La acusación de los judíos
La acusación de los judíos le da a Jesús la oportunidad de acercarse a los que hasta entonces habían permanecido alejados de él: los grandes, los poderosos, los reyes. Nos dice la crónica de Lucas que Herodes se alegró de verlo porque había oído hablar mucho de él y esperaba una señal. Herodes era el rey romano de su tierra natal, o sea que representaba un poder civil más próximo a Jesús que el representado por Pilato.
Ello indica que el gobernante de nuestro mundo profano no es en principio hostil a ese mundo sagrado que se agita en nuestras entrañas. Simplemente, no lo conoce, pero «ha oído hablar de él» y se alegra de conocerlo. Pero he aquí que cuando se encuentran frente a frente, el yo sagrado no responde a las preguntas que le formula el yo profano. Sus esperanzas se ven defraudadas porque hay demasiada distancia entre las dos personalidades para que puedan entenderse.
A medida que vamos conociendo, a medida que la inspiración nos habita, se nos hace más difícil responder a las preguntas de los que se mueven en el mundo profano. Al no obtener las respuestas que él esperaba, Herodes lo despreció, pero vistió a Jesús con una túnica blanca, por burla, dice el cronista, pero no nos fiemos de las apariencias y veamos en esa burla el anhelo de pureza del alma humana, que viste de blanco a ese yo ideal inalcanzable – en su momento actual -, a pesar de tenerlo corporeizado ante si. Muchas cosas que no podemos vivir en profundidad empiezan en nosotros como una burla, como una imitación, disfrazándonos de aquello que queremos ser y no podemos. Es por ello que durante el carnaval se venden tantas caretas de personajes célebres, artistas o gobernantes.
Esa túnica de Herodes se convertiría en la túnica sagrada, que tantos y tantos buscarían después para vestirse con ella. Jesús iría al sacrificio final vestido por los poderes que autorizaron su muerte: con la túnica de Herodes y el manto de púrpura de Pilato, con lo cual debemos entender que el poder civil se unificó, puesto que Herodes y Pilato volvieron a ser amigos, y en ese vestido que por burla pusieron a Cristo debemos ver el vínculo establecido por el yo profano con el yo sagrado.
Vistamos lo sagrado como se viste a un rey; si no podemos hacerlo en serio, hagámoslo por burla, y un día será nuestra personalidad sagrada la que vista de blanco a la otra para que pueda penetrar en el Reino.
Vemos así como Herodes persigue primero al niño llamado a ser rey para matarlo, pero después se alegra de verlo en el momento culminante de su ministerio y lo interroga esperando que le dé «la señal», para vestirlo finalmente con la túnica blanca, por burla, vistiendo a la divinidad sin comprenderla. Históricamente, no es el mismo Herodes, pero míticamente, sí: es el soberano que rige nuestro yo profano y que se aproxima así a lo sagrado en espera de que pueda fundirse con él.
En el próximo capítulo hablaré de: Judas se arrepintió
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