Romper una amistad, ¿serías capaz?
¿Duran las amistades para siempre? El día a día parece mostrarnos que la naturaleza humana es mutable y que muchas de nuestras amistades acaban siendo circunstanciales y se rompen en algún momento por motivos de toda índole, como la distancia física (cambio de trabajo, el final de un curso, etc.) o la distancia emocional (discusiones, decepciones, diferencias irreconciliables…). Resulta difícil encontrar a personas que te acompañen durante muchos años porque eso significa tener un ritmo evolutivo más o menos parecido y gozar de ciertas aficiones comunes o formas de enfocar la vida que no difieran en exceso, a parte de sentir un cariño que empuje a ambos a mantener la relación a lo largo del tiempo.
Cuando se trata de dejar de ver a alguien con quien no hemos tenido un apego real, no nos tiembla demasiado el pulso. Entendemos que la relación tenía sentido en determinadas circunstancias y cuando éstas han llegado a su fin, se ha terminado el contrato entre nosotros. Con una palmadita en la espalda y un «ya nos veremos», queda finiquitado el tema.
Pero, inevitablemente, llega un momento en el que tenemos que decir adiós a un ser querido, a alguien que nos ha acompañado durante una etapa de nuestra vida, que ha estado allí para nosotros, que conoce nuestra historia, nuestra personalidad, que nos ha hecho reír y con el que también hemos compartido noches de llanto. A alguien a quien en algún momento habíamos elevado a la categoría de imprescindible y con el cual no esperábamos tener que tomar caminos separados.
Cuando las cosas empiezan a cambiar y la complicidad no es la misma, cuando sus comentarios empiezan a herirte o te das cuenta de que no vais por los mismos senderos y la vida os está apartando gradualmente, es ahí cuando vas a intentar agarrarte con uñas y dientes, porque para rupturas dolorosas ya existe el amor y no te da la gana tener que decir adiós a una amistad.
Proteger a tu corazón del dolor será tu principal misión y por eso te inventarás mil justificaciones para no tener que aceptar que puede que lo vuestro no fuera para siempre, que tal vez es hora de romper una amistad. Es en ese preciso momento cuando tienes que formularte las siguientes preguntas:
1. ¿Me siento bien cuando interactúo con esta persona?
Si tienes la sensación de que antes estabais mucho mejor, de que ahora te sientes herido con mucha más facilidad o discutís más a menudo, es momento de pensar en lo que te conviene.
2. ¿Que me está aportando esta relación?
Porque vivir de las rentas no es suficiente. Por mucho que pasarais grandes momentos en el pasado, que compartierais mil y una aventuras y estuvierais ahí el uno para el otro, si la situación ha cambiado, tienes que replantearte las cosas.
3. En un momento de necesidad, ¿contaría con esa persona del mismo modo que antes?
Piensa en el pasado, en cómo pensabas en esa persona a la hora de afrontar situaciones complicadas. Si no sigues teniéndola en consideración del mismo modo, es hora de reflexionar.
4. ¿Tenemos valores afines?
Puede que en los años de juventud eso no se tenga muy en cuenta, pero cuando maduramos, el hecho de regirse por unos valores más o menos similares empezará a tomar más relevancia. Y si bien no será un punto decisivo, vale la pena tenerlo en cuenta.
5. ¿Nuestros pensamientos, ideas o razonamientos van en una misma línea?
La forma en la que enfocáis vuestra vida es importante porque si hay una sintonía entre vuestra línea argumentativa, es probable que os comprendáis mucho mejor y os deis buenos consejos, pero si vuestras ideas difieren mucho, la comunicación se volverá más tediosa y será más fácil caer en discusiones.
6. ¿Somos capaces de sentarnos a dialogar cuando existe una controversia?
Ser capaces de hablar de lo que ocurre entre vosotros, de los roces que puedan haber o las emociones que despertéis en el otro es fundamental para que una relación se mantenga. Si te inventas excusas para no comunicarle a la otra persona que te ha hecho sentir mal o percibes que el otro se mosquea contigo en ocasiones, pero nunca te habla de ello, será el momento de plantearse la continuidad de la relación. Dejar a un lado tus sentimientos para no enfrentarte al otro, seguramente por miedo a iniciar una discusión, es un claro síntoma de que algo no funciona bien en esa relación.
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Como punto final te lanzo la siguiente pregunta-reflexión: ¿La amistad debe basarse en conseguir que el otro sea como tú quieres que sea o deberíamos querer que el otro nos aporte lo que tiene, lo que es?
¡Apasiónate, vive, cambia!
Silvia Llop, psicóloga
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