MALKUTH, la cristalización
Malkuth es el último Séfira, el décimo, de el Árbol Cabalístico es el cuarto del Mundo de Formación y el primero del Mundo de Acción.
Los nueve centros anteriores representan otros tantos grupos de facultades que debemos adquirir a lo largo de nuestro recorrido humano, vida tras vida. Malkuth será pues el resultado de nuestra actividad anterior. Todos los centros de vida desembocan finalmente en Malkuth, es decir en nuestra personalidad material, transformándola. En este punto, todo se vuelve acontecimiento, realidad palpable.
Cuando se alcanza este punto, ha pasado el momento de pensar, meditar o imaginar, y solo cabe experimentar aquello que anteriormente -tal vez en otras vidas o en esta- hemos ideado.
La vida nos pide respuestas inmediatas, actos. El Árbol nos permite entender, entre otras muchas cosas, el proceso de formación de un acto cualquiera. Todo acto físico se inicia en primer lugar en el Mundo de las Emanaciones (Kether, Hochmah, Binah, Hesed), en el que se manifiesta como una emanación la voluntad incipiente de hacer algo, este proceso es muy a menudo inconsciente. Luego este embrión de proyecto será regado con el Agua de nuestros deseos en el Mundo de Creaciones (formado por los centros Hesed, Gueburah, Tiphereth, Netzah), posteriormente en el Mundo de Formación (Netzah, Hod, Yesod, Malkuth) lo analizaremos de forma exhaustiva y veremos la forma lógica de realizarlo y cristalizarlo y finalmente aparecerá en el mundo de Acción materializado en Malkuth, en la esfera física.
Vemos en el Árbol que todos llevamos dentro, que la realidad material está representada por el centro número diez llamado Malkuth. Cuando damos algo de nosotros a los demás, les estamos dando pedazos de Malkuth, por así decirlo, o sea, lo que forma parte de nuestra realidad material, tanto si se manifiesta en pensamientos, sentimientos o en valores metálicos.
Entonces nos empobrecemos en Malkuth y en esa esfera se forman unos vacíos que de forma inmediata son llenados por los materiales correspondientes a la esfera inmediata superior, la número nueve, que es la de Yesod, en la que se formarán a su vez vacíos, y en ellos penetrarán los contenidos de la esfera ocho, Hod, y así sucesivamente hasta alcanzar la esfera número uno, Kether, nombre con el que se designa en cábala al Padre. Al penetrar los contenidos de Kether en los vacíos producidos en Hochmah, se producirán a su vez vacíos en Kether y en ellos penetrará la esencia universal del Padre que nos restituirá lo que ha salido de Malkuth en la medida en que haya salido.
Esto significa, en términos prácticos, que cuanto más importantes sean las pérdidas que ha tenido Malkuth, mayores serán los ingresos en nuestro Kether individual. Y puesto que todas las esferas tendrán mengua, todas esas partes de nuestra personalidad se volverán a llenar. En resumen, Dar nos llenará de nuevo. Por eso decimos que dar genera recibir.
Sin embargo, no ha de ser pensando en la recompensa que debemos desposeernos de nuestros contenidos humanos, porque si lo hacemos así, estamos poniendo en marcha la dinámica de la Columna de la Izquierda y corremos el peligro de que el contenido de Kether nos sea enviado por el conducto de esos Sefirot, los centros de la izquierda, por los que circulan bienes perecederos y en los que el bien está dentro, y para encontrarlo será preciso que destruyamos una pesada costra material, es decir, nos vendrá ese bien a través del esfuerzo.
El objetivo supremo de toda vida humana no es otro que el de conseguir que el Reino de Kether descienda de la cima en que se encuentra y se instale en nuestro yo material, penetrando en la carne, en la sangre, moviendo los resortes de nuestros músculos y nervios, manifestándose en nuestros gestos.
Pero ese camino es largo y difícil. Si contemplamos de nuevo el Árbol de la Vida, vemos que de Kether a Malkuth tenemos 10 centros que están unidos por una serie de senderos que van de una a otra de las tres Columnas. Existe una vía rápida en la Columna Central, pero solo unos pocos privilegiados pueden deslizarse por ella. El grueso del pelotón de la humanidad transita por los senderos serpenteantes que van de un centro de vida de la derecha a uno de la izquierda y es por ellos que nuestra vida ha de transcurrir, desde las alturas de Kether hasta las profundidades de Malkuth.
En ese largo viaje del Padre-Kether para visitar a sus hijos, los seres humanos, la primera etapa lo llevará a esa ciudadela espiritual que conocemos con el nombre de Hochmah. Allí Kether‑Padre tomará un rostro, adquirirá una apariencia que lo haga reconocible: se vestirá con la túnica deslumbrante del amor y la sabiduría y emprenderá el viaje hacia Binah. En esa aduana, los funcionarios le preguntarán si tiene algo que declarar y el Padre dirá: traigo conmigo el amor que todo lo une y la sabiduría que disipa todos los misterios.
El guardián de la frontera de Binah le responderá: Señor, para entrar en nuestro mundo, deberéis someteros a nuestras reglas. Aquí somos muy severos con nuestros súbditos y quizá vuestro amor significara una tolerancia inadmisible para nuestras leyes. Aquí, Señor, se aprende por la experiencia y no hay otra sabiduría que la conseguida por el esfuerzo. Despojaos pues de una parte de vuestro amor y olvidad vuestro saber si deseáis penetrar en nuestro país.
Así Kether, en cada una de sus etapas que lo conducirán sucesivamente a Hesed, Gueburah, Tiphereth, Netzah, Hod, Yesod y Malkuth, encontrará una aduana que irá despojándolo de los adornos de su túnica, hasta convertirlo en un puro harapo.
El trabajo humano consiste en permitir el paso de la divinidad por cada uno de los centros motores de nuestro organismo sin ponerle trabas ni filtros. Se trata de suprimir fronteras y discriminaciones y de ser, en lo interior y en lo exterior, perfectos ciudadanos del mundo.
El desarrollo del alma humana se efectúa en espiral, pasando alternativamente de la columna de la derecha a la de la izquierda, según el esquema de el Árbol Cabalístico. Primero el camino es de descenso hacia las realidades materiales (de Kether a Malkuth) y el alma pasa por etapas que se caracterizan por situaciones anímicas llamadas de fe sin obras y de obras sin fe. Cuando esa etapa de descenso ha sido consumada, comienza la evolución (de Malkuth a Kether), también en camino espiral, y entonces fe y obras se sostienen mutuamente. Es el camino de la iniciación, simbolizado por dos serpientes enroscadas.
En ese camino de ascenso, la conciencia va impregnándose de las realidades que constituyen nuestro universo hasta alcanzar una etapa final en la Columna de la Izquierda, en la que se ve perfectamente claro que el conocimiento material de las leyes que rigen el mundo es tan solo un fragmento de la ciencia divina. Ese conocimiento es algo perecedero, puesto que ese mundo material desaparecerá un día y con él se irán todas sus leyes y reglamentos. Advendrá entonces otro universo y para entenderlo será preciso haber alcanzado un grado de iluminación, de claridad, que solo puede obtenerse poniendo la conciencia a trabajar en la otra Columna, la de la Derecha.
En el Zodíaco, Malkuth corresponde al Ascendente o Casa I. Este centro representa pues nuestra tierra humana, nuestro mundo físico.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.