Bienaventurados los afligidos, ya que ellos recibirán consuelo
«Bienaventurados los afligidos; ya que ellos recibirán consuelo«, (Mateo V, 1 a 12), dice la segunda Bienaventuranza, en la cual puede reconocerse la dinámica de Binah, el 2º centro de el Árbol de la Vida. Cristo anunciaba implícitamente con esta Bienaventuranza la Ley de alternancia, que hace que las cosas cambien. La aflicción puede ser física o puede ser moral. En ambos casos es algo provisional, destinado a desaparecer. Es algo que la propia persona ha hecho necesario, en virtud de pasadas actuaciones, pero que no puede durar porque la aflicción está sometida a la fuerza de repulsión que la destruye y le sucede el estado de consuelo, que representa una restitución de aquello que había perdido, trátese de salud, de afecto o de posesiones materiales, tal como aparece en la historia de Job, que es una ilustración de cómo el afligido es consolado cuando comprende los motivos de su aflicción.
El Reino que anunciaba Jesucristo es el del vasto consuelo, es aquel en el cual se encuentra todo lo que en el humano peregrinaje se ha perdido, es un ancho océano de amor, de sabiduría, de gracia, y cuando ese reino se derrama sobre el alma, no puede subsistir en ella ninguna aflicción.
Pero a veces las aflicciones humanas son largas, porque largos y duraderos han sido los errores que han conducido a ellas y ocurre que el enfermo, el desdichado, se identifica con su mal y con su desdicha, pensando que la salud y la dicha no son para él. Esta actitud paraliza la llegada del consuelo.
O bien se rebela contra lo que le está ocurriendo, poniendo en duda la justicia de Dios, lo cual tiene como efecto apartarle igualmente de las dulces aguas del consuelo.
Al unir el consuelo con la aflicción, Jesús quería significar lo que luego ilustraría con su propia vida, al curar de forma instantánea a los que se acercaban a él para tocar su gracia. Quería decirles a todos los afligidos que la recuperación está a su alcance, si en ellos adviene ese estado de confianza que se llama Fe. Poco importa la gravedad de sus aflicciones y que los médicos las consideren o no curables. El dictamen médico tiene un valor en el mundo profano, pero en el Reino del Padre todo es perfecto y cuando el alma humana se ha vinculado a él, la perfección de arriba desciende sobre el enfermo, y al instante queda sanado.
Jesús dice: Vosotros los que sufrís, los que en vuestro itinerario os veis cargados con lacras físicas o morales, elevad vuestros pensamientos y vuestros sentimientos hacia esa esfera de confianza que se llama Fe y las aguas del consuelo se derramarán sobre vosotros limpiando todas las lacras.
Cuando tenemos una enfermedad o un problema importante, lo primero que hacemos es empezar a contárselo a todo el mundo a nuestro alrededor, para que así se solidaricen con nosotros y para justificarnos. De este modo conseguimos darle una gran dimensión al asunto. Pero cuanto mayor lo hagamos, más nos costará desprendernos de él. Cristo nos dice en esta bienaventuranza que la aflicción es temporal y de nosotros dependerá que esa temporada sea más corta o más larga.
Démosle a esa aflicción el nivel de importancia necesario para tomar conciencia de que de alguna manera nos hemos desviado de nuestra trayectoria y luego dejémosla marchar.
En el próximo capítulo hablaremos de la tercera bienaventuranza
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