Más allá de los ritos
El gesto y la palabra constituyen dos poderosos auxiliares para elevarse hasta la divinidad, pero no dejan de ser meros vehículos que conducen a ella. Cuando una persona cree que le basta con cumplir con un ritual para gozar del favor divino; cuando piensa que por unos determinados gestos y palabras conseguirá días de paraíso y perdón de sus errores, se equivoca. Si sus gestos no la llevan al abandono de sus objetivos humanos en favor de su naturaleza divina, no será más que un banal ejecutor de un rito muerto. En todo su apostolado, Cristo pondría el acento sobre ese aspecto de la cuestión, invitando a sus seguidores a pasar del Hacer prácticas religiosas a ser infantes de la divinidad, como ya comentamos anteriormente.
En muchas escuelas esotéricas, se desarrollan ciertos aspectos de su enseñanza a través de los ritos, porque en su simbolismo se encuentran esparcidos elementos de conocimiento que se incorporan al oficiante por vía sensorial, sin necesidad de pasar por el intelecto. Pero, tal y como acabamos de decir, el rito es un camino para ir a Cristo y debe inducir a la persona a comportarse, en su vida ordinaria, de la forma que le señala el rito, no por obligación o por querer mortificarse, sino porque le sale así de las entrañas y porque no podría ser de otro modo. Cuando esto se produce, la persona se ha liberado ya de toda obligación religiosa externa. Podrá participar en ritos y actos religiosos si quiere, para estar al lado de sus hermanos y ayudarlos en sus tareas, pero habrá superado su dependencia de toda forma religiosa porque la Ley actuando desde dentro ya no necesita la escenificación exterior.
Lo importante siempre es comprender e interiorizar lo que el ritual quiere escenificar. Lavarse los dientes es un ritual y repetirles a nuestros hijos todos los días que lo hagan, también lo es, pero lo hacemos con la esperanza que lo interioricen y lo practiquen después sin que nadie se lo diga, porque comprendan su sentido.
Nuestro camino espiritual suele estar plagado de rituales, encendemos velas, ponemos incienso, rezamos, meditamos, todos ellos deben llevarnos a asimilar unos valores que después pondremos en práctica en nuestra vida cotidiana.
Años atrás creé un acrónimo que es el CCA, conocer, comprender y aplicar. Los dos primeros se recorren a menudo sin demasiado esfuerzo, el tercero, el de aplicar es que más nos cuesta y a menudo pensamos que con comprender es suficiente y nos atascamos allí. Yo puedo comprender que hablar mal a una persona la puede dañar emocionalmente, pero cuando me enfado descargo todo mi arsenal de insultos. Entonces habré llegado a comprender, pero no a aplicar.
En el próximo capítulo hablaré de preparar la estrategia.
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