El consejo de los fariseos
“Entonces se retiraron los fariseos y celebraron consejo para ver el modo de sorprenderlo en alguna declaración. Enviáronle discípulos suyos con herodianos para decirle: Maestro, sabemos que eres sincero y que con verdad enseñas el camino de Dios, no tienes acepción de personas. Dinos pues tu parecer; ¿Es lícito pagar tributo al César o no? Jesús, conociendo su malicia, dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo. Ellos le presentaron un denario y Él les preguntó: ¿De quién es esa imagen y esa inscripción? Le contestaron: del César. Díjoles entonces: pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y al oírle se quedaron maravillados y dejándole, se fueron”. (Mateo XXII 15-22. Marcos XII, 13-17. Lucas XX, 19-38).
Los fariseos trataban de enfrentar a Jesús con el poder civil, puesto que ellos no tenían atribuciones para condenarlo a muerte. La cuestión de pagar o no pagar el tributo al César es hoy más válida que nunca, puesto que el César de nuestros días y su prolongación que es el Código Civil, se extiende a muchos más dominios que antes.
¿Se deben o no se deben pagar los impuestos, cuando en la distribución del presupuesto público vemos que un alto porcentaje va destinado a gastos de «defensa«? ¿Se debe cumplir con la norma civil cuando esa norma está en contra de la propia conciencia? ¿Se debe acatamiento a un tirano que ha establecido su poder por la fuerza de las armas, como un dictador? Si con el código en mano fuéramos examinando las reglas que los gobiernos del mundo van dictando, encontraríamos muchas que no son conformes al código que Cristo promulgó con su ejemplo y estableció en sus parábolas. ¿Qué debemos hacer cuando la norma civil está en contradicción con la norma cósmica recogida por el pensamiento religioso? La respuesta de Jesús en esta secuencia de su vida es bastante clara: hay que dar al César lo que es suyo y reclama, y hay que dar a Dios lo que es de Dios.
Jesús ya advirtió una vez, refiriéndose a la suciedad exterior, que no es lo que “entra en el hombre” lo que lo contamina, sino lo que sale de él. Toda esa “suciedad” mundana, que el poder civil ha instituido en norma o que ha elevado a la categoría de ley, es lo que ha “salido del hombre”, es el resultado de múltiples procesos mentales y emotivos que se han desarrollado en nuestra naturaleza interna.
La Cábala es la ciencia que explica esa elaboración y gracias a su estudio podemos seguir el proceso de formación de cualquier realidad, desde que aparece en nosotros como un designio espiritual, hasta que se convierte en propósito humano y se encarna en la vida cotidiana como un acontecimiento.
Si elaboramos algo, si lo torneamos y pulimos pacientemente en nuestros laboratorios internos, ¿rechazaremos aquella pieza cuando aparezca formando parte de nuestra vida material? ¿Le negaremos su identidad, diciendo: no reconozco esto como mío?
Cierto que algunas cosas repugnan a nuestra naturaleza. Nos sentimos pacíficos por dentro; nuestras ideas y nuestros sentimientos están impregnados de mansedumbre, y sin embargo, viene el César y nos llama a la guerra, o al servicio militar ¿Cómo se entiende eso? Se entiende porque hay un desfase entre la elaboración interna de una realidad y la aparición de esa realidad en el mundo exterior.
Imaginemos que somos una fábrica de acero y que después de haber recibido el pedido de fabricación de una partida de cañones, recibimos otro de elaboración de arados. Tendremos así que mientras en la sección terminal los obreros están dando los últimos toques a los artefactos de guerra, en la sección encargada de la primera fase ya estarán preparando las máquinas para fabricar los artefactos de paz.
Así resulta que mientras por un lado vivimos el resultado de una violencia interna perfectamente elaborada, por otro lado, nuestros pensamientos y sentimientos ya trabajan en la construcción de una futura paz.
Teniendo en cuenta ese proceso natural de formación de las realidades que vivimos, es preciso que asumamos esa realidad hasta sus últimas consecuencias y que demos al César lo que lleva su faz, o sea su sello, ese sello que la administración pública pone en todos los comunicados, oficios y demás documentos en los que solicita nuestra participación.
Debemos aceptar la imposición violenta del César, porque, siendo el resultado material de una antigua violencia interna, la experiencia vivida ha de servirnos para incorporar a nuestra conciencia el resultado final de aquella elaboración, lo cual nos servirá para la edificación de nuestra futura paz.
Si nos rebelamos contra la imposición del César, el espíritu de aquello que no queremos asumir caerá como un fuego sobre la organización social, destruyendo su tejido, o sea, desorganizando la vida, siendo el agente, productor de otras rebeliones, de otras negativas a asumir las propias elaboraciones internas; originando divisiones, primero individuales, después colectivas, sirviendo de base a conflictos y a guerras.
Finalmente, obligamos de este modo a los luciferianos a intervenir para achicar energías del mundo físico y evitar su destrucción, cargando a tope los depósitos del infierno, lo cual hemos explicado detalladamente en el curso “Los Misterios de la Obra Divina”. Por todo ello, si recibimos en nuestros hogares un papel con un sello del César, debemos movilizarnos para cumplir lo que el César nos pide, porque es suyo, se lo debemos.
No siempre el César tiene el rostro del poder público. En nuestra elaboración interna hemos creado también Césares individuales, que en un momento dado de nuestra vida aparecerán para reclamarnos algo: son los reyes de la baraja. En tal caso, apliquemos el precepto de Cristo que dice: “Al que te pide, dale”. Y quedará libre ante nosotros el camino de la paz.
En el próximo capítulo hablaré de: someternos al César
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.