Días de angustia
“Tras esos días de angustia, el Sol se oscurecerá, la Luna no dará luz, las estrellas caerán del cielo y los poderes del cielo serán derribados. Entonces el signo del Hijo del Hombre aparecerá en el cielo, todas las tribus de la tierra se lamentarán y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria. Enviará sus ángeles, tocando la trompeta para reunir a los elegidos de los cuatro vientos desde un extremo al otro del cielo. lnstruíos por la comparación sacada de la higuera: en cuanto sus ramas son tiernas y sus hojas crecen, sabéis que el verano está cerca. De igual modo, cuando veáis todas estas cosas, sabed que el Hijo del Hombre está cerca de la puerta. Os lo digo en verdad, esta generación no se irá antes de que todo esto llegue. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras permanecerán”. (Mateo XXIV, 29-35. Marcos XIII, 24-31. Lucas XXI, 25-33).
Nos dice Jesús en este punto que cuando el Hijo del Hombre aparezca en el cielo, las fuerzas cósmicas dejarán de ejercer sus funciones. En efecto, el orden que conocemos actúa de la manera que estudiamos mientras dure el actual cuarto Día de la Creación. El Sol está bombeando luz y la Luna está transmitiendo programas cósmicos durante un tiempo, pero sus funciones no son eternas, como nos lo dice aquí Jesús.
Cuando la fase actual finalice, los poderes del cielo plegarán sus bártulos y deberemos vivir con los poderes que hayamos conseguido interiorizar, del mismo modo que el niño que nace es alimentado por sus padres hasta su mayoría de edad, pero a partir de un momento determinado tiene que buscarse él mismo el sustento.
En el nuevo mundo que se prepara, cuando la personalidad crística haya madurado en nosotros, ya no necesitaremos los materiales procedentes de los demás planetas del sistema solar, porque, estando conectados con la corriente crística, tendremos acceso directo a la fuente del saber universal, como la tienen los ángeles actuales, los cuales realizan funciones de transmisores de las energías de los distintos planetas para cubrir nuestras necesidades, no porque ellos las precisen.
Durante ese cuarto Día, y en la cuarta Ronda en la que nos encontramos actualmente, nos ha sido dada toda la ciencia divina, y notemos que dada es un decir, ya que en verdad es una ciencia que hemos arrancado tras durísima lucha, con esfuerzo y dolor. Podemos afirmar pues que esta es una Ronda crucial en nuestro desarrollo: en ella hemos alcanzado la autoconciencia y hemos adquirido la facultad de comprender la obra divina.
Después de esta Ronda, los instructores se retirarán y ya con el diploma de creadores, nos dejarán que saquemos conclusiones de nuestra propia actividad y que sean los aciertos y los errores quienes nos enseñen. Habremos alcanzado entonces un grado de conciencia semejante al de los ángeles actuales, pero nuestra existencia será muy distinta a la de ellos, ya que nosotros, por ser la primera creación del Dios de nuestro sistema solar, estamos siendo preparados para dirigir los trabajos de Creación de un nuevo universo, en un próximo Gran Día de Manifestación y ello implica el que realicemos experiencias de creación a partir del quinto Día, experiencias que se desarrollarán en el mundo vegetal, para pasar sucesivamente al mundo animal y al humano en los Días sexto y séptimo.
La Tierra en que viviremos en el quinto Día y de la que tendremos un anticipo en la quinta Ronda del actual cuarto Día, tendrá la consistencia de una nube, tal como es en el presente nuestro cuerpo vital, que muchos videntes pueden ver envolviendo nuestro cuerpo físico. Por ello dice Jesús que el Hijo del Hombre aparecerá sobre las nubes. Será entonces cuando Cristo, habiendo desaparecido del mundo físico, se verá liberado de su prisión material y volverá a su esfera después de haber instalado en el mando de nuestro nuevo mundo a los elegidos, que los ángeles reunirán a toque de trompeta.
Cuando las trompetas celestes empiecen a sonar, el Hombre Nuevo que se ha desarrollado en cada uno de nosotros se levantará y acudirá a su puesto de trabajo. Muchos serán los que entonces no puedan levantarse porque formarán aún parte de esas «tribus de la tierra» que se lamentarán. Los elegidos serán solo aquellos que han conseguido edificar un cuerpo vital que esté en condiciones de actuar perfectamente en el nuevo mundo.
Ya vimos en el curso “Los Misterios de la Obra divina” que el cuerpo vital se compone de cuatro éteres, cada uno de los cuales canaliza fuerzas procedentes de los mundos de arriba. En nuestro actual estado de evolución, el cuerpo vital es un mero canal por el que transitan esas fuerzas, que consumimos en la acción diaria. Pero cuando nos “retiramos” de esa actividad física, cuando renunciamos al protagonismo mundano y María derrama los ungüentos sobre la personalidad crística, entonces el cuerpo vital deja de ser un canal de conducción de energías para ser depósito de ellas. Esas energías no utilizadas en la acción material, construyen entonces órganos en el cuerpo vital y lo preparan para ser un cuerpo en el cual el Ego Superior pueda expresarse.
Así pues, los que posean un cuerpo vital operante, oirán las trompetas angélicas y se levantarán de su tumba material para dirigir el funcionamiento del planeta. Los otros, las «tribus de la tierra«, pasarán por esa «angustia de las naciones» de la que habla Lucas en su Evangelio, «sin saber qué hacer, y en el ruido del mar y las cataratas, los hombres rendirán el alma aterrorizados, en espera de lo que ha de ser la tierra» (Lucas XXI, 25-26). Tras el cataclismo, esos seres de la Tierra volverán a vivir en el nuevo universo, pero al no disponer de un cuerpo vital adecuado, no podrán ejercer las tareas creadoras reservadas a los elegidos.
En el próximo capítulo hablaré de: nadie sabe la hora
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