La red salvadora
Así eran las cosas antes de que Cristo arrojara a ese espacio de noche la red salvadora de su esperanza y la persona que se acoge a esa red se ve protegido de los poderes de los luciferianos de cola. De esta forma, puede asimilar al Maestro devorado y puede despertar de su noche encontrándose al Maestro en su interior.
La acción de Cristo en el exterior, descrita en la crónica evangélica, constituye la fase previa a su manifestación en el interior del ser humano. El relato de ese proceso de manifestación interna, nos lo daría Juan en su Apocalipsis, en el que referiría de una manera épica cómo un universo se viene a pique y cómo otro surge de sus ruinas. La semilla que Cristo planta en nosotros, al florecer, causa todas las alteraciones que Juan vio en espíritu, y que dejó consignadas de la única forma en que puede hacerse, mediante símbolos.
Dice finalmente Jesús que si sus discípulos lo amasen, se alegrarían de que fuese el Padre, porque el Padre es más grande que él.
En efecto, siendo Cristo el hilo conductor hacia el Reino del Padre, si lo amamos; es decir, si ha despertado en nosotros esa sabiduría-amor que nos permite ver cómo funciona la organización cósmica, nos alegraremos de que vaya al Padre, porque si él no lo hace, no lo podremos hacer nosotros.
Cristo tiene que abandonar su trono en Tiphereth y subir a Kether por el sendero que une los dos Sefirot en la columna central. Cuando él haya abierto ese camino, nosotros podremos ascender por él, y ya que Cristo, después de haber subido, vuelve, ello implica que la voluntad de Kether podrá ser captada directamente por nuestra conciencia, regida por Tiphereth, en lugar de deslizarse de séfira en séfira por las ramas del Árbol.
Jesús inauguró un servicio cósmico, por así decirlo. Cortó la cinta, tal como ocurre en las inauguraciones oficiales de nuestra sociedad, en que vemos a un mandatario abrir simbólicamente una instalación.
Para que ese retorno de Jesús al Padre pudiera producirse según el orden natural, tenía que morir, y para seguir atado a la Tierra, tenía que derramar su sangre en ella, ya que la sangre, siendo el receptáculo que contiene el historial emotivo de la persona, al caer sobre la tierra, esta absorbería la divina personalidad de Cristo, la aprisionaría, ligándolo permanentemente a nuestro planeta con su cuerpo inferior, mientras su cuerpo superior toca el trono del Padre, uniendo lo de arriba a lo de abajo y sirviendo así de puente para que la voluntad del Padre pudiese descender hasta nosotros sin pasar por los demás Sefirot.
“EI príncipe del mundo llega”, dice Jesús. «En mí no hay nada de él» precisa, pero se somete al sacrificio para el cual ha venido precisamente, a fin de que el mundo sepa que ama al Padre y que actúa según sus órdenes.
Hemos visto al estudiar los Sefirot que Binah era el que había instituido el sacrificio, como condición indispensable para que el mundo de arriba pudiese proyectarse a niveles más bajos, en los que entidades espirituales menos evolucionadas pudieran vivir.
Así resultó que la primera Tierra creada por la divinidad, ese fascinante Paraíso terrenal, fue marcado con el sello del sacrificio y apareció ese Árbol, cuyo fruto no se podía comer, porque era una planta de Binah. Hemos visto igualmente que el Reino de Cristo es el de libertad. Pero, si todos los Sefirot se reflejan en todos los demás; si en el Paraíso, representado por Hesed, centro sefirótico de la derecha, hubo una restricción, cuando la corriente se reinvierte y en lugar de ir de arriba abajo, va de abajo arriba, al pasar esa corriente de Binah a Hochmah, para que Binah se refleje en Hochmah, este tiene que aceptar el sacrificio que Binah representa. Y tiene que aceptarlo voluntariamente, ya que la libertad que Hochmah expresa no puede verse penalizada por una imposición. Solo si el sacrificio es libremente aceptado puede integrarse a la naturaleza de Hochmah.
En este punto de la enseñanza, Jesús se dispone a cumplir con este requisito, o sea, aceptar el sacrificio voluntario. El príncipe del mundo, representante de Binah, está por entrar en su naturaleza, y aunque Cristo no tiene nada de él; es decir, no tiene ninguna deuda kármica que le obligue a someterse a la voluntad del príncipe, él se dejará aprehender y dejará que el mundo traspase su carne con sus lanzas.
De igual modo, nosotros, cuando ya no tengamos relación alguna con el príncipe del mundo; cuando ya nada nos reclame aquí abajo, hemos de dar nuestra sangre, esto es, nuestros deseos y emociones para cumplir con el ordenamiento establecido por el Padre. Cuando el sacrificio ya no sea una imposición de Binah, hemos de incorporarlo a nuestra libertad y darle expresión.
Cuando esto suceda, habremos alcanzado el trono del Padre y dispondremos de su voluntad sin intermediarios, sin que esta tenga que sernos servida por la cadena de los Sefirot, lo cual supone el transcurso de un tiempo entre el momento en que Kether expresa un designio y el momento en que Malkuth lo capta.
Cuando nuestro Binah se integre a Hochmah, el camino de Cristo al Padre habrá sido inaugurado y dispondremos de la voluntad del Ego-Padre al instante para modificar lo que debe ser modificado, para curar, restituir la pureza, la dignidad, el perfecto orden. Entonces haremos milagros mucho más grandes que los que Jesús realizó.
En el próximo capítulo hablaré de: la cepa verdadera
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