Bienaventurados los mansos, ya que ellos heredarán la tierra
«Bienaventurados los mansos, ya que ellos heredarán la Tierra«, dice la tercera Bienaventuranza, en la que vemos reflejada la dinámica de Hesed, el centro 4 del Árbol de la Vida. La mansedumbre es una de las reglas fundamentales en el reajuste del comportamiento humano y Cristo manifestaría esa virtud más de una vez bajo distintos aspectos, al recomendar que se ofrezca la otra mejilla al agresor o al exhortarnos a que amemos a nuestros enemigos.
La mansedumbre ante las imposiciones de nuestra vida ordinaria es recomendable, porque esas exigencias, deberes y obligaciones que nos atenazan, no son más que el reflejo de nuestros propios actos vistos al revés, como la imagen que aparece en el espejo. Se nos exige en la medida en que hemos exigido: se nos impone en la medida en que nosotros hemos impuesto; se nos obliga en la medida en que nosotros hemos obligado. Y ello, no porque exista un Dios vengativo que pretenda castigarnos, sino que se trata simplemente de que comprendamos las asignaturas que no hemos sabido asimilar, se trata de un aprendizaje consentido por el alma de cada ser humano, no de un castigo. Una vida de opresión es la continuación lógica de una vida de poder oprimente.
El antídoto de todas estas injusticias, es la mansedumbre porque aceptando las imposiciones de los demás, sean personas o fuerzas sociales, no haremos más que restablecer el equilibrio que antes se ha roto y poner las cosas donde deben estar. Por el contrario, si se reacciona, si la persona se rebela contra lo aparentemente injusto, estará prolongando en realidad el reino de la injusticia y puede pasarse toda la vida enfrentada con los demás, en un estado de guerra permanente y sin fin.
La mansedumbre es el camino más recto para ir a la libertad, aunque en la organización de la sociedad pueda parecer lo contrario, puesto que cuando la causa lejana que produce la agresión actual agota su dinamismo, la agresión cesa automáticamente.
La mansedumbre es el polo contrario de la ambición desmesurada. Hoy en día la ambición es contemplada como una virtud y la sociedad entera se vuelca para estimularla, para sacar al hombre de sus casillas ordinarias y llevarlo más allá de sí mismo, bien sea en sus necesidades de consumo diario o en el ejercicio de sus poderes intelectuales. Lo bueno, para nuestra sociedad, es consumir más, viajar más, leer más, trabajar más, escalar más y más puestos, olvidando que cada alma tiene su norma, que cada ser se mueve en una órbita natural y que los apetitos naturales vienen de dentro y son antinaturales si son estimulados desde fuera.
Esta sociedad, gobernada por la ambición desmesurada, ha alcanzado más rápidamente metas materiales, pero no puede decirse que los ambiciosos hayan conquistado el reino de la tierra porque la misma ambición mata los goces que produce y deja la tierra convertida en un reino poco apetecible que ofrece placeres irrisorios. Incluso los que han conquistado cimas sociales que pueden parecer envidiables y que van por el mundo cargados de yates y de mansiones de ensueño, se ven amenazados por la provisionalidad de ese reino, por el miedo a perder lo que tienen, a que se lo quiten, rodeados de guardaespaldas que los protejan y más tarde o más temprano, en esta o en otra vida, puede que se vean derribados de su pedestal y tengan que volver a empezar armados de un pico y de una pala.
La mansedumbre conduce a la paz, es decir, a una vida en la quenada se opone a la realización de la voluntad natural de la persona, que puede así llevar a cabo su vocación y exteriorizar su talento en perfecta libertad, sin que nadie invada su espacio humano. A esto se refería Cristo cuando decía que los mansos heredarán la Tierra, o sea, dispondrán de su pedazo de universo, según sus capacidades, según su fuerza de voluntad.
Entonces, ¿no es lícito aspirar a ser más de lo que se es? Tal vez no sea lícito hacerlo si con esa aspiración se violenta el medio natural en que hemos nacido; si esa aspiración exige una ruptura con nuestro país, con nuestra familia y un quebrantamiento de las reglas de la sociedad que nos ha formado. La mansedumbre exige no meter goles en la portería defendida por nuestro propio hermano.
Cada uno de nosotros nace en el lugar más adecuado para vivir las experiencias solicitadas por la parte divina que le habita, y se encuentra integrado en la situación más adecuada para obtenerlas. Pretender recoger experiencias fuera de ese contexto, equivale a menudo a dar a nuestro Ego Superior una cosecha de coles, cuando lo que nos ha pedido son patatas.
La mansedumbre nos lleva a mantenernos dentro de nuestra propia órbita, sin envidiar la del vecino. Es fácil imaginar todo lo que podríamos hacer si nos tocara la lotería. En la mayoría de los casos pensaremos en comprar y comprar, pero el ideal sería pararnos a escuchar la voz que llega de nuestro interior y actuar en consecuencia. El manso es aquel que sabe escucharse.
Y no debe confundirse el ser manso con ser servil. La mansedumbre no te lleva a estar de brazos cruzados esperando la consecuencia de las acciones emprendidas en el pasado, sino todo lo contrario. La mansedumbre te lleva a aceptar tu realidad y a ponerte en marcha para que en el futuro las cosas sean distintas.
En el próximo capítulo hablaremos de la cuarta bienaventuranza
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