Soy una mala madre
Alba me llamó avergonzada, la rabia y la culpa quemaban en sus entrañas a partes iguales. Se sentía vencida por el desespero y había permitido que la voz del reproche gritara como nunca lo había hecho antes. Y cada vez le costaba más acallar esa voz. ¡Soy una mala madre!
«Hola mi querido Tristán, ayer no fue un día fácil para mí. Me doy cuenta, en mis momentos de lucidez, que mis hijos son mis grandes maestros. Pero ayer no fue uno de esos días. Sentí rabia, enojo, frustración y un gran dolor que formaba un nudo en mi estómago. Sabía que no estaba haciendo las cosas bien y que a veces mi mano se hace demasiado grande y demasiado rápida y lo peor es que el destino no admite la marcha atrás. Una vez lanzado el piropo, no lo puedes recoger de nuevo y eso duele. Creo que a menudo sufre más quien da que quien recibe.»
Alba es una de tantas madres, esposas, hijas o padres, esposos, hijos, que viven con la espada de Damocles de la culpa pendiendo encima de sus cabezas.
Los que asisten a mis cursos, a menudo me han oído comentar que vivimos en un mundo de valores invertidos en el que las grandes almas viven agazapadas, mientras los simples de espíritu campan dictando leyes por doquier. El sentido común vive como un inmigrante ilegal, perseguido hasta la muerte, cuando intenta poner un poco de orden en este mundo de locos.
Recuerdo haber leído que la “moda” de llevar los pantalones rotos llegó de la mano de un joven artista, de cuyo nombre no quiero acordarme (se llaman artistas porque venden mucho). El agraciado estaba en uno de esos días, en que cargaba con una generosa mezcla de alcohol y drogas. Tropezó, cayó encima de un clavo y le quedó un hermoso siete en el tejano. Al ver el agujero (y tal vez porque buscaba algo debajo inducido por los alucinógenos) decidió rasgarse el pantalón y ensancharlo. Al cabo de un rato se cruzó con un paparazzi que lo inmortalizó. Sus fans pensaron que se trataba de un nuevo look y se rasgaron los pantalones para imitarlo. Hasta aquí el tema se quedaría en una pura anécdota. Pues no. Ahora las tiendas de “moda” los venden rotos y más caros que los que no lo están. Lo triste es que la gente los compra… y se los pone…
El otro día en el gimnasio vi a un individuo, como desconozco su nombre, lo llamaremos Tres Neuronas, que hacía tiro olímpico con la percha y la lanzaba encima del armario (no me preguntéis la razón, me veo incapaz de elucubrar una teoría plausible). Acto seguido, se desvistió tirando la ropa dentro de la taquilla como si se tratara de trapos (claro, ya no tenía percha). Pero esto no fue lo más significativo. Al quedar su espalda al descubierto pude leer un tatuaje que rezaba: mamá te quiero. Imagina ahora a Tres Neuronas el día de la Madre, desabrochándose la camisa delante de la susodicha, así, despacio, como quien ejecuta un ritual sentimental, para girarse con parsimonia y decirle a su progenitora: ¡Mira!
No me digas que no te has emocionado. ¿Tan difícil resulta decir te quiero o es que Tres Neuronas tenía miedo de olvidarse que quiere a su madre?
Estas pequeñas anécdotas, solo son para argumentar que vivimos en el mundo al revés y en él, una mujer espléndida, que está esforzándose por dar lo mejor de sí misma, en todos los ámbitos de su vida, me dice: soy un a mala madre.
Volvamos al meollo de la cuestión, la culpa. En este mundo al revés nos han enseñado que las cosas están bien o mal. El problema está en quién decide lo que es correcto y lo que no lo es. Si nos dejamos guiar por la vara de medir de los demás, incluso de la vara de los que nos han educado, nos estamos equivocando. Eres tú quien tiene que descubrir lo que es bueno o malo para ti, porque el resto del mundo forma parte de otro bancal.
Otro detalle. Estamos en esta vida para acumular experiencias que nos lleven a aprender y el error es la vía más rápida de aprendizaje. Esta sentencia, anula, por inútil, cualquier sentimiento de culpa, ya que si estamos aprendiendo, mayormente, a través del error, ¿a que viene sentir culpa?
Y por último, aunque no menos importante, es preciso recodar que los hijos son los que nos eligen, con la equipación con la que hemos venido a vivir. Así que es imposible que les fallemos si nos han escogido, precisamente, por las experiencias que íbamos a permitirles vivir.
Alba me mandó otro mensaje, a continuación del anterior, con una foto de un precioso pastel que había elaborado para sus hijos, Mira en qué he transformado mi energía, me decía. Era un pastel de chocolate. El dulce está relacionado con el amor. Así que después del chaparrón, Alba les dedicó una obra de amor. (P.D. el pastel que sale en la ilustración es el que confeccionó Alba).
Aprovecho para rendir mi humilde homenaje a todas las madres, incluyo a la mía, que en la sexta región del Mundo del Deseo esté (si quieres saber lo que hay en esta región, apúntate al curso gratuito: Método Kabaleb.
¡Apasiónate, Vive, Cambia!
Tristán Llop
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