Verdades molestas
“Cuando salió de allí, comenzaron los escribas y fariseos a acosarle terriblemente y a proponerle muchas cuestiones, armándole insidias para sorprenderle en algo que saliera de su boca”. (Lucas Xl, 53-54).
Es natural que esas verdades resulten molestas para los escribas y fariseos alojados en nuestra naturaleza. ¡Cuán tranquilizador para nuestra conciencia resulta saber que las leyes son justas, que los doctores son sabios, que la tradición es venerable! Cuando Jesús se manifiesta en nosotros, comienzan las dudas y el sólido viejo mundo en que nos apoyábamos empieza a resquebrajarse. Hay algo en nosotros que nos dice que todas las premisas sobre las que se asienta el edificio social, sobre la que se estructura la convivencia, son falsas. Pero al mismo tiempo, las múltiples tendencias activas en nuestra psique nos dicen que mejor haríamos matando al perturbador y seguir viviendo apoyados en los viejos preceptos. Pero matarlo por las buenas, una vez probada su culpabilidad, para podernos decir que aquella muerte fue justa y no deje en nosotros el ácido de la culpabilización que corroe los falsos valores instalados en la conciencia.
De ahí el «terrible acoso» al que escribas y fariseos sometían a Jesús. Ese terrible acoso ha de sufrirlo el hombre profano cuando empieza a percibir una verdad que va más alía de las verdades oficializadas. Y ese terrible acoso puede no ser únicamente psicológico, sino desarrollarse en nuestra vida real, y ahí esta el ejemplo de Galileo, a punto de morir quemado por haber visto y haber proclamado que la Tierra era redonda y se movía alrededor del Sol, en una sociedad persuadida de que era cuadrada y que hacía de ello un artículo de fe.
El descubridor, el revelador, es siempre alguien que debe vivir con las maletas preparadas para salir de estampida cuando aparezca el peligro, que no ha de faltar a la cita de su destino.
En el próximo capítulo hablaré de: partir la herencia
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.