El peligro del Noun
El gran peligro que nos acecha en esa etapa Noun, es el de enamorarnos de esas setecientas princesas y el de dar nuestra simiente-voluntad a las trescientas concubinas, o sea, para expresarlo de otra forma, el de trabajar en el mundo material, el de la Forma, en lugar de contener en nosotros las energías creadoras que deberían configurar el mundo espiritual. Reaparece así el tema del derrame de los ungüentos, que hemos tratado en anteriores capítulos.
El viejo Salomón, con sus setecientas más trescientas mujeres, no hizo otra cosa sino dar a Judas el tarro de las esencias para que las vendiera y entregara su producto a los pobres, a esos pobres propósitos internos que necesitan exteriorizarse, convertirse en anécdotas para tener el sentimiento de ser.
Hemos visto, a lo largo de estos estudios, que cada persona tiene la obligación de propagar la Obra Divina y que debe hacerlo en todos los mundos, en el de los deseos, el mental y el físico. Pero alcanzamos un punto en el ciclo evolutivo en que debemos reinvertir la corriente y generar en los mundos de arriba. Este punto es el Noun.
En efecto, en el Mem capricorniano, nuestro poder espiritual ha descendido hasta los niveles más bajos, se ha arrodillado ante los «pequeños» y les ha lavado los pies. Esta purificación supone una puerta abierta hacia los campos de arriba, a los que el alma debe acudir en busca de pastos.
Al llegar al escenario Noun, la belleza y la tranquilidad de que goza ha de servirle para contemplar en el mundo físico las armonías celestes y descubrir la fuerza que las genera. Si no las descubre, si su deseo lleva el alma a la construcción de templos materiales en honor de esas bellas mujeres que son las formas de la naturaleza, es señal de que la corriente no ha sido reinvertida y de que sigue derramándose hacia abajo. Cristo vino precisamente para que los seres humanos pudieran realizar esa reinversión, si no son capaces por ellos mismos de derramar los ungüentos hacia arriba, como lo hiciera María, la hermana de Lázaro.
En la etapa Noun todos nuestros tesoros deben ir hacia arriba. Si no lo hacemos, el Eterno que hay en nosotros se irritará y nos destrozará el reino en el que estamos instalados para dárselo a nuestro servidor, tal como se le anunciara a Salomón. No lo hará sin embargo mientras vivamos, a causa de David, el padre, el constructor del imperio.
En efecto, el período Noun nos pertenece por derecho propio y esta felicidad no puede sernos arrebatada porque nos la hemos ganado, la hemos generado en la etapa Mem. Será cuando muramos en el Noun cuando el reino pasará a manos del servidor que, como sabemos, es el rostro que aparece tras ese poderoso señor que es el Noun, y que en el ciclo de letras hebraicas lleva el nombre de Samekh. Ese servidor-Samekh liquidará el reino y nada de lo levantado por Salomón quedará en pie.
Por ello, en esa travesía del Noun, Jesús recomienda a sus discípulos que su corazón no se oscurezca y que conserven la creencia en Dios y en Él mismo, que es su manifestación más próxima, la que más se asemeja a la naturaleza del Padre.
Si la fe nos acompaña por las tierras del Noun, percibiremos, en el esplendor de lo material, una muestra, un reflejo del mundo de arriba con todo su deslumbrante orden, con toda su precisa organización y ya no sentiremos la necesidad de edificar altares y templos para los dioses de nuestras amadas princesas. En nuestra naturaleza interna aparecerá el mundo de arriba y a medida que lo vayamos construyendo podremos utilizar sus servicios e instalarnos en él como ciudadanos de ese universo que Cristo y sus arcángeles han estado preparando para nosotros.
En el próximo capítulo hablaré de: las moradas del padre
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