El mundo os odia
“Si el mundo os odia, sabed que me odió a mí primero que a vosotros. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero dado que no sois del mundo, sino que os elegí fuera de él, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que os dije: no es el siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán. Si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra”. (Juan XV, 18-20).
Seguimos con los trabajos a efectuar en la hora Samekh. Vemos en este punto lo que hemos expresado tantas veces a lo largo de la enseñanza: hay un esquema cósmico, un modelo, un patrón, y todos los seres humanos debemos ineludiblemente pasar por él. Cristo vino a mostrarnos el camino y lo que a Él le ocurrió al vivir ese esquema, ha de ocurrirnos a nosotros; o sea, hemos de suscitar el aborrecimiento, el odio, la incomprensión del mundo.
Este odio del mundo aparece de una manera natural y es de algún modo la cabeza de puente que ha de llevar el mundo a su salvación. Veamos la mecánica del odio: llamamos odio al sentimiento opuesto al amor, de modo que amor y odio forman un eje inseparable, el amor siendo la polaridad positiva y el odio la polaridad negativa. Cristo vino a descubrirnos un mundo interno cuya existencia se ignoraba, o sea, que no éramos conscientes de él y, por consiguiente, éramos indiferente a sus valores.
Este mundo crístico se sitúa en la Columna de la Derecha de el Árbol Cabalístico, mientras que el mundo en el cual vivía el ser humano antes de Cristo, era el que correspondía a la Columna de la Izquierda, la de las leyes, de las reglas, del sometimiento a Jehovah.
El ser humano vivía -vive aún- positivamente en el mundo de Jehovah y siendo el amor el sentimiento que se manifiesta por el polo positivo, podemos decir que el ser humano amaba ese mundo. Ese amor del mundo no podía ser reemplazado por otro amor, porque la expresión positiva de toda cosa es la resultante de un proceso que ha empezado por ser un germen, que se ha manifestado internamente, esto es, negativamente, y que finalmente se ha positivizado y ha aparecido en nosotros como una fuerza que nos impele a obrar. Es entonces cuando decimos que amamos eso que moviliza nuestros recursos internos para expresarlo.
Para revelar un nuevo universo Cristo debía seguir ese proceso natural de penetración en los seres humanos que amaban el mundo, o sea, debía manifestarse por la polaridad negativa de ese amor, suscitando en ellos el odio. Todo tiene dos polos, pero muchas veces estamos tan identificados con uno de ellos, que no tenemos ni la más remota conciencia de los valores operantes en el otro. Cuando esos valores se manifiestan, es evidente que constituyen una amenaza para aquello con lo cual estábamos identificados, y nuestra reacción natural es la de destruirlos. El odio es así un instrumento de defensa del amor, de lo que amamos, una defensa de los valores en los cuales creemos y que respetamos. Pero al mismo tiempo, la aparición del odio significa que hemos tomado conciencia de que al otro lado de aquello con lo cual estamos identificados, hay algo, hay un mundo que nos suscita y que un día u otro será nuestro mundo.
En el próximo capítulo hablaré de: el destino del odio
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