La oración y el ayuno
Al final de su alocución, Jesús dice a sus apóstoles que esta raza de demonios solo puede ser arrojada por la oración y el ayuno.
El ayuno no es una práctica que haya sido muy recomendada por Jesús, y en un episodio anterior hemos visto cómo los fariseos le reprochaban precisamente que sus discípulos no ayunaran. Jesús ayunó cuando, en el desierto, se preparaba a endosar el cuerpo crístico. Un día en que los discípulos de Juan le preguntaron por qué ellos ayunaban y los suyos no lo hacían, Jesús respondió: «Los amigos del esposo, ¿pueden acaso afligirse cuando el esposo está con ellos? Día vendrá en que el esposo les será quitado y entonces ayunarán«. (Mateo IX, 1-5).
El «esposo» es la corriente masculina, portadora de semillas, que circula por la columna de la derecha, esa corriente generadora de todas las cosas que Cristo vino a revelar. Cuando se vive en ella, el ayuno no es una práctica necesaria, porque la frecuencia vibratoria del organismo es tan alta, que destruye automáticamente las partículas groseras – las quema– para que no puedan penetrar en el cuerpo con los alimentos.
Significa que cuando vibramos a cierta frecuencia, dejamos de vernos afectados por lo que sucede en el exterior, los alimentos, los que ingerimos voluntariamente y los que no, los problemas, las situaciones difíciles, lo que viene de fuera, se asimila sin problema. La alta frecuencia permite que enfoquemos las cosas desde una mayor altura, desde la cual las cosas se ven de forma más relativa.
Pero Jesús sabía que sus discípulos no iban a permanecer estabilizados en la alta espiritualidad, (como no podemos estarlo todavía nosotros de forma continua) porque toda obra material necesita sus sombras. Por ello decía que cuando esto ocurriera, cuando el «esposo» les fuera arrebatado, ayunarían.
Es decir, el ayuno es necesario cuando no se ha alcanzado aún la personalidad crística, se requiere para volver a la alta espiritualidad, a elevarnos, cuando nuestra frecuencia vibratoria ha bajado por haber estado utilizando fuerzas relacionadas con la materia, las que nos son facilitadas por los de abajo, los llamados Luciferianos.
Cuando esto ocurre, el ayuno ayuda a expulsar de nuestro organismo esas fuerzas que ya no queremos utilizar.
La otra técnica para expulsarlas es la plegaria, ya que con ella nos elevamos a las instancias superiores y atraemos hacia nosotros las fuerzas purificadoras que obligan a los ya instalados en nuestro interior a desalojar sus cuarteles, dejando la casa libre para que se instalen en ella las otras fuerzas. Para conseguirlo es preciso que la plegaria se realice con el corazón y que le pongamos fe.
Es evidente que cuando estemos llenos de tales fuerzas sublimes, cuando campen en nosotros “como Pedro por su casa”, como suele decirse, ya no será necesario llamarlas, puesto que nosotros mismos seremos ellas.
En el próximo capítulo hablaré de: hay que llegar al final
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