Capítulo 14). Esa mujer cananea, imagen del alma humana corrompida (enferma) está obrando correctamente dando las migas a los perros, en ese punto de su itinerario humano. Pero cuando el auténtico pastor del rebaño entra por la puerta del establo y las ovejas reconocen su voz, esa caída de las migajas de la mesa debe cesar.
O sea, cuando Cristo irrumpe en el Yod, cuando penetra con fuerza en nuestro cuerpo del pensamiento; cuando su semilla en ese cuerpo -estadio Teith- ha arraigado y transformado internamente nuestra tierra mental, debemos cortar todo alimento a los Luciferianos.
La dinámica de Binah, que es la de dejar restos en los platos, debe ser sobrepasada, y a partir de la entrada de Cristo en el fondo de nuestra mente, los platos deben salir limpios de nuestra mesa: debemos ser glotones con el alimento divino y mojar el pan en la salsa para que no quede ni rastro en el plato, ningún indicio de que allí se haya comido. En nuestra sociedad este proceder está mal considerado, ya que, siendo los Luciferianos nuestros tutores, nos enseñan a dejar los platos sucios y con abundantes migajas.
Resulta así que el glotón, tan desconsiderado por los tratados de urbanidad de inspiración luciferiana, representa la imagen del ser nuevo, de ese que será glotón de alimentos espirituales y que absorberá totalmente los programas positivos de los setenta y dos sin dejar desperdicios.
Ahora bien, esperemos que el lector haya comprendido exactamente que no se trata de establecer una verdad sobre un error, sino que una nueva forma de ser deja sin efecto una regla válida en un estadio anterior.
Hablando de los procesos de cambio, hemos citado anteriormente la anécdota de esos aviones supersónicos cuyo funcionamiento exige una inversión de los mandos, y no solamente son un buen ejemplo para lo que estamos diciendo, sino que vemos que en el mundo natural imperan las mismas leyes que son activas en el desarrollo del ser humano. Si esa inversión de los mandos se operara en un avión que viaja a una velocidad normal, el aparato se caería.
Ello significa que quien no alimenta a los Luciferianos, debe hacerlo cuando aún no ha alcanzado la velocidad de crucero crística, ya que si dejamos sin comida a los de abajo cuando aún estamos utilizando sus fuerzas, estos se subirán a la mesa y devorarán los alimentos que nos son destinados. Mientras los instintos son vivos, mientras las pasiones están alerta en nosotros, debemos respetar la Ley de Binah y alimentar con nuestros recursos espirituales a los habitantes del mundo de abajo, hasta que escuchemos la voz del pastor del rebaño y lo reconozcamos.
En el próximo capítulo hablaré de: Malkuth
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