Preparando la estrategia
Al dejar Caná y los festejos que iban a durar ocho días, Jesús y sus discípulos se fueron a Bethsaide y pasaron la noche en la casa de Santiago y Juan. Por la noche, tras la cena, Jesús habló por primera vez a sus discípulos de su misión y de la forma en que seguramente iba a terminar. No les dijo todo lo que más tarde sabrían, pero los asistentes a esta reunión, Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe y Bartolomé quedaron anonadados. Ellos seguían aún aferrados a la idea del Mesías triunfante que los judíos esperaban, el que iba a llegar en un corcel, espada en mano y no podían comprender que ese enviado divino acabara sus días en la tierra trágicamente. No podían entender que la liberación que él representaba era la de liberarse de la presión de las normas y la estructura que ahogaba a la gente y los separaba los unos de los otros, de manera que un judío no podía hablar con un samaritano, conviviendo en la misma ciudad. Era salir de la cárcel de las normas para entrar en la libertad del amor.
Solo Andrés se atrevió a despegar los labios y cuando Jesús los vio tan perplejos y confusos, los mandó a descansar, mientras él, envuelto en su manta de viaje, pasó toda la noche despierto, sentado a orillas de un lago, reflexionando sobre la manera de enfocar sus enseñanzas.
Sus discípulos le servían de algún modo de conejillos de indias para saber cómo reaccionarían los demás ante su doctrina y, por lo tanto, para saber de qué forma tenía que darla. En los primeros tiempos, cuando le preguntaban si él era el Mesías, daba una respuesta ambigua ya que, él lo era, pero no el Mesías que el pueblo esperaba, de modo que, al responder afirmativamente, inducía al error al que lo interrogaba, que podía pasar a formar parte de sus seguidores llevado por ese error. A partir de entonces se hizo el propósito de no negar su identidad, dejando que el Padre solucionase la confusión que se creaba.
Este pasaje de la vida de Jesús nos sirve de ejemplo, así, antes de lanzarnos ante el gran público, es bueno que expliquemos nuestras ideas ante un pequeño grupo de amigos y seguidores.
Esto fue lo que hizo Kabaleb al inicio de su gran obra. Antes de ponerse a escribir, reunió en su casa a un pequeño grupo de incondicionales y fueron ellos los que lo animaron a escribir libros y a dar cursos.
También significa que antes de lanzarnos en un cambio de grandes dimensiones, en un cambio espiritual sin vuelta atrás, es preciso plantearnos si valdrá la pena el resultado, si aquello es lo que quiere nuestra alma o si estamos preparados para ciertas renuncias.
En el próximo capítulo hablaré de: el libertador.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.