El mandamiento más grande
“Los fariseos, oyendo que había hecho enmudecer a los saduceos, se juntaron en torno a Él y le preguntó uno de ellos, doctor, tentándolo: Maestro, ¿cuál es el Mandamiento más grande de la ley? Él le dijo: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a este, es: amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos pende toda la ley y los profetas. Díjole el escriba: muy bien, Maestro, con razón has dicho que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y que amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, es mucho mejor que todos los holocaustos y sacrificios. Viendo Jesús cuan atinadamente había respondido, le dijo: no estás lejos del Reino de Dios. Y ya nadie se atrevió ya más a preguntarle”. (Mateo XXII, 34-40. Marcos XII, 28-34).
Este es el último diálogo que sostuvo Jesús con sus oponentes, los representantes del mundo antiguo, y en él su enseñanza volvería a lo primordial, al amor a Dios y a los semejantes con la mente, el corazón y el alma. Si el costado izquierdo de nuestra naturaleza se une al derecho en ese amor, el alma, que es el resultado conjunto de nuestras actividades, quedará impregnada de ese amor, que es luz y entonces aparecerá clara ante nosotros la ley y podremos contemplar las perspectivas futuras de nuestra vida y del mundo, anunciadas por los profetas. El amor a Dios por parte de esas tres estancias que hay en nosotros, se convierte en esa esencia llamada Sabiduría que nos permite penetrar en el misterio de todas las cosas.
Encontramos en los Evangelios muchas secuencias repetidas y esto no se debe a que los cuatro refieran los mismos hechos, puesto que esas repeticiones están consignadas en fases distintas de la penetración crística. La repetición se debe a una necesidad de repetir los conceptos, las meditaciones, el estudio, en diferentes épocas del año y de nuestra vida. Porque volviendo una y otra vez a las mismas cosas, los fariseos que llevamos dentro se van convirtiendo, van percibiendo poco a poco el discurrir de la verdad, que primero amplía el sentido de las cosas, agranda el conocimiento para, después, dar un vuelco, y llevar a la persona a la percepción de lo contrario, de un universo en el que todos los valores son vueltos del revés.
En el próximo capítulo hablaré de: el hijo de David
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