El canto del gallo
El Señor dijo: «Simón, Satán os ha reclamado para pasaros por su tamiz como trigo. Pero yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no desfallezca; y tú, cuando te hayas convertido, fortalece a tus hermanos.» Señor, respondió Pedro, yo estoy presto a ir contigo a la cárcel y a la muerte. Y Jesús respondió: Pedro, en verdad te digo que antes de que cante el gallo hoy, habrás negado tres veces que me conoces». (Lucas XXII, 31-34. Juan XIII, 36-38).
Cuando la fuerza crística penetra en nosotros en el estadio Mem, es decir, cuando su alimento ha penetrado ya en nuestro cuerpo en el místico banquete, tenemos la sensación de que todo ya está hecho, de que la identificación es total. Pero, como ya sabemos, el Mem es el Yod del ciclo de Tierra en el Zodiaco, el Mem es una fuerza adscrita a Capricornio, administrada por Hesed en su segundo ciclo y para que esa penetración crística alcance su periodo formador, configurador de nuestra realidad material, tendrán que pasar tres tiempos: el tiempo Yod, el He y el Vav. Entonces la personalidad crística desembocará en el Ayn y con él se iniciará un nuevo ciclo. El Ayn nos situará de nuevo en las puertas de Aries, donde la Nueva Pascua se celebra y, sefiróticamente, nos pondrá bajo el mandato de Netzah, que dará forma a la nueva personalidad. Pedro, el edificador material del Templo crístico, el discípulo que representa Capricornio-Mem precisamente, negará tres veces aquello que por otro lado edifica con tanto afán.
Esos tres tiempos son los necesarios, ya lo sabemos, para que toda cosa se afirme como una realidad viva. En este punto de su camino, Cristo, en lo que a su penetración humana se refiere, ha cubierto la etapa del Fuego, cuyos trabajos encontramos resumidos en los tres primeros capítulos del Evangelio de Juan y que se refiere a la penetración inconsciente en los seres humanos, la búsqueda de los discípulos, cuando recorriendo la orilla de ese mar de las emociones en el que todos pescamos, el Maestro dice: «Tú, tú y tú, seguidme y os haré pescadores de hombres”. Se manifiesta igualmente en el viejo hombre de leyes, Nicodemo, y en los discípulos de Juan Bautista, es decir, en los que se encuentran en la cabeza de la columna que representa el viejo mundo y están, sin saberlo, a un paso del Reino.
Prosigue luego la fuerza crística su recorrido por el mundo de las emociones, en el que el ser humano es ya consciente de lo que ocurre en su interior, y Juan nos describe esos trabajos con la historia del encuentro con la Samaritana en el pozo de Jacob, a la que revela su naturaleza, o sea se da a conocer al alma humana y penetra en sus secretos, iniciando la fantástica tanda de curaciones y suscitando las primeras acusaciones por parte de los judíos, de ese judío interno aferrado al viejo mundo.
Lo vemos en ese periodo multiplicar los panes, andar sobre las aguas y convencer a las muchedumbres. Su instalación en los sentimientos humanos hace que los judíos pierdan terreno y que surja por primera vez en ellos el proyecto de darle muerte. Juan nos refiere estos trabajos en sus capítulos 4 a 7.
A continuación Cristo penetra en la razón humana y facilita a los hombres argumentos lógicos que han de permitirles descubrir en ellos mismos el Reino. Así vemos cómo los judíos desisten de su proyecto de lapidación de la mujer adúltera y escuchan los discursos de Jesús sobre su misión divina y sobre la naturaleza del Reino. Acaba esta etapa con la resurrección de Lázaro o sea activando en el alma humana al ser espiritual, ese hombre que permanecía dormido, sepultado y amortajado y no podía engendrar. Juan nos refiere esos trabajos en sus capítulos 8 a 11.
A partir de aquí se inician los trabajos de aproximación al mundo físico, o sea de penetración en nuestra sangre. Es la etapa que nosotros denominamos segundo He, que se desarrolla, como las anteriores en tres tiempos: el tiempo Yod, el He y el Vav.
La sagrada cena representa la fase Yod, o sea el momento en que el alimento es introducido en el cuerpo. Este alimento ha de transformar nuestra naturaleza física en cuerpo de Cristo, ya que mientras Cristo esté en nuestras almas, pero no en nuestros cuerpos, encontrará en ellos una hostilidad natural.
El vehículo físico está formado de partículas materiales que deben vibrar al unísono con la triple alma, de Fuego, de Agua y de Aire. Si ese unísono no se produce, habrá desconcierto y lo que juramos un día, lo negaremos después, porque en nuestra tierra humana no ha arraigado aún la semilla que en ella se está plantando y no podemos decir, en propiedad, que conocemos lo que aún no es realidad en nosotros.
Si a un campo en el que han sido plantadas semillas de cerezos se le preguntara si conoce el cerezo, a buen seguro que su respuesta sería «no«, lo mismo que Pedro, cuando le preguntaron si conocía físicamente al Maestro. En nuestra tierra humana, Cristo tiene que nacer en el período de Capricornio, arraigar y florecer en la resplandeciente tierra de Tauro y dar fruto en los amarillentos campos de Virgo. Hasta que esos tres tiempos no se hayan cumplido, nuestra naturaleza física negará su relación íntima con Jesús-Cristo.
El canto del gallo marca el final de ese periodo de negaciones y anuncia la nueva luz del día. El gallo es animal que pertenece a la filiación de Aries y ha sido diseñado por la fuerza llamada Ayn, que pertenece igualmente a este signo en su segundo periodo de manifestación, o sea el que difunde el designio crístico, el Aries de la Pascua de Cristo. Por ello, el gallo se convertiría en el símbolo del cristianismo viviente, plenamente realizado. Cuando Cristo ha cubierto las cuatro etapas del Fuego-Agua-Aire-Tierra, el gallo canta en nuestra naturaleza humana.
Años atrás, el canto del gallo podía escucharse en todas las ciudades, en vísperas de las grandes fiestas, anunciando el advenimiento de la luz. Todo cuanto ocurre en el mundo material contiene una enseñanza, lleva implícito un mensaje. El gallo cantando en la navidad anunciaba la luz crística. Ahora los gallos ya no cantan en las ciudades y, por consiguiente, no pueden ser el anuncio de esa luz y los seres humano tienen una forma menos por la que poder descubrir la dinámica del cosmos.
Los antiguos constructores de catedrales, conocedores del lenguaje de los símbolos, colocaron el gallo en el lugar más alto del campanario, indicando así que con él termina el recorrido del templo. El que ha recorrido ese templo desde la cripta y el pozo en el que se arrojan las simbólicas monedas de Judas, es decir, en el que los fieles se desprenden de los valores de la columna de la izquierda, y ha pasado después por las doce capillas que forman la planta y asciende por el camino espiral del campanario, desemboca así en el gallo anunciador de la nueva luz.
Para ese peregrino, un gran ciclo humano ha terminado. Ahora se tratará de trabajar con esa nueva luz, de proyectarla en sus obras humanas para hacer el mundo a su imagen y semejanza.
Por ello el gallo aparece de nuevo en los sótanos de los templos iniciáticos, indicando que el ciclo que termina en el campanario del Templo, constituye el comienzo de un nuevo ciclo, en el que el discípulo será el dispensador de esa luz que él ha recibido.
Ojalá que para todos pueda llegar pronto el día en que el gallo cante en nuestras naturalezas profanas y podamos así convertirnos en propagadores de luz.
En el próximo capítulo hablaré de: la clave es creer
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