El pobre Lázaro
«La ley y los profetas han subsistido hasta Juan; a partir de entonces el reino de Dios es anunciado y cada uno utiliza la violencia para entrar en él y es más fácil que el cielo y la tierra pasen, que no que un solo trazo de la ley venga a caducar«, dijo Jesús y para ilustrar ese propósito, refirió la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro:
“Érase un hombre rico que iba vestido de púrpura y de fino lino y que cada día tenía espléndidos banquetes. Un pobre, llamado Lázaro, vivía echado en su portal cubierto de llagas y deseaba alimentarse de las migajas que caían de la mesa del rico; más nadie se las daba, pero los perros venían a lamerle las llagas. Sucedió pues que murió el mendigo y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico y fue sepultado en el infierno. Y cuando estaba en los tormentos, levantó sus ojos y vio a Abraham desde lejos y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: padre mío Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que, mojando la punta de su dedo en agua, me refresque la lengua, pues me abraso en estas llamas. Respondió Abraham: hijo, acuérdate que recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, males, y así ahora este es consolado y tu atormentado. Además de que, entre nosotros y vosotros hay un abismo insondable, de suerte que si los de aquí quisieran pasar a vosotros no podrían, ni tampoco pasar de ahí a nosotros. Te ruego, pues, ¡oh padre! –Replicó el rico-, que le envíes a casa de mi padre, donde tengo cinco hermanos, a fin de que los advierta, y no les suceda a ellos por seguir mi mal ejemplo, venir también a este lugar de tormentos. Replicó Abraham: tienen a Moisés y a los profetas; escúchenlos. No basta esto –contestó- ¡oh padre Abraham! Pero si alguno de los muertos fuese a ellos, harán penitencia. Respondió Abraham: si a Moisés y a los profetas no los escuchan, aún cuando uno de los muertos resucite, tampoco le darán crédito«. (Lucas XVI, 19-31).
El hombre rico y el pobre Lázaro son dos aspectos de nuestra situación en un determinado momento del camino. Somos ricos en los contenidos de esa columna de la izquierda, en cuya cabeza se encuentra esa fuerza llamada Juan y que ha de ser decapitada por el mandato de nuestra alma, que en el relato evangélico recibe el nombre de Salomé, tras despojarse de los siete velos que cubren su desnudez esencial.
Venimos al mundo una y otra vez, adquirimos conocimientos que enriquecen nuestra alma, recibimos reputación, renombre, medios materiales, pero llega un momento en que la cabeza del hombre sabio ha de caer para endosar la personalidad del «pobre Lázaro«, que nos espera acostado en nuestra puerta, deseando alimentarse de las migajas que caen en la mesa de nuestro yo rico.
El «pobre Lázaro» sin fuerzas es la otra personalidad, la que contiene los valores de la columna de la derecha que todavía no hemos explorado. Utilizamos su fuerza, su vitalidad, para enriquecernos aún más en ciencia y fortalecer nuestra razón, y dejamos así que muera el heredero del reino sin haberlo asumido, sin haberle abierto las puertas de nuestro habitáculo humano.
Después de la muerte, él estará arriba, porque era nuestro contacto con la trascendencia, nuestro contacto con Abraham, el hombre dispuesto a dar muerte a su antiguo yo, a su hijo, a su obra, por mandato de su Dios interno, mientras que el hombre rico se irá a los mundos de destrucción, donde sus pretendidas riquezas no podrán seguirle.
Si nos identificamos con Lázaro que duerme en nuestra puerta evitaremos el descenso a los mundos de destrucción y al morir iremos directamente a las regiones superiores del Mundo de Deseos.
En el próximo capítulo hablaré de: Las dos naturalezas
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