Los donativos
“Mateo empieza su capítulo 6 con: “Guardaos de practicar vuestra justicia ante los hombres, con objeto de ser vistos por ellos, ya que si lo hacéis así, no tendréis recompensa alguna de vuestro Padre que está en los cielos», «De modo que cuando hagas limosna, no toques la trompeta ante ti, como lo hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser glorificados por los hombres. En verdad os digo que ya reciben su recompensa. Cuando hagas limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha, a fin de que tu limosna se haga en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te lo devolverá«. Dice Jesús en la segunda parte de su Sermón de la Montaña (Mateo, VI, 1 a 4).
Se toca la trompeta para anunciar las hazañas extraordinarias para anunciar la victoria de un ejército o una decisión magnánima del soberano. Ese toque da relieve a algo que no ocurre todos los días, que no es habitual. Por ello cuando el hipócrita anuncia a toques de trompeta que se dispone a dar limosna, significa al mismo tiempo que darla no es algo habitual en él, no forma parte del repertorio de gestos cotidianos que se efectúan sin que nos demos cuenta de ellos: dar limosna no forma parte de su naturaleza, es un gesto singular y extraordinario.
Jesús exhortaba así a sus discípulos a que el gesto de dar fuera tan natural como lo es el de rascarse la oreja cuando nos pica, cosa que hacemos sin tocar la trompeta y sin que una mano anuncie a la otra que se va a rascar. Solo si se da obedeciendo a una necesidad interna, la ofrenda tiene un valor para la persona que da, ya que entonces significa que los mecanismos de la personalidad actúan al unísono con las fuerzas cósmicas, las cuales, como hemos visto en el curso de estos estudios, plantan la semilla de las cosas en una primera fase, nutren con ella los cuerpos según sus necesidades y arrojan al exterior su excedente de vida.
Esas tres funciones: plantar, aprovisionarse y dar, son las naturales en todos los dominios, y así en el reino vegetal vemos como las plantas – aunque no todas – dan sus flores o sus frutos, en los que se encuentran las nuevas semillas, y no se ha visto nunca un árbol que toque la trompeta cuando va a dar el fruto, que es su ofrenda natural, es la «limosna» que sale de él para que sus compañeros de evolución, los seres humanos y los animales, puedan subsistir.
El concepto de limosna no debemos limitarlo a la dádiva que se entrega al pobre que antiguamente se sentaba en la puerta del templo (y ahora parece que vuelve esta costumbre) y pedía por la gracia de Dios, y que ahora vemos en los subterráneos del metro pidiendo por sus problemas sociales. Limosna es todo lo que emana de una forma natural de nosotros mismos y que ayuda a los demás a vivir, es decir, los buenos pensamientos, los buenos sentimientos, las buenas acciones.
Decimos lo bueno, porque lo malo, como es destruido por la fuerza de repulsión que aniquila todo lo que no se ajusta a las reglas divinas, no podemos considerarlo como una dádiva. Si regalamos malos sentimientos, es como si diéramos a un pobre una moneda que se autodestruye en cuanto se la introduce en el bolsillo.
En este sentido, dar limosna significa que la persona está realizando las tres funciones naturales que acabamos de describir, o sea la de recibir, la de nutrirse internamente y la de dar el excedente a los demás seres.
Si se realizan esas tres funciones, y lo hacemos de un modo natural y constante, sin necesidad de tocar la trompeta, entonces es señal de que se ha alcanzado la fase terminal de desarrollo y te encuentras automáticamente en el Reino del Padre.
Jesús compara dar limosna con «practicar nuestra justicia ante los hombres«, y bien cierto es que de algún modo, el dar nuestro excedente significa entregar al otro lo justo que hay en nosotros, entendiendo por justo aquello que ha sido elaborado por nuestra naturaleza interna, aquello que ha sido «trabajado» por los sentimientos y que finalmente, habiendo pasado por el filtro de la razón, volcamos al exterior como el árbol derrama sus frutos, después de haber convertido su agua‑amor en sabroso jugo y su fuego‑sol en delicados azúcares que darán energía a la voluntad.
Así pues, debes dar lo que en justicia ha elaborado tu naturaleza interna, del mismo modo que el melocotonero da melocotones y el peral, peras. Si tu naturaleza interna ha elaborado ideas, eso es lo que debes dar; si tu riqueza es de sentimientos, debes entregarlos, y ofrecer también frutos materiales: tiempo de trabajo desinteresado, por ejemplo (como el voluntariado). La limosna al pobre es la ofrenda más modesta, y en este sentido, los pobres realizan su función, al permitir a muchas personas que no pueden hacerlo de otro modo, que alcancen ese tercer estado evolutivo que se caracteriza por la acción de dar.
Jesús promete a sus discípulos que el Padre les devolverá -más tarde diría en sus enseñanzas que centuplicado- las limosnas que hayan podido dar, y con ello no hacía más que anunciar una ley activa en el universo y que el lector comprenderá perfectamente si contempla el árbol cabalístico.
Vemos en ese Árbol que todos llevamos dentro, que la realidad material está representada por el centro número diez llamado Malkuth. Cuando damos algo de nosotros a los demás, les estamos dando pedazos de Malkuth, por así decirlo, o sea, lo que forma parte de nuestra realidad material, tanto si se manifiesta en pensamientos, sentimientos o en valores metálicos.
Entonces nos empobrecemos en Malkuth y en esa esfera se forman unos vacíos que de forma inmediata son llenados por los materiales correspondientes a la esfera inmediata superior, la número nueve, que es la de Yesod, en la que se formarán a su vez vacíos, y en ellos penetrarán los contenidos de la esfera ocho, Hod, y así sucesivamente hasta alcanzar la esfera número uno, Kether, nombre con el que se designa en cábala al Padre. Al penetrar los contenidos de Kether en los vacíos producidos en Hochmah, se producirán a su vez vacíos en Kether y en ellos penetrará la esencia universal del Padre que nos restituirá lo que ha salido de Malkuth en la medida en que haya salido.
Esto significa, en términos prácticos, que cuantas más importantes sean las pérdidas que ha tenido Malkuth, mayores serán los ingresos en nuestro Kether individual, o sea, más el Padre afirmará su presencia en nosotros. Y puesto que todas las esferas tendrán mengua, todas esas partes de nuestra personalidad se volverán a llenar. En resumen, Dar nos llenará de nuevo. Por eso decimos que dar genera recibir.
Por ello, si la antigua religión de Jehovah aconsejaba a sus adeptos que sacrificaran un poco de sus posesiones, la nueva religión de Cristo diría que es preciso darlo todo, porque dándolo, se recibiría igualmente todo. Malkuth no se empobrece al desprenderse de sus contenidos, porque enseguida nuevas riquezas materiales afluyen a él.
Sin embargo, no ha de ser pensando en la recompensa que debemos desposeernos de nuestros contenidos humanos, porque si lo hacemos así, estamos poniendo en marcha la dinámica de la columna de la izquierda y corremos el peligro de que el contenido de Kether nos sea enviado por el conducto de los Sefirot, los centros de la izquierda, por los que circulan bienes perecederos y en los que el bien está dentro, y para encontrarlo será preciso que destruyamos una pesada costra material, es decir, nos vendrá ese bien a través del esfuerzo.
Para no generar confusión, recordemos que Cristo decía: “la caridad bien entendida empieza por uno mismo”. Así que no se trata de empobrecerse uno para dar a otro. Primero debemos cubrir las necesidades básicas de nuestra familia.
En el próximo capítulo hablaremos de: dónde realizar la plegaria
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