El amor remplaza a la ley
«El que cree en él no será juzgado; pero el que no cree, ya es juzgado por el hecho de no creer en el nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio es que, la luz habiendo venido al mundo, los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Ya que quien obra mal odia la luz y no viene a ella, de miedo que sus obras se vean desveladas. En cambio el que obra según la verdad, viene a la luz, a fin de que sus obras se vean manifestadas, porque son hechas por Dios«. (Juan III, 18-21).
En el Antiguo Testamento todo es juzgado, medido, pesado y mesurado. La ley impera en la columna de la izquierda y, así como en la tierra las personas juzgan, así en los otros mundos se formulan juicios y se dictan decretos que las almas tendrán que obedecer en sus nuevas vidas.
Pero cuando la fe ha vivificado en nosotros los valores de la columna de la derecha, el amor remplaza la ley y arriba ya no se nos juzga. Los ángeles del destino rompen la cartilla en la que figuraba nuestro historial delictivo y reconquistamos nuestra libertad.
A partir de entonces, ya no habrá sufrimientos, ni restricciones, ni obligaciones que cumplir. Dios actuará en nosotros con el gozoso sentimiento de nuestra parte y nada de lo que Él quiera hacer con nuestra voluntad, nos parecerá contrario a nuestros intereses y a nuestros deseos. Seremos su mano derecha o su mano izquierda, según las necesidades, siempre perfectamente integrados a la unidad.
El que obra en el mundo de las tinieblas, o sea, en ese mundo material en el que nos encontramos, donde las tinieblas envuelven a la luz, rechaza la luz, la odia, dice Jesus por boca del apóstol, de miedo de que sus obras se vean desveladas. Juan expone de esta forma el importante dilema que se le plantea a la persona que vive en las tinieblas.
Sabemos que para dar existencia a cualquier cosa es necesaria una cantidad determinada de luz y que es en virtud de esa luz por lo que todo edificio material subsiste. Pero si el volumen de esa luz interna aumenta, las paredes materiales estallarán y aquello, sea una sociedad, un negocio o un edificio, desaparecerá. Para que la obra material subsista, es preciso que el nivel de luz que ha requerido no aumente ni disminuya.
Por ello el ser de tinieblas odia la luz, porque la luz es su enemiga, aunque la necesite, y sabe o intuye que la luz destruirá su imperio. Por ello Cristo diría: «Deja lo que tienes y sígueme«, porque seguirlo significa ver destruido, inevitablemente, el imperio material que constituye la base del poder de la personalidad profana. Por ello el hombre de empresa no es una figura cristiana, porque toda empresa necesita la protección de las sombras para subsistir. El ser cristiano, como dijera Jesús al escriba que se le acercó porque quería seguirlo, es el que no tiene donde reposar su cabeza, cuando los zorros tienen sus guaridas y los pájaros sus nidos. Es decir, es quien no está atado a nada.
Seguir a Cristo, vivir en su luz, significa estar al margen de toda organización material, lo cual no supone llevar una vida desorganizada, ya que, como sabemos, la organización del mundo físico es un reflejo de la organización existente en los mundos de arriba. Y cuando pasamos a la columna de la derecha, debemos haber asimilado los contenidos de la columna de la izquierda.
Sabemos también que en las regiones superiores del Mundo del Deseo, las formas se crean y se destruyen por mandato del mismo deseo, sin que esas formas estén sujetas a tiempo ni espacio. Cuando la naturaleza crística ha sido conquistada, el ser humano puede crear en ese mundo lo que necesita para su subsistencia y por lógica será vestido y alimentado como lo son los lirios del valle y los pájaros del cielo.
Hemos dicho, en otra parte de esta enseñanza, que el ser humano necesita un marco cerrado en el que realizar su obra y que lo primero es procurarse ese marco y no sobrepasarlo. Pero no debemos tomar esa premisa como algo de valor permanente. Eso se da mientras estamos en el camino de descenso por ese Árbol de la vida por el que todos deambulamos, en los senderos de Ida o involutivos. Cuando la obra ha alcanzado su plenitud, cuando ya estamos de ascenso, en los senderos de retorno o evolutivos, el cerco debe ser roto por esa explosión de luz que representa el acceso a la conciencia crística. A partir de ese punto, nuestra vida se reinvierte y todo lo que había sido válido hasta entonces se convierte en papel mojado.
El mundo cristiano será el perfecto reverso de lo que hoy es nuestra sociedad. A la angustia y opresión de nuestras ciudades, a la ansiedad y la depresión sucederá la alegría y la libertad de un universo en el que las normas habrán sido asimiladas y superadas por el amor.
Pero repitámoslo una vez más, no se trata de regalar tu ropa y andar desnudo por la calle, se trata de desapegarte de lo que tienes y no sentirte atado a nada.
En el próximo capítulo hablaré de: la participación de las mujeres en la obra
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