Como una madre
Podríamos comparar el Ego Superior con una madre de esas que atiborran a sus hijos de alimentos cuando salen de excursión, por aquello de «más vale que le sobre que no que le falte«, pero he aquí que los cuerpos materiales son a menudo entes de poca vida y desperdician los alimentos de sus Egos, los cuales van a engordar a los perros, a las fuerzas luciféricas que trabajan en el mundo de perdición y se alimentan de las migajas caídas de las mesas de sus amos. Como se trata de nuestras migajas, ellos se encargarán de servírnoslas una vez digeridas y nos encontraremos así vinculados al mundo de perdición, donde lo que desperdiciemos será la semilla que engendra a ese hijo/obra nuestro que deberá perecer, deberá ser destruido para que, en esa inmolación, tomemos conciencia de aquello que no hemos sabido interiorizar cuando era un alimento servido por nuestro Ego Superior.
Todos hemos sido generadores de ese hijo de la perdición, como decíamos, pero poco a poco, a medida que vamos evolucionando, vamos esterilizándonos, por así decirlo, respecto a esa indeseable función generativa. O sea, nuestros cuerpos mortales comen con más apetito los manjares que les proporciona el Ego Superior y desperdician menos, hasta llegar el momento en que no desperdicien nada.
Este proceso de asimilación se refleja en nuestro cuerpo físico que es el espejo, el testigo de lo que ocurre en nuestro fuero interno. Y así vemos que ciertas personas necesitan comer mucho porque asimilan poco, mientras que otras comen muy poco y arrojan pocos residuos porque lo asimilan todo. Esto ocurre igualmente con los alimentos del Ego, con ese pan de los niños, según expresión de Jesús en otro punto de su enseñanza, que, no pudiendo ser asimilado por sus cuerpos mortales, va a parar directamente a los perros, va a robustecer ese hijo de la perdición destinado a perecer.
7.- Cuando Cristo empieza a penetrar en nuestra alma, ocupando el lugar de Jehovah, el mismo proceso tiene lugar, porque está operando en tierras de Jehovah, está hablando en sus sinagogas y a su pueblo, de modo que sus enseñanzas también resultan en parte perdidas y de ellas se alimentan los perros, que se presentan de este modo revestidos con el disfraz de Cristo y forman el Anticristo del que nos hablaría más tarde Juan en su Apocalipsis.
Mientras la organización de Jehovah sea el vehículo por el que penetra Cristo, este no podrá impedir que el hijo de la perdición crezca y engorde, porque está escrito que debe ser así, es decir, está establecido así, puesto que lo escrito es lo estructurado, lo que ha sido elaborado con los moldes de la dinámica creadora, con esas letras, cada una de las cuales representa una fuerza estructuradora. Para borrar esa escritura hay que salir de la sinagoga de Jehovah-Binah y pasar al Reino de Cristo, que no es de este mundo.
Del mismo modo que mientras estamos en los dominios de Jehovah tendremos que cumplir con lo establecido en ellos, cuando penetremos en el Reino de Cristo, también se cumplirán los criterios imperantes en su universo. Allí nada está escrito, o sea, nada está establecido de forma inamovible. Ya hemos visto al estudiar el Mundo del Deseo, que allí la materia es moldeable y que se pueden cambiar fácilmente las estructuras aparentemente sólidas con solo desearlo.
Por ello la enseñanza de Cristo es oral por esencia y no escrita, por cuanto la escritura representa algo establecido que no se puede borrar. La antigua enseñanza se transmitía oralmente, de boca a oído, y de esta forma viajó a través de los siglos. En la enseñanza oral, la verdad permanecía viva, encarnada en el transmisor, el cual incorporaba a esa verdad, no solo lo que había recibido, sino aquello que la verdad le había revelado a él mismo, estando así la enseñanza en constante evolución.
En la transmisión oral se encuentra el espíritu de Cristo-Hochmah, oculto en Binah, puesto que todos los Sefirot actúan en todos, y la verdad resultante de esa transmisión es universal, válida para todos los seres humanos.
Cuando el espíritu de raza dominó al espíritu divino, los hombres sintieron la necesidad de codificar, de escribir la enseñanza, y ello dio lugar a la Cábala escrita, la cual mató al espíritu cristiano convirtiendo la verdad en dogma, en codificación.
En estos textos estamos hablando de la enseñanza de Cristo y se transmitirán tal cual, una vez escritos, pero estos conocimientos vienen de la voz que emana de los Evangelios cuando su letra se calienta y se transforma en vapor que inspira. La auténtica enseñanza cristiana será la resultante de la inspiración que produzca en el estudiante la lectura de estos textos. O sea, que su valor no reside en lo que está escrito, sino en lo que se encuentra entre líneas. Lo escrito es el cadáver, es el soporte material de algo que vive a través del texto. Cuando el escrito se convierte en un cuerpo esclerótico sobre el cual no puede circular la vida que lo penetra y le permite existir, le sobreviene la muerte, como a todo lo físico, y así se explican tantas quemas de bibliotecas protagonizadas por la Iglesia, que no era más que el brazo ejecutor de una dinámica natural.
En el próximo capítulo hablaré de: ahora vengo a ti
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