El nacimiento del precursor
En el primer capitulo de San Lucas se nos habla de los extraños sucesos que precedieron al nacimiento de Juan el Bautista, el que luego seria llamado el Precursor.
Relata (Lucas capitulo I, 8‑20), que Zacarías había estado rezando para tener un hijo porque su mujer era estéril y él era viejo. Encontrándose Zacarías ejerciendo sus funciones de sacrificador en el templo, cuando ofrecía sus perfumes a la divinidad, se le apareció el ángel Gabriel, el jefe de los ángeles lunares (los que moran en la esfera de Yesod en el Árbol de la Vida) queso los que se ocupan de los asuntos de la fecundidad. Gabriel le dijo que Dios había oído sus plegarias y le anunció que su mujer iba a dar a luz un niño que prepararía al pueblo para que marchara conforme a los mandatos de Dios. Como sea que Zacarías, siendo ya viejo, se mostrara incrédulo y quién no lo estaría en su lugar, Gabriel le dijo que permanecería mudo hasta que los hechos anunciados ocurrieran.
Más tarde, cuando el niño nació (nos relata Lucas I, 59‑64), su madre dijo que se llamaría Juan, tal como el ángel le indicara, cosa que produjo el asombro de los familiares, porque ninguno de los antepasados había llevado ese nombre. ¿Cuál es el significado de ese episodio?
Kabaleb nos cuenta que en esas palabras encontramos descrito el proceso de elaboración de la personalidad crística en su fase final. El nacimiento espiritual es el objetivo supremo de toda vida humana, y para que pueda producirse, primero debe haber en nosotros una voluntad de despertar (representada en este caso por los rezos de Zacarías), una voluntad de empezar a ver y a vivir la vida desde una perspectiva distinta. Después, debe experimentarse en nuestra naturaleza interna un gran cambio; es decir, pasaremos de la esterilidad a la fecundidad, de la vejez a la juventud. Para ello debemos procurar que la tendencia que hasta entonces ha estado dominando en nosotros y administrando las fuerzas de nuestra voluntad, enmudezca para dar su voz al niño que va a nacer, un niño que no será aún el esperado, sino el que preparará el terreno a la otra tendencia, la que nos permitirá definitivamente unir lo divino a lo humano.
Esta es una de las razones por la cual en numerosos templos y corrientes esotéricas, el adepto debe pasar por una fase de silencio. Cuando estamos sumergidos en la vida diaria, resulta difícil realizar esta fase de silencio, pero tenemos herramientas que nos ayudarán, la meditación y la relajación. Si les dedicamos unos minutos diarios, estaremos dando vida a ese Juan, el precursor de Jesús.
Es muy importante repetir de nuevo que el relato de los Evangelios está a caballo entre la realidad física, los personajes que lo protagonizaron y la realidad simbólica, lo que significa en nuestras vidas cada uno de los pasajes relatados.
Así, es preciso comprender que antes de ser Jesús, deberemos ser Juan y, antes que Juan, ser Zacarías. Y siendo Zacarías, deberemos ofrecer los perfumes al Señor, a la hora de los perfumes, como lo consigna Lucas, para que el ángel anunciador aparezca.
Los perfumes representan los actos sublimes, capaces de ascender a los mundos de arriba. Hablamos de esos pequeños cambios que facilitan nuestra conexión, las relajaciones, meditaciones, oraciones, las lecturas que nos ayudan a elevar nuestras vibraciones, la música que nos relaja o nos inspira, el dejar de ver imágenes violentas, de ver telediarios, en la televisión o el cine, eliminar o reducir el consumo de alcohol o tabaco…
Cuando estos pequeños actos se producen, cuando se han repetido una y otra vez como si fueran un ritual; en el momento en que nuestras buenas acciones forman un auténtico rosario, entonces los señores de arriba, las energías, las fuerzas que están aletargadas en nuestro interior, se movilizan y descienden hasta nosotros para anunciarnos que la hora está próxima y que en nuestra vieja naturaleza, la que ya no podía dar fruto, va a nacer ese niño por cuyo ministerio el pueblo encontrará su camino hacia Dios, hacia nuestro Dios interno.
Se trata aquí del pueblo interno, el que está formado por tendencias múltiples que se manifiestan en nosotros al azar de los días, haciéndonos ora héroes, ora villanos; tan pronto sublimes como perversos. Mientras exista en nosotros esa pluralidad de personalidades, lo bueno que hagamos en un día se verá aniquilado por lo malo que realizamos en el siguiente. Ese pueblo interno debe estabilizarse, unificarse, de forma que cualquiera que sea la tendencia que suba al poder en nuestra psique, la voluntad que se exprese a través de ella sea la misma.
Zacarías, hemos dicho, representa uno de los estadios finales de la elaboración de la personalidad crística; representa esta tierra vieja – su esposa – que parece haber agotado su vitalidad y que no puede ya dar más de sí. Y, en efecto, la ha agotado para la fructificación material, para los placeres de orden mundano. Es preciso que las apetencias materiales empiecen a desaparecer de nosotros, que estemos agotando nuestra capacidad de generar en el mundo físico, que cada vez nos importe menos, que nos desapeguemos de lo que nos genera apegos, para que podamos oír la voz del ángel anunciándonos que el Espíritu Santo nos declara aptos para generar en los mundos espirituales.
Es decir, es preciso que ya hayamos realizado una serie de experiencias como trabajar, tener familia, ganar dinero, divertirnos, en definitiva, vivir los placeres mundanos, para que una vez aburridos de repetir el mismo guión, y con la inquietud generada por la falta de respuestas, sintamos la necesidad de ir más allá, de conocer nuevas realidades, de avanzar, de elevarnos. Porque sin esas ganas, sin que Zacarías tenga ganas de tener un hijo, la historia no se pondrá en marcha.
Entonces Zacarías enmudece y el niño‑precursor nace. Ese niño significa una ruptura total con nuestra personalidad anterior, orientada hacia el mundo material, y por lo tanto no puede llevar el nombre de ningún antepasado nuestro, es decir, de ninguna de las tendencias que un día rigieran en nuestra personalidad humana, y los «familiares» se asombran de que el niño se llame Juan. Aunque esta costumbre se está perdiendo, aún podemos encontrar sagas en las que 4 o 5 generaciones dan a sus hijos el mismo nombre, intentando perpetuar una realidad que está abocada al cambio.
Si tu Zacarías interno ya está pidiendo el cambio y ese nuevo Juan asoma la cabeza, estaría bien que llevaras a cabo alguna actividad que propicie ese cambio, como dejar de ver series que te alteren, prescindir de telediarios y de sus malas noticias. Si te preocupa estar al día, puedes leer titulares online, generan menos energías negativas. También estaría bien que le dedique unos minutos al día a desconectar, a no pensar en nada o incluso a meditar.
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