Cumplir su cometido
«Es preciso que haga mientras es de día, las obras del que me ha enviado«, dice Jesús. La hora Teith, la hora crepuscular, es el momento en que debemos realizar las obras de Dios, decíamos, y no porque sea una consigna que figure inscrita en ningún libro de leyes, sino por pura lógica.
Si consideramos la hora Teith en el ciclo diario, vemos que a esa hora el día termina; ya estamos libres de las obligaciones laborales y lo que hacemos, lo realizamos con toda libertad, porque nos da la gana, podríamos decir. A partir del crepúsculo, podemos gratificar nuestros instintos y sentimientos o podemos dedicar el tiempo a la gratificación del Ego Superior.
La hora Teith está regida por Venus, planeta que, como sabéis, administra las fuerzas de Libra. Y en Venus encontramos la inspiración para las obras de arte. Es la hora del arte, aquella en la cual debemos convertir todo lo que nos ha sucedido en la jornada en una amalgama fragante, exquisita, en algo primoroso que, al ser contemplado por los demás, despierte en ellos emociones estéticas nuevas.
Es la hora de abrir los ojos a nuestro ciego interno, este invidente que desde el mediodía hasta la hora crepuscular ha estado viviendo en la oscuridad de las emociones.
Si consideramos el Teith en su ciclo anual, su periodo de regencia se inicia el 24 de septiembre, cuando el Sol penetra en los dominios de Libra, y termina el 23 de octubre. En ese periodo la mente debe ganarle la batalla a los sentimientos y abrir los ojos al hombre ciego que ha vivido sumergido en las aguas profundas de la emotividad, a las que no llegaba la luz.
En el ciclo de la vida, la hora Teith suena entre 43 y 49 años. Al llegar a esa edad, debemos encontrarnos en el camino de Cristo para que él nos vea y nos abra los ojos. Por todas esas razones, la hora Teith es aquella en la que debemos realizar en nosotros mismos las obras del que nos ha enviado, es decir, de nuestro Ego Superior.
«La noche viene y en ella nadie puede trabajar«, dice aún Jesús.
Si interpretamos ese párrafo en función de las circunstancias históricas, diríamos que Jesús se expresaba así porque en aquellos tiempos no había electricidad y el trabajo nocturno era difícil a la luz de las velas. Pero Jesús no hablaba en términos temporales, sino que transmitía verdades eternas. El cronista no transcribe aquí el pensamiento exacto de Jesús y el «puede trabajar» debería reemplazarse por «en la noche nadie debe trabajar«, porque en ella reinan los poderes de las tinieblas y la respuesta adecuada es la de dormir, después de haber encomendado la custodia a nuestros guardianes.
Quien permanece despierto en la noche es más vulnerable a la empresa de esos poderes tenebrosos y por ello nadie debería trabajar. Si analizamos los trabajos que se efectúan de noche, vemos que casi todos están relacionados con las bajas esferas del mundo de los deseos: basurero, barrendero, tabernero, prostituta, servicios de urgencia médica y de policía. Hay excepciones, como el oficio de panadero, que debe ser nocturno porque nuestro pan de vida se elabora en la oscuridad de nuestra naturaleza interna, para alimentarnos con él en nuestro amanecer.
Evidentemente, si consideramos las cosas profanamente, diremos: bien es necesario que haya trabajadores nocturnos. Sí, es necesario mientras generemos basura, suciedad, ladrones…
Pero, sobre todo, hay que comprender esas palabras de Jesús en su sentido espiritual: en la noche, en nuestra noche, no debemos trabajar. Cuando sobreviene en nosotros la oscuridad, cuando nuestra frecuencia vibratoria se encuentra disminuida por alguna razón, no debemos programar nada; debemos ponernos a dormir.
Finalmente, debemos considerar en esta secuencia el procedimiento utilizado por Jesús para abrir los ojos al ciego: escupió en el suelo e hizo un barro con su saliva.
La boca es la antesala del corazón, como la nariz es la antesala de los pulmones, nos dice la ciencia esotérica. Y el corazón está regido por Tiphereth, que es el centro crístico situado en el mundo de Creaciones, el cual, por ser el segundo Séfira de la columna central, está relacionado con Hochmah, el hijo de arriba. Así pues, tanto en el corazón como en la boca el amor divino estará activo, y lo cierto es que en la boca, en los labios, aparecen marcadas las enfermedades del corazón y constituyen la señal visible de un mal invisible.
Por todo ello la saliva puede ser un ungüento maravilloso si sale de un corazón puro. Ese líquido, para que surta efectos purificadores, tiene que convertirse en materia, en una realidad material. Por ello Jesús lo mezcló con barro. El propósito del corazón debe encarnarse en el mundo, y será entonces que nuestro ciego verá, cuando ese propósito haya formado una bola, haya tomado cuerpo, convirtiéndose en huevo de un nuevo universo.
Jesús manda después al ciego a que se lave en sus aguas, ese manantial de vida que tan a menudo aparece en los libros sagrados y que es símbolo de los sentimientos puros, dispuestos a colaborar con el designio de nuestro Ego Superior, en lugar de combatirlo tratando de apagar ese fuego que ha echado sus raíces en el corazón.
En el próximo capítulo hablaré de: el Ermitaño
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