Todo lo mío es tuyo
“He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado, tuyos eran y tú me los diste, viene de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos ahora las recibieron y conocieron verdaderamente que yo salí de ti, y creyeron que tú me has enviado. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que tú me diste; porque son tuyos, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo, mío, y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti, Padre Santo, guarda en tu nombre a estos que me has dado para que sean uno con nosotros”. (Juan XVII, 6-11).
¡Cuánta ciencia en tan pocas palabras! Recordemos que la oleada de vida humana es una Creación genuina del Padre, que somos el primor del primer Día de la Creación, puesto que las demás oleadas de vida, o bien son anteriores a ese primer día, producto de una anterior Manifestación, o bien son posteriores y, por consiguiente, creadas por los subordinados de Kether-Padre. Nosotros somos suyos en el sentido pleno de la palabra, puesto que suya es la esencia que compone nuestros Egos, los antiguos espíritus virginales.
Pero he aquí que la Creación siguió su dinámica; otras fuerzas entraron en funciones y cada una utilizó a las criaturas del Padre para sus experiencias personales. Vino la inevitable corrupción y estos corruptos nos utilizaron, nos manipularon y convirtieron en instrumentos de su purificación, captando nuestra voluntad, ese don que el Padre ha puesto en nosotros, comprometiéndose a que nunca nos faltaría, captándola, decíamos, en su propio provecho. Así, prostituidos, violados, ultrajados, el Padre ha tenido que esperar a que su Hijo, en el proceso natural de manifestación de las fuerzas cósmicas, alcanzara el momento de su actuación estelar, que estuviera en condiciones de dar su sacrificio consentido, de acuerdo con la ley que Binah estableció y que el Padre no puede levantar.
Cristo bajó y encontró una humanidad que hasta el nombre de su Creador había olvidado y adoraba la divinidad bajo su aspecto terrible, el dios del talión, del castigo, de los sacrificios y penas. Cristo se encarnó en Jesús para recordar a los seres humanos el nombre del Padre, para hablarles de su bondad, de su amor, de su capacidad de perdón y del olvido de las ofensas. Vino a decirles que el tiempo de las penalidades no era eterno, que un día vendría en que el trabajo no les produciría sudor y que los frutos surgirían de su naturaleza sin esfuerzo.
Vino a dar del Padre el testimonio más íntimo, más próximo, restituyéndole su verdadero rostro, oculto en las caretas de los múltiples Sefirot, ellos mismos penetrados de la sustancia de todos los demás. Cristo vino para purificar las aguas turbias de los sentimientos humanos y para levantar los deseos del hombre, para que pudieran someterse a la voluntad del Padre. Sin él, la persona no podía llegar al Padre por el camino adecuado, y los que penetraban en él, lo hacían por la vía del rigor, por su terrible costado izquierdo, suscitando la salida del mismo rigor por el que habían ascendido, y llevando al mundo terribles mensajes de destrucción y de catástrofes.
Ahora, con las enseñanzas que se desvelan cuando entramos en conexión con Cristo, conocemos la otra cara del Padre y sabemos que el mundo que nos espera es un mundo de bondad, de belleza, de suprema y eterna armonía, en el que estaremos en todos, como los racimos de una granada, solidarios, cómplices, co participes de todo lo que se haga y diga en la humanidad.
En el próximo capítulo hablaré de: todo viene de ti
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