El abogado
«Os he dicho esas cosas mientras permanezco en vosotros. Pero el consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho”. (Juan XIV, 25-26).
Una vez más Jesús les promete ese consolador, ese abogado que el Padre ha de enviar para enseñarnos todas esas cosas por dentro y no como una voz que viene del exterior. Cristo movilizará al Padre, pone en funcionamiento nuestra voluntad de sabiduría para que se manifieste en nosotros el Espíritu Santo con sus enseñanzas.
El mayor de los consuelos es saber que las estructuras actuales del mundo no serán eternas, que tenemos ante nosotros nuevas tareas; que la próxima etapa, después de tantos sufrimientos, es la del amor y que en ella todos formaremos esa cadena de unión que hoy se forma en los templos iniciáticos, en la que todas las manos se unen, como una prefiguración de esa gran cadena en la que la unión será interna y viviremos los unos en el interior de los otros, formando parte de ellos. Todos estaremos en todos y experimentaremos ese entrañable sentimiento que ahora, en raras ocasiones, se experimenta en las grandes fiestas, cuando los comensales, exaltados por el vino, se ponen a cantar y a bailar.
Cuando el amor llame a la voluntad para que envíen al consolador en su nombre, caerá sobre nosotros el chorro de la voluntad de amar, sumergiéndonos en esa fiesta de la unidad que hoy nos parece un sueño y que ha de ser para el ser nuevo una trepidante y viva realidad.
Jesús da el nombre de Espíritu Santo a ese consolador, a ese abogado que el Padre enviará en su nombre para enseñarnos y recordarnos cuanto él nos ha dicho. En la terminología cristiana, el Espíritu Santo es una de las personas de la trinidad y en el Árbol Cabalístico ocupa el trono de Binah, en la cúspide de la columna de la izquierda, constituyendo el rostro riguroso de la divinidad, el Dios de la Ley, el celoso Jehovah.
Hemos visto a lo largo de estos estudios que Cristo vino precisamente a rescatar a la humanidad del sometimiento a Jehovah, a salvarla del rigor para situarla en el reino de la gracia. Si tal es su objetivo ¿cómo es que nos anuncia ahora el retorno del Espíritu Santo y nos dice que él será el consolador y el abogado?
Comprenderemos el sentido de estas palabras si observamos el esquema de el Árbol de la Vida en el que todos los Sefirot aparecen dentro de cada uno de ellos, dándonos la perfecta imagen de la organización cósmica. Vemos así que una fuerza no desaparece al ser sustituida en sus funciones por otra, sino que queda sometida al servicio de la fuerza reinante. Jehovah-Binah-Espíritu Santo seguirá actuando en el Reino de Cristo-Hochmah, pero dentro de la organización del universo del Padre-Hijo.
Al estudiar los senderos que unen los distintos Sefirot, veremos que en el itinerario de descenso, Hochmah entrega sus fluidos a Binah, el cual convierte la voluntad de Kether y el amor-sabiduría de Hochmah en reglas y leyes. Esa Columna de la izquierda presidida por Binah es denominada Columna del rigor, pero en ese rigor pervive el amor de Hochmah. El amor está dentro, no se ve, no es aparente pero su fuerza se expresa en las leyes que impiden al ser humano su autodestrucción. A veces ese amor de Binah aparece como lo contrario de lo que es, como el dolor que surge cuando un miembro de nuestro cuerpo se quema, avisándonos para que nos salvemos, ya que sin ese aviso, si permaneciéramos insensibles, el cuerpo entero podría ser destruido sin que nos enterásemos. Todas las reglas de Binah están impregnadas de ese amor crístico oculto en su seno.
Luego vemos en el Árbol cómo el Hijo desciende al mundo humano, al mundo de los sentimientos y en el centro de vida llamado Tiphereth carga con la cruz de los senderos que vienen de la derecha y de la izquierda, de arriba y de abajo y en él las sombras de la izquierda se iluminan y la luz de la derecha se gradúa para que los seres humanos puedan captarla. En ese trabajo crístico en Tiphereth, las leyes de Binah quedan cumplidas, su labor como centro rector ha terminado y cuando Cristo sube al Reino del Padre, o sea a su mundo divino llamado Hochmah, la corriente de todos los Sefirot se reinvierte y los senderos que transportaban fluidos hacia abajo, los dirigen de abajo hacia arriba. Entonces Binah descarga todas sus energías en Hochmah y se convierte en el abogado, en el consolador, en lugar de ser el maestro riguroso.
Si durante el reinado de Binah-Espíritu Santo el amor-sabiduría estaba oculto en las leyes, en el reino de Cristo-Hochmah las leyes estarán ocultas en ese mundo de libertad que hemos descrito en tantas ocasiones. La voluntad del Padre, que se expresa en nosotros como libertad y el amor-sabiduría del Hijo nos han de dar, como hemos visto, la capacidad de transformar todas las cosas y de recrearlas a nuestra imagen.
Pero no lo haremos desordenadamente, sino en perfecto sincronismo con el discurrir del cosmos. El abogado interno inspirará nuestra conducta y sabremos intuitivamente cómo actuar en cada momento. La ciencia y la inteligencia estarán disueltas en nuestros cuerpos y cada uno de nuestros gestos, de nuestras iniciativas, tendrá un rigor científico, entendiendo por ello que estará imbuido de la ciencia divina, o sea del método utilizado por el Creador del Universo para construir el mundo.
Ya sabemos que las fuerzas espirituales que actúan en el mundo lo hacen siguiendo un horario preciso, que tienen fases de descanso y de actividad, de interiorización y de exteriorización. Mientras ellas dirigieron nuestra evolución, en la etapa en que el ser humano era pre-consciente, nuestra actividad se llevaba a cabo de acuerdo con esos ritmos. Al pasar bajo la dependencia de los luciferianos, los ritmos divinos se vieron alterados. Pero al retornar a la tutela de las legiones de arriba, el ser humano se somete voluntariamente a las leyes.
Cuando hayamos entrado en el Reino crístico de la libertad, la ley actuará desde el interior de cada uno de nosotros, invisiblemente, al servicio de nuestra creación.
En el próximo capítulo hablaré de: dar la paz
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