La parábola del sembrador
A orillas de ese mar en el que las emociones humanas se unifican, Jesús inició su enseñanza mediante parábolas. A fin de que todos y cada uno comprendiera lo que, según su nivel evolutivo, pudiera comprender.
«Escuchad – les dijo-. Un sembrador salió a sembrar. Una parte de las semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros del cielo y se las comieron. Otra parte cayó en un lugar pedregoso, donde no había mucha tierra: la semilla brotó enseguida, porque no encontró un suelo profundo, pero cuando el sol apareció, fue quemada y secóse por falta de raíces que recogieran la humedad. Otra parte de las semillas cayó entre espinos, los cuales crecieron y las ahogaron, no dando ningún fruto. Otra parte cayó en la buena tierra: dio su fruto, que creció y se multiplicó y unos dieron treinta, otros sesenta y ciento por uno. Que quien tenga oídos para escuchar, entienda». (Mateo XIII 49. Marcos IV, 39. Lucas VIII, 58).
Los apóstoles quedaron perplejos ante esa manera de difundir la enseñanza y cuando estuvieron solos se acercaron al Maestro y le preguntaron: «¿Qué significan esas palabras oscuras que diriges a la multitud?» Y el Maestro respondió: «A vosotros os ha sido dado a conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a la muchedumbre esos misterios les serán presentados en forma de parábolas, de modo que quienes deseen realmente entrar en el reino puedan discernir el significado de la enseñanza y encontrar la salvación, mientras que los demás serán confundidos, porque verán sin ver y oirán sin comprender, a fin de que se cumpla la ley según la cual a quienes poseen les será dado para que tengan en abundancia, pero al que no tiene le será quitado lo poco que pudiere poseer«.
Así la enseñanza de Cristo iría dirigida al corazón de los seres humanos y a la educación de sus sentimientos, porque es en el corazón de cada persona donde Cristo ha establecido su reino y allí es donde debe desarrollarse la obra.
El nuevo estilo de enseñar despertó entre los apóstoles una gran agitación y se dirigieron a su Maestro para pedirle que les interpretara la parábola que acababa de explicar. «Decidme primero, dijo Jesús, cuál es la interpretación que le dais vosotros».
Pedro tomó la palabra para decir: «Maestro, hemos discutido acerca de la interpretación y he aquí lo que yo pienso: el sembrador es el predicador del Evangelio y las semillas son la palabra de Dios. Los granos caídos a lo largo del camino, representan a los que no comprenden la enseñanza del evangelio. Los pájaros que comen las semillas caídas en suelo endurecido representarán a Satán, que se apropia de lo que ha sido sembrado en el corazón de esos ignorantes. Los granos caídos en suelo pedregoso y que germinan rápidamente, representan a las personas superficiales e irreflexivas, que al oír la buena nueva, reciben el mensaje con alegría, pero no teniendo la verdad en ellos, ni raíces profundas en su comprensión, su devoción no resiste, ni a las tribulaciones ni a las persecuciones. Cuando las dificultades aparecen, esos creyentes tropiezan y sucumben a la tentación. Los granos caídos entre los espinos, representan a los que escuchan realmente la palabra, pero que permiten que las preocupaciones por lo mundano y la naturaleza engañosa de las riquezas ahoguen la voz de la verdad y la hagan estéril. Los granos caídos en la buena tierra y que han dado su fruto, unos según treinta, otros según sesenta y otros cien veces, representan las gentes que han oído la verdad, que la han recibido en diversos grados, según sus dones intelectuales y la han manifestado a su vez con más o menos intensidad«.
Después de haber escuchado a Pedro, Jesús preguntó si alguien tenía otras versiones que ofrecer. Bartolomé tomó la palabra para decir: «Reconozco que hay buenas cosas en la interpretación dada por Pedro, pero no estoy enteramente de acuerdo con él. Mi interpretación es la siguiente: las semillas representan el Evangelio del reino y el sembrador son sus mensajeros. Los granos caídos a lo largo del camino, en suelo duro, representan a los que han oído pocas cosas del reino, a los que son indiferentes al mensaje y a los que han endurecido sus corazones. Los pájaros del cielo que comen los granos caídos en suelo pedregoso representan los hábitos de la vida, la tentación del mal, los deseos de la carne. Los granos caídos en suelo pedregoso representan las almas emotivas, tan rápidas a recibir una nueva enseñanza, como a renunciar a la verdad cuando se ven confrontados con las dificultades y realidades de una vida conforme a esta verdad, faltándoles la percepción espiritual. Los granos caídos entre los espinos representan a los que se ven atraídos hacia las verdades del reino y están deseosos de seguir la enseñanza, pero se ven impedidos por el orgullo, la envidia y las ansiedades de la existencia humana. Los granos caídos en la buena tierra y que han germinado y dado fruto, como treinta, sesenta y cien, representan los grados naturales y variados de aptitud para comprender la verdad y para responder a las enseñanzas espirituales en los hombres y mujeres poseyendo dones diversos de iluminación espiritual«.
Siendo las dos versiones muy parecidas, Jesús preguntó si alguien más quería tomar la palabra y fue Tomás quien la reclamó. «Hermanos, dijo, yo creo que esta parábola ha sido explicada para enseñarnos una sola y gran verdad, que es la siguiente: cualquiera que sea la fidelidad y eficacia con que ejecutemos nuestra misión divina, el éxito de nuestra enseñanza del Evangelio del reino no será uniforme y la diferencia de los resultados provendrá directamente de las condiciones inherentes a las circunstancias de nuestro ministerio, condiciones sobre las cuales tenemos poco o ningún control”.
La discusión sobre las parábolas y su sentido se prolongó durante horas y al final Jesús tomó la palabra para decir que la parábola del sembrador se refería a dos cosas. Primero, era una recapitulación de su propio ministerio hasta el momento presente y una previsión sobre lo que le esperaba en el resto de su vida. En segundo lugar, era también una alusión a lo que los Apóstoles y otros mensajeros del reino podían esperar de su ministerio, de generación en generación con el paso del tiempo.
En efecto, en la interpretación dada por los apóstoles olvidaron incorporar al sentido de la parábola el factor tiempo. En el itinerario seguido por el sembrador vemos que la tierra en la que derrama sus semillas va siendo cada vez más propicia. Primero es el camino de suelo duro, donde la verdad espiritual no puede arraigar, después el suelo pedregoso, donde la planta puede crecer, pero no enraizarse, luego en tierra ya capaz de fecundar, pero ocupada por espinos y finalmente las semillas caen en la buena tierra.
El ministerio de Jesús y el de sus seguidores pasaría por esas cuatro fases, encontrando primero a gentes que pueden ser calificadas de «suelo duro«, representados por el Elemento Tierra. Después encontraría a los que pueden ser llamados «pedregosos«, representados por el elemento Aire. Más tarde vendrían los “espinos”, representados por el elemento Agua y finalmente aparecerían los «buena tierra«, represéntales del Elemento Fuego, de acuerdo con la ley de que los últimos son siempre los primeros.
Nosotros no hemos de escapar a esa regla y si en algún momento de nuestro ministerio nos alcanza el desaliento, debemos recordar la parábola del sembrador, con la seguridad de que después del suelo duro, si seguimos firmes en nuestra labor de siembra, acabaremos por encontrar la buena tierra.
En el próximo capítulo hablaré de: la parábola del trigo y la cizaña
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.