Me importa un bledo
Me importa un bledo, ¿y a ti?
Sonó el despertador y ella sintió acercarse la presión irresistible de la rutina, como un tren que llega puntual a su estación.
Su vida no le gustaba y se sentía como atrapada en el tiempo, en el laberinto de unas costumbres gastadas. Entonces de lejos llegó una cantinela: misma historia, mismo resultado; misma historia, mismo resultado; misma historia, mismo resultado.
Paró el despertador de un manotazo y se oyó gritándose a sí misma: ¡Basta! Quiero que mi brújula marque otro norte. Quiero sentirme viva otra vez.
Los primeros rayos del amanecer se filtraron por su persiana, que siempre dejaba un poco abierta, con la esperanza de que se colara un rayo de lucidez, una brizna de buena suerte, o aunque fuera un pequeño consuelo.
Y pasó.
Se sintió con fuerzas, de un manotazo apartó las sábanas y, como si llevara un resorte en la espalda, se incorporó, sentándose en el borde la cama. Agarró la goma que tenía en la mesita de noche y la usó de recoge pelo.
Se contempló unos segundos en el espejo del armario, repitiéndose: ¡Tú vales más de lo que crees!
Y como si le hubieran dado cuerda, se puso de pie encima de la cama y empezó a saltar y a cantar la canción de Alfred Kwac: me siento muy feliz, muy feliz, muy feliz, feliz, tan feliz, que no hay penas en mí.
Sucedió entonces algo sobrenatural. Se dio cuenta que en el espejo aparecía una vieja conocida, que había permanecido agazapada durante demasiado tiempo, alguien que se ocultaba tras centenares de convenciones, tras cortinas de tristeza, tras toneladas de miedo, tras ese futuro de nubarrones negros que proyectó en base a un pasado agotador.
Esa personalidad por fin había salido, estaba bailando en el espejo, saltaba, se reía, era feliz.
Pero la personalidad conservadora, la que proclama que más vale malo conocido que bueno por conocer, trató de contraatacar: ¡Céntrate!, ¿no ves que estás ridícula saltando en pijama y voceando la canción de un pato? ¿Y si te viera la gente…?
Pero ella subió el volumen y cantó todavía más fuerte, con más ganas y cuanto más saltaba, más viva se sentía.
Hoy no estaba dispuesta a ceder, solo quería ser feliz.
Aquel día se juró a sí misma no volver a ceder el mando a distancia. Se juró no dejarse volver a aplastar por el peso de la rutina, por el engaño de una vida más segura, por el qué dirán.
Aquel día se juró no volver a mendigar el amor de nadie, ni entregar su corazón a quien no lo mereciera.
Decidió dejar de concederle tanta importancia a las anécdotas cotidianas e inscribir su nombre con letras de oro en una nueva religión, cuyo lema principal es: ¡Me importa un bledo!
Dedicado, con mucho cariño, a aquellas personas que ya se sienten preparadas para formar parte de esta nueva religión. Y también a las que, sin saberlo, ya tienen un pie en ella.
¡Apasiónate, Vive, Cambia!
Tristán Llop
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