El desprendimiento, una necesidad espiritual
«Cuando ayunéis, no adoptéis un aire triste, como los hipócritas, que aparecen con el rostro deshecho para mostrar a los hombres que están ayunando. En verdad os digo que ya reciben su recompensa. Cuando ayunéis, perfumaos la cabeza y lavaos la cara, a fin de no mostrar a los hombres que estáis ayunando, sino al Padre que está en lo secreto, y Él, que ve en el secreto, os compensará». (Mateo VI, 16 a 18).
Cuando una virtud no es natural, cuando es fingida, solo puede expresarse mediante una ficción, esto es, como una comedia, como un signo externo, igual que el nuevo rico que se cubre de anillos y joyas, los cuales acreditan una situación a la que acaba de acceder y que aún no es natural en él. Un francés o un inglés no alardean de los conocimientos que poseen de su lengua porque son naturales, en cambio un español que hable francés o inglés lo manifestará públicamente para que todos sepan que posee un conocimiento que no es natural, que no lo ha adquirido en función de su propia naturaleza.
La auténtica virtud nunca es aparente, no necesita de la apariencia y por ello, en la vida ordinaria, no debemos poner de manifiesto las virtudes. Debemos expresarlas de forma implícita, no con ostentación. Si queréis ayunar, hacedlo con alegría y no de forma que vuestro carácter y vuestro modo de ser queden impregnados de la supuesta tristeza y resignación que debe tener quien ayuna. Es más, el ayuno solo puede ser provechoso cuando es natural, cuando obedece a una necesidad interna, tal como hemos dicho en capítulos anteriores. Y si obedece a una necesidad interna, difícilmente estaremos contrariados al hacerlo.
«No acumuléis tesoros en la tierra, donde el orín y la polilla los corroen y donde los ladrones horadan y roban. Acumulad tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín pueden alcanzarlos y donde los ladrones no horadan ni roban, ya que allí donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón». (Mateo VI, 19 a 21).
Jesús prevenía así a sus discípulos contra la acumulación de tesoros. Notemos bien que les aconsejaba no acumularlos, palabra que en la época presente cobra su pleno significado, cuando para desarrollar cualquier pequeña actividad productiva se necesita un capital. Del dueño de una industria que tiene a tres mil obreros trabajando bajo sus órdenes, no puede decirse que acumule tesoros mientras el rendimiento económico de su empresa sirva para ir alimentando a su personal. Pero cuando ese jefe utiliza los beneficios para comprarse una casa aquí, un terreno allá, un solar en otra parte y va dejando un depósito en una cuenta bancaria en Suiza, entonces sí que está acumulando riquezas y propiciando la aparición de los ladrones, porque riqueza y ladrones suelen viajar unidos, siendo que estos últimos suelen ser generados por el propio sentimiento de culpa del acumulador de tesoros.
Esta es probablemente la razón que lleva a las grandes empresas a generar fundaciones y a los que ganan loterías a dar una parte a una ONG.
Allí donde está el tesoro está también el corazón, advierte Jesús. El corazón es el cuartel general del Ego Superior; la parcela divina que hay en nosotros opera desde allí. Su arma secreta es la luz, ya que el Ego procede de un mundo donde la luz es el elemento dominante, es la droga maravillosa, podríamos decir, que produce la felicidad a través del conocimiento de la obra cósmica. El Ego Superior, desde el corazón, dispara la voluntad humana hacia la luz, a fin de que sus vehículos mortales le proporcionen ese conocimiento al que aspira.
Pero los sentimientos del ser humano han materializado el placer de la luz, por así decirlo, convirtiéndolo en goce de los sentidos, en goce sensual. Considerando que en el universo lo que hay arriba es como lo que hay abajo, al materializar el placer de la luz, el ser humano ha obligado a esta luz a cristalizarse y a aparecer bajo un ropaje material.
Esta luz cristalizada se llama oro, un mineral solar que es una acumulación de luz pura. Y entonces ocurre que cuando el Ego Superior dispara la voluntad humana hacia la luz, esta se dirige, no al caudal inagotable de luz inmaterial, sino a la materialización física de esa luz que es el oro.
Antiguamente el oro era el único elemento que se utilizaba en las transacciones comerciales, de modo que el límite de la riqueza era la del oro existente en la tierra, conservando así su simbolismo, el cual permitía al ser humano descubrir que la auténtica riqueza es la luz.
Pero con el paso del tiempo, como sea que las reservas de oro no bastaban para realizar las ambiciones desenfrenadas de los seres humanos, se abandonó el oro como referencia de valor, fiándolo todo en el billete de banco. A partir de entonces, la naturaleza fue obligada a trabajar por encima de sus posibilidades, la máquina del mundo fue forzada y ahora, al cabo de cinco siglos de trabajo desaforado, iniciado con el llamado Renacimiento, la tierra ya no es capaz de absorber los venenos que le arrojamos y todo está polucionado y corrompido. Lo cual sea probablemente lo que nos llevó a vivir una pandemia.
Así, cuando se pone en camino ese buscador de luz que es el corazón humano propulsado por el Ego Superior, en busca de ese elemento y pregunta a los peregrinos por el lugar donde podría encontrarlo, estos le dicen: «Caminante, en este país la luz se llama oro. Sígueme, porque yo voy en su busca también«. Luego, a medida que van indagando e informándose, los caminantes se enteran de que el oro ha delegado sus funciones y que ya no se llama así. Ahora es petróleo, denominado también oro negro, o son valores bursátiles, propiedades urbanas o forestales, y así resulta que el corazón humano, que estaba programado para buscar la luz, lo que ha encontrado es un yate, un coche, un avión y otras cien posesiones de las que le costará disfrutar porque no posee cien cuerpos para estar en varios sitios a la vez. El cantante Elton John tiene más de 30 coches de lujo, pero lo curioso es que él nunca conduce y casi nunca va en sus coches.
En el oeste había también buscadores de oro y en la conquista de América, muchos se movilizaron para ir en busca de oro al nuevo continente.
El corazón humano es un buscador de tesoros nato y Cristo lo sabía y por ello advirtió a sus discípulos que allí donde estuviera su tesoro, estaría su corazón. En la vida social, vemos cuánto ardor pone el ser humano en la defensa de sus tesoros: emite leyes quelos defienden y moviliza ejércitos de policías y jueces para que repriman a quienes atentan contra ellos. El que no puede acceder a tales tesoros por los conductos organizados por la sociedad, moviliza a veces toda su capacidad de violencia para conseguirlos.
Si toda esa fuerza social y anímica es desplegada para defender ese sucedáneo de tesoro que es la propiedad, imaginemos lo que será cuando descubramos que esa propiedad no es más que un reflejo, un destello de una propiedad mucho más amplia, capaz de generar satisfacciones muchísimo más intensas, como sucede con los tesoros existentes en los mundos de arriba.
Cuando tome conciencia de este hecho, el ser humano organizará la sociedad con mucha más fuerza aún para perseguir y capturar la auténtica luz, una luz que nadie le robará y que no se degradará y le proporcionará goces cada vez más intensos.
La conquista de esos tesoros debe ser la empresa que movilice el corazón. Podemos considerar como un tesoro el hecho de que sintamos interés por los conocimientos espirituales y no deberíamos permitir que ese tesoro se gastara o se malgastara utilizándolo con fines comerciales. Es preciso que lo acumulemos y que empeñemos en esa acumulación el mismo afán, el mismo ardor que pone el profano en la acumulación de riquezas materiales.
En el próximo capítulo hablaremos de: la perfección como objetivo
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