Por sus frutos los conoceréis
«Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso las uvas se recogen en los espinos o los higos crecen en los abrojos? Todo árbol bueno da buenos frutos y todo árbol malo da frutos malos. Un buen árbol no puede dar malos frutos ni un mal árbol darlos buenos. Todo árbol que no da frutos es cortado y arrojado al fuego. Así, por sus frutos los reconoceréis«. (Mateo VII, 16 a 20).
Hemos visto en estas enseñanzas que las leyes naturales se manifiestan en cuatro etapas para llevar a la plenitud todas las cosas. La primera es aquella en que las semillas son preparadas para su plantación, es la que llamamos la fase Yod. Todas las semillas se parecen y solo los expertos pueden identificarlas sin temor a equivocarse.
En la segunda etapa, las Semillas son plantadas en la tierra, es la fase He, desaparecen en ella como si no existieran y mal podríamos reconocerlas si no las vemos.
En la tercera etapa o fase Vav, aparece la planta y ya por sus hojas, por sus flores, puede reconocerse la especie a que pertenece, pero se necesita cierto discernimiento para ello.
En la cuarta etapa, la fase 2º He, es cuando aparece el fruto y entonces no hay lugar a dudas respecto a la identidad de la planta, y hasta un niño de muy pocos años sabe identificar una pera o una manzana.
También en el dominio humano esas cuatro etapas se manifiestan y hay un tiempo para las flores y un tiempo para los frutos. En lo que se refiere a las enseñanzas espirituales, puede decirse que cada etapa tiene un año natural de duración, por cuanto en un año todos los signos del Zodiaco han «trabajado» en la obra.
Resultará así que en el cuarto año las enseñanzas recibidas deben dar sus frutos en el discípulo, este se encuentra entonces en condiciones de evaluar si esos frutos son dulces o son amargos. Si abandona una enseñanza antes de su cuarto año, no habrá llegado al periodo de los frutos y, por consiguiente, se tratará de una experiencia abortada, que no habrá aportado suficientes elementos de juicio como para pronunciarse sobre ella.
Cristo exhorta pues a sus discípulos a ir hasta el final de una experiencia determinada y juzgar por los resultados obtenidos con ella. No se trata, precisémoslo, de realizar «viajes astrales«, pongamos por caso, sino de mover los resortes de la personalidad para que esta funcione de acuerdo con las normas enunciadas por Cristo en ese sermón y por la dinámica que iría desarrollando a lo largo de su ministerio.
Puede ocurrir también que el árbol no dé frutos y Cristo nos dice que cuando esto sucede, es arrojado al fuego. O sea que si al cabo de cuatro años de haber iniciado una experiencia espiritual, nuestra vida sigue siendo la misma, si el aspecto que ofrece nuestro árbol es el de verdor, característico del periodo de florecimiento de la hoja y no aparece en él el colorido que da el fruto que cuelga de sus ramas, podemos arrojar esa enseñanza al fuego purificador, es decir, diluirla en el ardor de un nuevo designio, portador de una nueva esperanza.
Así, por ejemplo, vemos que en algunos países, como España, los periodos de legislatura son de 4 años y cuando se abortan antes de finalizar ese periodo, podemos determinar que no se han dado los frutos esperados.
Hay enseñanzas meramente culturales, que satisfacen la curiosidad sobre ciertos aspectos misteriosos de la existencia. Tales magisterios aportarán al alma que busca un saber enciclopédico, pero nada más, serán árboles que no dan fruto y que deben servir para encender el fuego que produzca en el alma el ardor del conocimiento.
Así, de la misma forma que los árboles cambian de apariencia en el periodo de los frutos, nuestra vida también debe cambiar cuando una enseñanza iniciática ha penetrado en ella y esa será la prueba de que esa enseñanza está siendo provechosa para nosotros.
En el próximo capítulo hablaré de: la virtud que no lo es
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.